viernes, 30 de octubre de 2009

No es Halloween, es Chávez


Un Chávez que asiente sin rubor cuando es evocado por parte de sus fieles adeptos al mejor estilo de un aquelarre


Hace unos años el “Padre Nuestro” cristiano fue profanado en el libro “Chávez nuestro”.

Chávez nuestro que estás en la cárcel,
santificado sea tu golpe,
venga (vengar) a nosotros, tu pueblo,
hágase tu voluntad, la de Venezuela, la de tu ejército…

Ahora, el pasado miércoles 28 de octubre 2009, durante un evento de Hugo Chávez con sus seguidores, es el Credo, la oración objeto de una versión chavista.

…Creo en Hugo Chávez su único hijo
Que fue concebido por obra y gracia
Del pueblo venezolano
Nació en Sabaneta de Barinas
Padeció bajo el poder de Poncio…

La concurrencia es conminada al uso del rezo, y mientras, se aprecia a un Chávez que asiente sin rubor cuando es evocado por parte de sus fieles adeptos al mejor estilo de un aquelarre, lo cual es para dejar perplejo a cualquiera. Preciso ver el video, la mejor manera para mostrar lo que ahí ocurrió.

Por este enlace al pulsar:
http://www.youtube.com/watch?v=R3xqD9fLCNg

Al día siguiente, nuestro país es protagonista de las maldiciones de Hugo Chávez a los Estados Unidos, en nada menos que en un acto en Miraflores, el palacio de gobierno, cuando 10 embajadores le presentaban credenciales.

El motivo, las declaraciones del senador republicano Connie Mack, quien ha solicitado al gobierno de Barack Obama, presidente de Estados Unidos, incluir a “Venezuela en la lista de países patrocinadores de terrorismo”.

Hugo Chávez ha respondido en estos términos: “Maldito imperio, mil veces maldito, algún día terminarás y te hundirás. Te maldigo mil veces imperio yanqui, no me importa nada los planes que tengan conmigo”.

Por este enlace al pulsar:
http://www.youtube.com/watch?v=nT_p91bcA40

Como ven, es parte de la rutina en la Venezuela actual el andar de vergüenza en vergüenza en una especie de “trick or treat”, y cualquier parecido a un Halloween o Noche de Brujas, es pura casualidad.

Por Martha Colmenares
Diario de América

Colombia y EEUU firman en Bogotá un acuerdo sobre bases militares


Los Gobiernos de Colombia y Estados Unidos firmaron este viernes en Bogotá un acuerdo militar que autoriza a las tropas estadounidenses a operar desde siete bases colombianas y que suscitó el rechazo de varios países de la región, informó el ministerio de Asuntos Exteriores.

El documento fue suscrito por el ministro de Exteriores colombiano, Jaime Bermúdez, y por el embajador de Estados Unidos en Bogotá, William Brownfield, en un rápido acto que se cumplió a puerta cerrada en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores hacia las 07H00 locales (12H00 GMT).

El convenio autoriza la presencia en el país de un máximo de 800 militares estadounidenses y 600 civiles contratistas del gobierno estadounidense, que realizarán operaciones de lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, según los dos Gobiernos, que no han divulgado el texto.

Los uniformados estadounidenses gozarán de inmunidad diplomática.

Tanto Washington como Bogotá aseguran que el convenio establece que las operaciones militares que se realicen no sobrepasarán las fronteras colombianas, y así lo garantizó la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, en una carta que en agosto envió a sus 12 homólogos suramericanos.

El anuncio del acuerdo generó preocupación en la mayoría de los países de la región, y el rechazo por parte de los presidentes de Ecuador, Rafael Correa, y de Venezuela, Hugo Chávez, quien ha sido el más firme opositor.

Chávez sostiene que mediante el acuerdo Washington está montando en Colombia una plataforma de ataque a su país, y bajo ese argumento ha defendido la compra de armamento.

Washington empezó a negociar el acuerdo con Bogotá luego de que el presidente ecuatoriano decidió no prorrogar una concesión de diez años de la base militar de Manta, desde la cual Estados Unidos lanzaba sus operaciones antidrogas en la región.

AFP

Estudiantes venezolanos se reúnen con Insulza y secretario de la CIDH en Washington


Una comisión de 14 estudiantes se reúne esta tarde en Washington, Estados Unidos, con el secretario ejecutivo de la CIDH, Santiago Canton, para exponer la situación de los Derechos Humanos en el país.

Señalaron fuentes estudiantiles que durante la conversación con Cantón se presentaron los casos de los denominados presos y perseguidos políticos del Gobierno, como el líder estudiantil Nixon Moreno, el prefecto de Caracas Richard Blanco y el periodista Gustavo Azócar, entre otros.

De la misma forma, se presentó un informe sobre la criminalización de la protesta en Venezuela.

Dos de los líderes estudiantiles se reunieron adicionalmente con el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, para mostrar su desacuerdo con la falta de tolerancia que denuncia, existe en Venezuela para quienes disienten del Gobierno.

En ambos encuentros, entregaron por escrito sus peticiones y luego se decidirán los planteamientos.


Globovisión

Chávez gastará 583.000 en electricidad y unos 480.000 en la factura de agua


Lo de predicar con el ejemplo no es el punto fuerte de Hugo Chávez. Poco después de pedir una serie de ajustes a su pueblo, se daban a conocer las cifras escandalosas del presupuesto personal del mandatario venezolano. El informe elaborado por Carlos Eduardo Berrizbeitia, ex parlamentario y dirigente del opositor Proyecto Venezuela, revelan que Chávez es un general coqueto, viajero, paranoico, buen bebedor y muy pulcro. Los gastos presidenciales para el 2010 incluyen unos 2,7 millones de dólares asignados a agencias de festejos para gastos de alimentos y bebidas; 264.000 en prendas de vestir; 18.500 para calzados; 138.000 para la adquisición de revistas y periódicos; 145.000 para productos de tocador, como jabón, champú y papel higiénico; y 405.000 para servicios de lavandería.
Otros gastos detallados en el informe incluyen 16 millones de dólares en concepto de seguridad; 3,16 millones para relaciones sociales; 9,6 millones para viáticos y pasajes; y unos 2 millones de dólares para gastos de teléfono.
Además, Chávez tiene una cuenta para instalar un nuevo sistema de aire acondicionado en su despacho, a un costo de 476.000 dólares, mientras que espera consumir una cuenta de 583.000 en electricidad y unos 480.000 en la factura de agua, justo días después de que el mandatario solicitase a los venezolanos que se duchen en tres minutos para combatir la sequía que asola al país.
«Hay gente que se pone a cantar en el baño media hora. ¿Qué comunismo es ése? Yo lo he contado: tres minutos es suficiente; no quedo hediondo. Un minuto para mojarse, otro para enjabonarse y el tercero para enjuagarse. Lo demás es un desperdicio», dijo Chávez.


http://megaresistencia.com/megaresistencia/noticias/index.php/categoryblog/nacionales/1534-chavez-gastara-583000-en-electricidad-y-unos-480000-en-la-factura-de-agua

martes, 27 de octubre de 2009

Bases en Colombia .El espionaje que viene del norte


Era previsible que rescindir la cooperación de la DEA en Venezuela y en Bolivia así como la base militar de Manta en Ecuador crearía un vacío inaceptable para la alianza EE UU/Colombia. La política, como la naturaleza, odia los vacíos. Estos errados movimientos geopolíticos, atribuidos al presidente Chávez, justificarán un despliegue de inteligencia gringa no conocido en el subcontinente.

Inicialmente Colombia fue reacia a permitir más militares gringos en su territorio, pero las dudas se disiparon como consecuencia de la hostilidad y las amenazas del presidente Chávez de suspender el intercambio comercial. El error provocó una rara reacción en un país con una economía de mercado. Los empresarios colombianos prefirieron prescindir de sus pingües ganancias y relevaron al presidente Uribe de seguir soportando los insultos y el chantaje.

Sin la DEA en Venezuela y en Bolivia el tráfico de drogas se incrementó exponencialmente. Ante esta incontestable realidad la argucia de denunciar las bases como medios para una eventual invasión de EE UU a Venezuela no convence a nadie y por el contrario la estridencia ha generado más sospechas y ha ofrecido a los gringos la justificación para desplegar lo que será la más extensa operación de inteligencia militar conocida en el subcontinente. Además de la interdicción de drogas servirá para disipar, de una vez por todas, el ruido que impide precisar el cúmulo de información que asocia a estos dos países con el trasiego de armas, tráfico humano, terrorismo y embarques de minerales estratégicos.

Extrañamente en el gobierno bolivariano no se conoce el principio descubierto en el siglo XVII por Newton: toda acción tiene una igual y opuesta reacción. Muy probablemente porque están acostumbrados a la oposición venezolana.

Fuentes de inteligencia
Como en este espacio nos hemos referido a algunos sofisticados sistemas de inteligencia de EE UU desplegados en otras latitudes que podrían replicarse en Colombia, algunos lectores nos han pedido ampliar la información en base a esas experiencias. Después de todo es bien sabido que los gringos siguen al pie de la letra los manuales de procedimientos.

Si seguimos los esquemas de inteligencia que EE UU en otras áreas estratégicas del planeta en las cuales consideran amenazados sus intereses, las bases colombianas serán equipadas con un arreo de instrumentos de alta tecnología para alimentar las siguientes fuentes de inteligencia:

INTELIGENCIA HUMANA (HUMINT). Es el más antiguo método de obtener información. El clásico agente encubierto o infiltrado que proporciona detalles acerca de planes e intenciones del enemigo. Si nos atenemos a las denuncias del gobierno bolivariano y a la incansable actividad delatora de la tarifada gringa, Eva Golinger, versión tropicalizada de Arnold Benedict, Venezuela cuenta, como ningún otro país en el mundo, con decenas de miles de agentes de la CIA.

INTELIGENCIA DE COMUNICACIONES (COMINT). Consiste en interceptar, procesar, analizar y reportar las comunicaciones de un oponente, entendiendo como “comunicaciones” voz, data, facsímil, mensajes a través de Internet o cualquier otra forma de transmisión deliberada.

INTELLIGENCIA DE IMAGEN (IMINT). Se refiere a lo que tradicionalmente se conoce con fotografía visible, tomada por una cámara manual o de video, desde una aeronave o desde el espacio o en más complejos sistemas de imágenes como el Electrooptical que cubre extensas áreas de la tierra con resoluciones aptas para la interpretación o mucho más complejas como la Imagen Híper Espectral con bandas más extensas y una más alta resolución.

MEDIDAS Y SEÑALES (MASINT). Todos los instrumentos y equipos electrónicos de sistemas aéreos o fijos como aeronaves, radares, misiles o cualquier sistema de propulsión emiten señales únicas, como la de una huella dactilar, llamado telemetría, que detectada proporciona información sobre sus características y desempeño. Para recolectar estas medidas y señales se emplean radares, antenas de radio frecuencia o sensores multiespectrales en diferentes bandas de frecuencia o de imagen, incluso para localizar objetos enterrados.

De acuerdo al objetivo, el método y la técnica de la recolección de información el MASINT se subdivide en Inteligencia de Radar; Inteligencia Nuclear; Inteligencia Laser; Inteligencia Acústica; Inteligencia de Escombros e Inteligencia Electro-Ópticas.

De modo que dentro de unas semanas, si el presidente Chávez quiere causar buena impresión a los gringos, cuando mire al cielo, por favor, sonría.


Por Orlando Ochoa Terán
Diario de América

Guerra contra Fox News .La Casa Blanca se ha pasado de rosca


¡¿Cómo se atreve la Fox a contradecir al resto de los medios?!



Rahm Emanuel envió en una ocasión un pez muerto a un encuestador a pie de urna. Ahora ha metido una cabeza de caballo en la cama del presidente de la Fox Roger Ailes.

No es muy sutil. Y no es muy inteligente. Ailes no se asusta fácilmente.

La Casa Blanca ha declarado la guerra a Fox News. La directora de comunicaciones de la Casa Blanca Anita Dunn decía que la Fox es "periodismo de opinión disfrazado de noticias". Reconociendo la labor prestada a las cadenas de la competencia por su autenticidad (léase docilidad), David Axelrod, consejero del Presidente, afirmaba que la Fox "no es realmente una cadena de noticias". Y el secretario del gabinete de presidencia Emanuel dijo (¿o advirtió?) a las cadenas restantes de "no dejarse llevar (por) y seguir a la Fox".

¿Lo que significa? Si la Fox emite una noticia crítica con la administración – desde sacar a la luz que Van Jones, zar de la Casa Blanca, es un lunático de la teoría conspirativa del 11S hasta examinar de manera exhaustiva la matemática creativa y las lagunas contenidas en la legislación de reforma sanitaria propuesta - las cadenas informativas restantes deben pensarlo dos veces antes de seguir a la líder.

El mensaje a las empresas es igualmente claro: Puede que usted tenga problemas con un gobierno federal mastodóntico que no sólo gasta más de 3 billones de dólares al año sino que está extendiendo sus tentáculos cada vez más profundamente en el sector privado – inversiones, automóviles, la sanidad y la energía dentro de poco. Piénselo dos veces antes de contratar publicidad a la Fox.

Al principio, hubo escasas reacciones por parte de los restantes medios de comunicación. Luego, el jueves, el gobierno trató de hacerles cómplices de un boicot real a la Fox. El Departamento del Tesoro puso a disposición a Ken Feinberg, el zar de la remuneración de los ejecutivos, para ser entrevistado por “la cartera” de cadenas informativas de la Casa Blanca - con excepción de la Fox. Las otras cadenas admirablemente se negaron, diciendo que no iban a entrevistar a Feinberg, a menos que a la Fox se le permitiera también. El gobierno dio marcha atrás.

Fue una derrota importante porque hay un principio en juego aquí. Mientras que el gobierno puede y debe debatir y criticar a las voces de la oposición, la actual Casa Blanca va más allá. Quiere deslegitimar cualquier disidencia significativa. El objetivo no es ningún secreto. Los asesores de la Casa Blanca declararon abiertamente al Político que están tomando parte de una campaña deliberada encaminada a marginar y condenar al ostracismo a los resistentes, desde la Fox a las aseguradoras pasando por la Cámara de Comercio de los Estados Unidos.

Esas tácticas de acoso y derribo no tienen nada de ilegales. Tampoco de inconstitucionales. Sin embargo, nuestra política se define no sólo por los límites de la legalidad o de la constitucionalidad. Tenemos normas, normas Madisonianas.

Madison defendió la idea de que la seguridad de una gran república, su defensa contra la tiranía, pasa por la contienda entre facciones o intereses. Su aportación consistió en entender que "la mayor seguridad es la ofrecida por el mayor abanico de partes". Ellas ayudarían a garantizar la libertad mediante el equilibrio de poderes y el control mutuo - y un gobierno por lo demás arrogante.

Las formaciones debían competir, pero también reconocer la legitimidad de las demás formaciones y, de hecho, la necesidad de su existencia en una vigorosa democracia auto-regulada. Tratar de socavar deliberadamente, atacar y destruir no es Madisoniano. Es Nixoniano.

¿Pero no intentó Teddy Roosevelt destruir los monopolios? Por supuesto, pero lo que desmanteló fue el poder de monopolio que estaba asfixiando los intereses independientes en conflicto más pequeños. Fox News no es un monopolio. Se trata de una minoría singular en un mar de medios de comunicación izquierdistas. La ABC, la NBC, la CBS, la PBS, la NPR, la CNN, la MSNBC contra la Fox. La parrilla está tan desequilibrada que resulta ridícula - y eso ni siquiera incluye a las demás atalayas culturales que son clara y flagrantemente de izquierdas: Hollywood, las fundaciones, las universidades, la prensa de élite.

La Fox y su audiencia (que supera la de la CNN y la MSNBC juntas) no necesitan defensa. ¿Defender a la Fox en contraste con quién? ¿Con la CNN - que recientemente soltaba a sus investigadores por un gag de “Saturday Night Live" moderadamente crítico con Obama, pero no hizo ninguna comprobación de una observación grotescamente racista que la CNN atribuyó falsamente a Rush Limbaugh?

¿Defender a la Fox News de quién? El buque insignia de la Fox en la franja informativa de las 6 (presentado por Bret Baier, antes por Brit Hume) es, en mi opinión, la mejor hora de información política no relativa a Washington que se emite. (Prueba definitiva: Mi madre lo ve hasta en las pocas noches en las que no salgo.) ¿Defender a la Fox de Anita Dunn y similares? Ella ha sido atacada por ensalzar la filosofía política de Mao en un discurso de graduación en secundaria. Pero los críticos pasan por alto la estupidez de su idea de fondo: Ella invocaba a Mao como apoyo y autoridad para su apasionada petición de individualidad y confianza en las elecciones propias. ¿Mao como defensor de la individualidad? ¿Mao, el mayor ejecutor de la homogeneidad masiva de la historia moderna, creador de una sociedad de esclavos de casi un millar de millones de abejas obreras con traje mao agitando el Libro Rojo?

No se puede confiar en que la directora de comunicaciones de la Casa Blanca se dirija a unos estudiantes de instituto sin decir sandeces. ¿Sus secuaces y ella van ahora a dar lecciones de verdad y objetividad al país?


Por Charles Krauthammer
Diario de América

Juanita rehusó conspirar contra la vida de Fidel y Raúl Castro


Juanita Castro fue reclutada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 1961 a través de su amiga Virginia Leitao da Cunha, esposa del embajador de Brasil en La Habana, pero rehusó conspirar en acciones contra la vida de sus hermanos Fidel y Raúl Castro.

Según revela Juanita en su libro de memorias Fidel y Raúl, mis hermanos. La historia secreta, que salió al mercado este lunes, Virginia Leitao da Cunha la citó en la residencia de los embajadores brasileños, ubicada en la exclusiva zona de El Laguito, en La Habana, para proponerle que colaborara con “unos amigos que conocen de tu labor [contraria al régimen] y que quieren ayudarte”.

El encuentro entre las dos mujeres se produjo poco después de la fallida invasión de Bahía de Cochinos, ocurrida en abril de 1961, y en breve Juanita comenzaría a operar dentro de Cuba como la agente Donna. Por casi tres años se dedicó a proteger en su casa a opositores de la revolución que lideraban sus hermanos.

"La persona que me estaba llevando con ellos era (...) no sólo amiga mía, ¡sino quien había sido fiel seguidora de Fidel! Una mujer valiente y justa, que conocía profundamente la situación de Cuba", afirma Juanita, de 76 años, en el libro, convertido desde este lunes en suceso editorial en varias capitales latinoamericanas.

El volumen, de 432 páginas, fue escrito en colaboración con la periodista mexicana María Antonieta Collins y publicado simultáneamente por la editorial Santillana en Estados Unidos, España, México y Colombia.

Vasco y Virginia Leitao da Cuhna habían sido particularmente solidarios con los revolucionarios que lucharon contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), pero con el paso del tiempo se decepcionaron con el rumbo del proceso liderado por Fidel Castro. La embajada brasileña brindó asilo en esos años a decenas de perseguidos políticos y logró de sacarlos del país.

Para ese entonces los Leitao da Cuhna habían sido designados por el presidente izquierdista Joao Goulart (1961-1964) para encabezar la embajada brasileña en la Unión Soviética. Vasco sería desginado años después como canciller. El matrimonio vivió en Nueva York en los años 70.

No es la primera vez que se habla de la participación de Juanita, de 76 años, en actividades de la CIA, sólo que ahora la confirmación trasciende de su propia voz.

El 4 de julio de 1964, semanas después de su llegada al exilio, el diario The Times-Picayune, de Nueva Orleans, publicó un despacho de la agencia Associated Press, donde se sugiere su colaboración con la CIA. "Juanita Castro informó a la CIA; entregó datos durante cuatro años en Cuba", según la información.

En 1975, el ex agente Phillip Agee calificó a Juanita de agente de propaganda'' al servicio la CIA en su libro Inside the Company (Dentro de la Compañía).

Y en 2005, Ted Shackley, uno de los principales oficiales de la CIA sobre el tema Cuba, escribió en su libro Spymaster, My Life in the CIA que la agencia de espionaje estuvo en contacto con Juanita a través de Virginia Leitao de Cunha.

De acuerdo con el relato de Juanita, Virginia le propuso que viajara a México con el pretexto de ver a su hermana Enma Castro, para sostener el contacto con el oficial de reclutamiento. Enma, actualmente de 74 años, reside en la capital mexicana desde los años 50, y nunca estuvo enterada de los verdaderos motivos del viaje de su hermana.

Juanita y Virginia viajaron por vías separadas ala Ciudad de México y se encontraron con el oficial de la CIA en una suite del entonces recién inaugurado Hotel Camino Real, el 24 de junio de 1961.

El oficial era uno de los expertos de la CIA para el caso de Cuba y se presentó como Enrique, pero su verdadero nombre era Tony Sforza, pieza clave de la Operación Mangosta, un ambicioso proyecto de sabotajes económicos e incursiones armadas contra el régimen castrista que la CIA puso en práctica tras el fiasco de Bahía de Cochinos. Sforza había estado infiltrado en Cuba haciéndose pasar como jugador de casinos, con el nombre falso de Frank Stevens.

Juanita aceptó trabajar para la CIA bajo la condición de no participar en ninguna actividad violenta contra sus hermanos u otro funcionario del régimen, y no quiso aceptar retribución monetaria por su colaboración.

"¿Tuve remordimientos por traicionar a Fidel al aceptar reunirme con sus enemigos?", se cuestiona Juanita en sus memorias. "No, por una sencilla razón: yo no lo traicioné a él. El fue quien me traicionó a mí. El nos traicionó a los miles que sufrimos y peleamos por la revolución que nos ofrecía, la que era generosa y justa y que traería paz y democracia para Cuba".

Su primera misión se produjo una semana después, transportando desde México latas en conserva donde iban documentos, mensajes y dinero para los hombres de la CIA y otros conspiradores anticastristas dentro de Cuba. Juanita viajó también con un manual de descodificación de mensajes cifrados que recibiría a través de un radio de onda corta.

El nombre asignado por la CIA fue el de Donna y para los mensajes en clave Juanita escogió dos melodías: el vals Fascinación, del compositor F.D. Marchetti, y la obertura de Madame Butterfly, de Puccini. Si se transmitía la primera, era señal de que habría un mensaje, mientras que la segunda indicaba que no.

A su regreso a La Habana y por orientación de la CIA, Juanita escogió como sus colaboradoras a las hermanas Hilda, alias "Puchi", y Carmita Morgade, amigas de la familia y estudiantes universitarias. Las Morgade habían sido responsables por el traslado encubierto y la conservación oculta en una casa del central Stewart, cerca de la ciudad de Ciego de Avila, de los manuscritos de La historia de absolverá, el alegato que Fidel Castro pronunció en el jucio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953.

Las tres mujeres, según el libro, contribuían a la protección de personas perseguidas en la casa de huéspedes que era propiedad de Juanita en la Calle J número 406, en la barriada habanera de El Vedado.

En una ocasión, cuenta Juanita, tuvieron que trasladarse en su automóvil a la provincia de Matanzas para recoger un mensaje colocado en un señalamiento vial en plena carretera, descifrarlo y luego entregarlo en un sitio cercano. Después de cumplir la misión las mujeres decidieron ir a Varadero, pero se les rompió el carro y comenzaron a pedir un aventón a los choferes que pasaban.

"¡Cuál sería nuestra sorpresa al ver que el primer auto que se detiene para ayudarnos, en realidad era toda una comitiva!'', recuerda Juanita.

Era el propio Fidel Castro que se dirigía también a Varadero y recogió a las mujeres. Sus hombres se encargaron de remolcar y reparar el automóvil de Juanita.

El libro también refiere que antes de las Crisis de los Misiles, desatada en octubre de 1962, Juanita pasó información a la CIA sobre la existencia de cohetes soviéticos esparcidos en territorio cubano.

En septiembre de 1962, durante una visita realizada a México, Juanita es interrogada por su amiga brasileña y enlace de la CIA, Virginia Leitao da Cunha, sobre los rumores de la instalación de armas nucleares soviéticas en la isla.

"No es un secreto", le responde Juanita, "que por lo menos en Sagua la Grande, Guanajay [ sur de La Habana] y San Cristóbal [Pinar del Río] algo están haciendo".

En el relato, le informa que el Hospital Naval de La Habana se había convertido en "un centro hospitalario para rusos".

Tras producirse la muerte de su madre, Lina Ruz, en agosto de 1963, Juanita se sintió desprotegida ante la vigilancia de sus hermanos en momentos en que arreciaban sus actividades contrarrevolucionarias.

La decisión de la CIA de sacarla de Cuba sobrevino poco después en una carta enviada por Virginia y coincidió con el recrudecimiento del control de la inteligencia castrista sobre sus acciones.

Según el relato, Raúl Castro vino a verla a su casa con un abultado expediente del G-2 respecto a sus acciones contrarrevolucionarias. No se especifica si en la información contenida habían referencias a sus contactos con agentes de la CIA.

"Esto es una locura. Yo prefiero cerrar los ojos y no leer esto y creer que tú lo que eres es una muchacha medio loquita, con la boca suelta y nada más. De otra forma, si las cosas que dicen de ti fueran verdad, nuestra actitud sería diferente", le reprocha Raúl a Juanita en el libro. "Está de más decirte cómo está Fidel contigo".

Es entonces cuando Juanita aprovecha para decirle a Raúl que se irá a descansar un tiempo a México junto a su hermana Enma, y le pide su mediación para conseguir el permiso de salida del país.

A lo largo del libro, Raúl es presentado como una suerte de escudo protector de Juanita frente a sus conflictos con Fidel Castro.

Raúl accedió y se despidió de ella con un beso y un abrazo. Juanita abandonó Cuba definitivamente el 19 de junio de 1964.


El Nuevo Herald

http://www.elnuevoherald.com/212/story/574052.html

miércoles, 21 de octubre de 2009

EEUU: investigan a físico argentino por supuesto espionaje nuclear a favor del gobierno de Chávez


"Los secretos de la bomba de hidrógeno y la fusión láser pueden ser similares, y la investigación federal parece centrarse en saber si Mascheroni rompió leyes federales al discutir su láser propuesto con un hombre que se llamó a sí mismo representante del gobierno venezolano", revela The New York Times.

El diario The New York Times informa que agentes federales incautaron seis computadoras, dos cámaras, dos celulares y cientos de archivos de un físico argentino residente en Los Álamos, quien por décadas ha criticado la agenda nuclear norteamericana por considerarla equivocada.

Según el periódico norteamericano, el físico Leonardo Mascheroni, de nacionalidad argentina y naturalizado ciudadano norteamericano, expresó que se le dijo que la confiscación forma parte de una investigación policial sobre un posible caso de espionaje nuclear. Mascheroni se declaró inocente al respecto.

"Si yo fuera un espía, me hubiera ido del país hace rato", dijo Mascheroni en una entrevista telefónica.

Darrin E. Jones, un vocero del FBI en Alburquerque, dijo que el procedimiento -realizado el lunes pasado- es parte de una investigación federal en curso y que no podía dar más detalles.

El diario neoyorquino informa que Mascheroni fue despedido del Laboratorio Nacional de Los Álamos en 1988 y "desde entonces ha apoyado un innovador tipo de fusión láser, que busca aprovechar la energía que propulsa el sol, las estrellas y las bombas de hidrógeno".

"En los últimos años, ha ido repetidamente al Congreso norteamericano para cuestionar el manejo de los laboratorios y arsenal nucleares de Estados Unidos, alegando la necesidad de su láser para asegurar la fiabilidad del arma. En teoría, el láser de Mascheroni podría testear la fiabilidad de las armas, eliminando la necesidad de llevar a cabo explosiones subterráneas", agrega el artículo.

"Los secretos de la bomba de hidrógeno y la fusión láser pueden ser similares, y la investigación federal parece centrarse en saber si Mascheroni rompió leyes federales al discutir su láser propuesto con un hombre que se llamó a sí mismo representante del gobierno venezolano", revela The New York Times.

"Venezuela ha comenzado a realizar exploraciones de uranio, pero Hugo Chávez ha negado cualquier interés respecto al desarrollo de armas nucleares," agrega el periódico.

Según The New York Times, el físico de origen argentino dijo en una entrevista que él trataba de lograr el interés extranjero en su láser luego de que el Congreso norteamericano rechazara su petición de audiencia pública en el año 2007. Mascheroni agregó que el había escrito a diferentes instituciones inglesas, francesas y venezolanas, debido a su riqueza petrolera.

"Mascheroni comentó que el año pasado, un hombre que decía ser representante venezolano acordó pagarle u$s 800.000 por un estudio sobre el láser. Agregó que entregó el estudio desclasificado pero nunca recibió ningún dinero a cambio. Luego manifestó que nunca intento construir el láser en Venezuela, sino usar el interés de ese país para presionar al Congreso norteamericano y a la burocracia federal para que tomen seriamente sus ideas," revela el artículo.

Mascheroni dijo que los agentes del FBI le dijeron que este organismo atrapó al hombre hace dos semanas y encontró el estudio sobre el láser, originando la amplia confiscación de sus papeles y pertenencias. "Se llevaron 30 años de trabajo. Es horrible", dijo Mascheroni.

Según el artículo, el físico dijo que alrededor de 20 agentes arrasaron su casa de Los Álamos desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche del lunes, removiendo cerca de 50 cajas de archivos y papeles. El informe agrega que Mascheroni vive con su esposa Marjorie, quien trabajaba como escritora en el laboratorio de armas hasta que fue puesta en licencia administrativa ese mismo día.

"Se llevaron su insignia de identificación, así que no puede volver a su trabajo," expresó el físico argentino.

De acuerdo al relato de Mascheroni comentado por The New York Times, las autoridades federales lo han investigado por violaciones a la seguridad en dos oportunidades, de las cuales ha sido exculpado de todos los cargos.

El físico argentino finalmente agregó que consideraba que esos episodios negativos eran un acoso por sus opiniones francas y directas.


The New York Times

Jorge Giordani admite que el Gobierno naufraga


Algo inusual en la Venezuela de Hugo Chávez: emulando la autocrítica que introdujo (con cuentagotas) Raúl Castro sobre la anquilosada economía cubana, el ministro para la Planificación y Desarrollo venezolano, Jorge Giordani, dio la cara el lunes pasado en Caracas para entonar el mea culpa y admitir la inoperancia del régimen chavista para encarar la crisis. Un secreto a voces por fin oficializado desde dentro.


«Hay ineficiencia del Estado, eso es evidente, (pero) la ineficiencia en la gestión no sólo es en el Gobierno sino en el sector privado», dijo Giordani. Se desconoce si Giordani había calibrado el alcance de sus declaraciones.


La crisis global «claro que impacta en Venezuela porque es un país dependiente de la renta petrolera», prosiguió el todavía ministro, que admitió: «Nos emborrachamos con la subida de los precios» petroleros registrados en años anteriores.


«Se calculó el presupuesto para el 2009 en base a 60 (dólares el barril) y a mitad de año estábamos muy por debajo de 40 dólares (...). Surgió un espejismo especulativo y Venezuela tiene que vivir más de la producción y menos de las finanzas», sostuvo el ministro.


«Yo creo que Venezuela sigue viviendo una transición política y si en la política se ha avanzado muchísimo, no hay duda de que el aparato productivo no reacciona», indicó. Una forma sutil de insinuar que Chávez pisa el acelerador, aunque el país sigue estancado en aguas burocráticas.


El titular de la cartera de Planificación también abogó por una apertura de los mercados y reiteró que en el modelo de socialismo que se construye en Venezuela hay espacio para la inversión privada que quiera participar en la conformación de la nueva economía, que coloca a la persona por encima del capital.


La economía venezolana se contrajo un 1% el primer semestre de este año después de «22 trimestres consecutivos de crecimiento, y más de un año después de haberse iniciado la crisis financiera global», informó en agosto pasado el Banco Central de Venezuela.


La inflación ha continuado con la tendencia alcista que inició a mediados de 2007 y acumuló hasta el pasado septiembre un 18,5 por ciento, menos que el 21,8 por ciento que registró durante el mismo período de 2008, cuando cerró el año con tasa de 30,9 por ciento. Vienen tiempos difíciles para Venezuela.


La complicada situación económica está influyendo negativamente en los índices de criminalidad, que se han disparado.

Se desploma la popularidad de chávez


Sólo uno de cada cuatro venezolanos está satisfecho con lo que hace el líder caribeño con Venezuela. Los analistas creen que el régimen empieza a mostrar debilidad, tras más de 10 años en el poder. Según el diario caraqueño «El Nacional», el descontento se traduce en números adversos para la popularidad y el liderazgo del mandatario, que por primera vez está muy por debajo del histórico 60% que en promedio, con sus altos y bajos, había mantenido.


Para Alfredo Keller, de Keller & Asociados, la cifra actual es de 45% contra el 56% que concentraba a comienzos de año, mientras que para Datanálisis la cuota de respaldo es del 52% contra el 56% de inicios de año.


http://megaresistencia.com/megaresistencia/noticias/index.php/section-table/87-nacionales/1425-jorge-giordani-admite-que-el-gobierno-naufraga

¿Sería posible un golpe en EE.UU.?


Hasta los tradicionales partidarios de Obama criticaron su descarado apaciguamiento del régimen chino. ¿Tendrá temor de que le dejen de financiar sus monstruosos déficits?


“Un pacifista es alguien que alimenta un cocodrilo esperando que se lo coma al final”.
–-Winston Churchill

A su currículo carente de principios e inundado de traiciones, Barack Obama añadió otro defensor de la libertad con quien no le interesa continuar la tradicional amistad norteamericana. Se trata del Dalai Lama. La más vulnerable víctima de los tiranos socialistas. Los otros que fueron distanciados del estrecho círculo de amigos son los demócratas latinoamericanos e Israel.

Obama prefiere fortalecer sus relaciones con la dictadura China, antes que perpetuarse moralmente del lado del Tibet y la justicia. Por primera vez en 18 años, el presidente de Estados Unidos no se reunió con el Dalai Lama mientras éste visitaba Washington.

Los gestos políticos de BO son contundentes. Como buen socialista está del lado de las mayorías, así sea que éstas estén conformadas por asesinos totalitaristas, intolerantes opresores, terroristas y guerrilleros narcotraficantes, violadores de las leyes y los derechos humanos, criminales fanáticos religiosos, y otros sociópatas que conforman las izquierdas extremistas.

BO se considera el líder mundial de la progresía y desea contar con la venia de ellos para ostentar el rango del hombre más poderoso que jamás existió.

Al otorgarle el premio Nobel de la Paz, los noruegos están dándole un escudo de protección que aprueba ese comportamiento, en desmedro de la libertad, la seguridad y los valores occidentales.

Las contradicciones son irreconciliables. Aceptar el premio, implica asumir un compromiso. Obama no puede ser Comandante en Jefe del ejército más poderoso del mundo y al mismo tiempo jugar al pacifismo, cuando tiene desplazados más de 200.000 soldados en el frente.

O renuncia al premio, o a la presidencia. Obviamente no hará ninguna. Vergüenza y aceptación de incompetencia no son atributos progresistas. La dicotomía entre ambos títulos, será causa de indecisiones y conflictos que provocarán un mayor debilitamiento de la superpotencia.

Su jactancioso populismo apaciguador está poniendo en duda su lealtad hacia su país. Está arriesgando la seguridad de los Estados Unidos y la vida de sus tropas. Ese proceder puede llevar a algo que nunca se dio en Norteamérica: Un golpe de estado.

El columnista John L. Perry publicó en Newsmax un artículo que fue censurado y quitado del sitio, en el que hace referencia a esa remota, pero no descartable posibilidad para destituir al presidente. Perry aclara que si se da un golpe en Estados Unidos, no será como en el Tercer Mundo. Será un golpe civilizado.

Desde el punto de vista legal y militar, los oficiales norteamericanos juran “defender la Constitución de los Estados Unidos contra todo enemigo foráneo o doméstico”. No juran “obedecer las órdenes del presidente”.

BO está luchando una guerra no declarada contra sus propios servicios de inteligencia y sus Fuerzas Armadas, a quienes no les está brindando el soporte que precisan. Los militares ven la posibilidad de que se abran nuevos frentes de batalla en distintos lugares, sin que se encuentren prestos para reaccionar a tiempo.

Las tropas en Medio Oriente se sienten casi abandonadas a su suerte, ya que Obama se resiste a enviar los refuerzos necesarios, mientras se incrementan el número de bajas norteamericanas. BO dijo: “No estoy interesado en la victoria”.

¿Qué ocurrirá si pierde la guerra en Afganistán y el arsenal nuclear pakistaní cae en manos del islam radical?

Los oficiales norteamericanos no obedecen a consignas políticas. Muchos estarán pensando en alternativas inusuales de acción, para devolverle a Estados Unidos su preponderancia económica y militar, frente a la imprudencia y megalomanía del presidente.


Por José Brechner

Diario de América


EL TOTALITARISMO Y LA NATURALEZA HUMANA: CÓMO Y POR QUÉ FRACASÓ EL COMUNISMO


EL TOTALITARISMO Y LA NATURALEZA HUMANA:
CÓMO Y POR QUÉ FRACASÓ EL COMUNISMO

Los diez factores psicológicos que hacen incompatibles al hombre y al marxismo

Por: Carlos Alberto Montaner
Conferencia pronunciada en Madrid el 21 de febrero de 2005 dentro del ciclo “La revolución de la libertad” convocado por FAES en el Aula Magna de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU

PALABRAS INICIALES PARA CELIA HART


Hace algunas semanas Celia Hart volvió a aludirme públicamente. Celia Hart es la hija trotskista de Armando Hart y Haydee Santamaría. Estudió Física en Alemania, pero aparentemente su verdadera vocación es el activismo ideológico y postula sus ideas con energía y cierta inteligencia. Creo que sus palabras fueron pronunciadas en uno de esos pintorescos actos bolivarianos convocados por el chavismo para estimular el Armagedón planetario que supuestamente se avecina y que a ella tanto le entusiasma. Algo perfectamente natural, pues el principal rasgo del trotskismo que la señora Hart defiende ,la búsqueda afanosa de una revolución comunista mundial que le haga frente a las democracias capitalistas hasta su total extinción, coincide tangencialmente con el vago proyecto político del ex coronel golpista venezolano. Por otra parte, Doña Celia, probablemente con razón, está convencida de que el socialismo no puede sobrevivir en un solo país, así que su instinto totalitario la lleva a proponer la proliferación del sistema que impera en Cuba desde hace 46 años para lograr la salvación del castrismo, hoy en claro peligro tras la debacle de la URSS.

El problema, claro, es que el comunismo, a corto o largo plazo, no puede sobrevivir ni en un país ni en veinte: es, sencillamente, inviable. En 1988 medio planeta era comunista, con la Unión Soviética y una decena de satélites europeos a la cabeza. Hoy, con convicciones comunistas, sólo quedan en pie, y muy maltrechos, los gobiernos de dos pequeños manicomios caudillistas, minuciosamente magullados por el llamado “socialismo real”: Cuba y Corea del Norte. China y Vietnam, mientras tanto, mezclando modos capitalistas de producción, incluida la propiedad privada, con el partido único y el militarismo, han evolucionado hacia el fascismo. Comenzaron invocando a Lenin y acabaron por descubrir a Mussolini. Sólo que ya se sabe que, eventualmente, ese fascismo asiático, brutal y eficiente, como ocurrió en Corea del Sur y en Taiwán, de la mano de las grandes potencias occidentales acabará desplazándose progresivamente hacia comportamientos democráticos y plurales mucho más amables con los seres humanos. Es cuestión de tiempo.

Pensé responderle puntualmente sus palabras a la señora Hart, pero he preferido, como dicen los viejos retóricos, “negar la mayor”. Es decir, explicar por qué el comunismo es inviable. La oportunidad la tuve hace unos días, en un ciclo de conferencias convocado en una universidad madrileña por FAES, una prestigiosa fundación de corte liberal que preside José María Aznar, titulado “La revolución de la libertad”. Mi charla ?precedida por valiosas reflexiones de Francis Fukuyama, Helmult Kohl y otros expositores? tuvo un título largo, pero transparente: El totalitarismo y la naturaleza humana: cómo y por qué fracasó el comunismo. A lo que agregué, para que no hubiera duda, un subtítulo aún más puntilloso: Los diez factores psicológicos que hacen incompatibles al hombre y al marxismo.

Un último comentario antes de entrar en materia: la señora Hart, tras justificar el terrorismo revolucionario, promete esperarme en Cuba con un rifle en la mano, dispuesta a matarme, si es que alguna vez el régimen cubano corre el riesgo de desaparecer. En realidad, no creo que deba cometer un crimen tan censurable que, francamente, no casa con su rostro amable. Yo, por mi parte, ni siquiera intentaría defenderme. Tengo una hija de su edad y me horrorizaría hacerle daño. Si el destino me depara el privilegio de volver a Cuba para colaborar en el desmantelamiento de ese infinito calabozo, lo haría sin otra arma que la computadora portátil y sin otro propósito que acudir a defender el derecho de todos los cubanos ?incluida la señora Hart? a expresar sus creencias libremente y a organizarse de acuerdo con los ideales e intereses que les parezcan razonables.

Más aún: mi más recurrente ilusión es poder inducir comportamientos pacíficos y respetuosos en la conducta pública de los cubanos. Ha sido el culto por la violencia ?junto a unas cuantas ideas descabelladas? lo que nos ha precipitado en este hueco negro de la historia, con miles de fusilados y ahogados en el Estrecho de la Florida, en medio de una permanente crispación que ha convertido a nuestro país en una sociedad áspera y desagradable de la que millones de personas quisieran huir si tuvieran adónde y cómo. Hay que reivindicar, pues, la cordialidad cívica. No es necesario coincidir con el adversario, tenerle afecto, y ni siquiera buscar consensos. Basta con respetarlo y tratarlo decorosa y dignamente. Las sociedades que tienen ese tipo de conducta son las que prevalecen. Por no ser así, entre otras razones, algún día, quizás pronto, el comunismo desaparecerá de Cuba. Ahora entremos en materia.

A principios de la década de los noventa viajé a Moscú en varias oportunidades. El mundo había sido testigo de dos sucesos asombrosos: la pacífica desintegración de la URSS y la disolución por decreto del partido comunista más grande y fuerte del planeta. Ya gobernaba Boris Yeltsin, con quien, a su paso por Estados Unidos, había compartido una interesante mañana en la que pude darme cuenta del increíble nivel de confusión e improvisación que existía en los altos mandos del Kremlin y el intenso miedo que este político, nacido en los Urales, en los confines de Europa, sentía a ser ejecutado por el KGB.

Curiosamente, el entierro de la URSS podía verse como una victoria del nacionalismo ruso, que juzgaba ese desmembramiento como una suerte de deseada liberación que libraba a Moscú de un rosario de incosteables sanguijuelas. Sólo Cuba, en el remoto Caribe, le había costado a los rusos más de cien mil millones de dólares en inútiles subsidios a lo largo de varias décadas. ¿Qué sentido tenía continuar sosteniendo a la Nicaragua sandinista, agregar a la lista de satélites la Etiopía de Mengistu y la Angola revolucionaria, o insistir en la guerra colonial de Afganistán? Entonces se repetía una audaz frase que sintetizaba esta pragmática posición política: “hay que liberar a Rusia de la URSS”. Al fin y al cabo, aún podándole las adherencias imperiales, Rusia seguía duplicando en tamaño a cualquiera de las otras grandes naciones de la tierra: Estados Unidos, China, Canadá, Brasil o la India. El mundo veía a los soviéticos como verdugos, mientras los rusos, en cambio, se percibían como víctimas de una ideología que había hipertrofiado el perímetro de sus responsabilidades económicas y militares en perjuicio del bienestar de la propia población eslava.

Pero tal vez más sorprendente aún que la incruenta cancelación del imperio soviético fue el dócil comportamiento del PCUS: sus veinte millones de miembros acataron la orden de disolverse sin protestar, y el país de Lenin, el país de la “gloriosa Revolución de Octubre”, meca y mito de todas los revolucionarios radicales del siglo XX, a una sorprendente velocidad enterró los dogmas y doctrinas marxistas-leninistas con un universal gesto de fatiga.

En ese viaje a Moscú, tras entrevistarme con el canciller Andrei Kozirev y el vicecenciller Georgi Mamedov para hablar de los inevitables asuntos cubanos, por medio del escritor Yuri Kariakin, un gran especialista en Dostoievski y en Goya, concerté un encuentro con Alexander Yakovlev, un personaje que ya estaba fuera del gobierno, ex embajador de la URSS en Canadá, y tal vez el principal consejero e ideólogo de Mijail Gorbachov. Quería escuchar en su propia voz una explicación coherente sobre el proceso que había liquidado el sistema comunista en la nación que por primera vez lo puso en práctica.

En ese momento Yakovlev era el funcionario clave de una fundación creada por Gorbachov, e irónicamente nos recibió en el enorme despacho que había ocupado Mijail Suslov hasta su muerte, ocurrida en 1982. Suslov había sido el implacable defensor de la ortodoxia comunista, el Torquemada de mano dura contra cualquier desviación de la obediencia al Kremlin, ya fuera el trotskismo, el titoísmo o la revuelta húngara de 1956. Si existía un símbolo del drástico cambio ocurrido en la URSS era que Yakolev estuviera sentado exactamente en el lugar que, en su momento, ocupara el temido Suslov.

Un sistema contrario a la naturaleza humana
La historia que me contó Yakovlev merece ser repetida. Este héroe de la Segunda Guerra mundial, miembro prominente del Partido, a principios de la década de los setenta se atrevió a escribir que el comunismo soviético arrastraba un perverso componente de la historia zarista que lo llevaba a ejercer la violencia indiscriminada contra la sociedad, lo que, a su vez, impedía el desarrollo de la URSS en todo su enorme potencial.

Tal vez para impedir que ese peligroso juicio se contagiara a otros camaradas, el entonces premier Leonid Breznev, quien poco antes, tras la invasión a Checoslovakia de 1968, había formulado la doctrina imperial que le concedía al PCUS el derecho a decidir dónde y cuándo desplegar los tanques para preservar el comunismo en el planeta, que era tanto como asignarle a la URSS el derecho al uso indiscriminado de la violencia a escala internacional, le procuró a Yakovlev un exilio dorado, nombrándolo embajador en Canadá, lejos de las intrigantes camarillas del Kremlin.

Pero el destino, como en el reino de Serendip, a veces desemboca en el lugar exactamente contrario al procurado. Sucedió que un día llegó a Canadá en viaje oficial un joven técnico en desarrollo agrario, prometedora estrella del Partido Comunista, el señor Mijail Gorbachov, y se reunió con su embajador Alexander Yakovlev, y estuvieron conversando durante varios días, tal vez porque la misión de Gorchachov se prolongó más de lo previsto, o tal vez porque el avión de Aeroflot, la línea aérea soviética, se averió más de lo acostumbrado.

Es muy aleccionador pensar que aquellas pláticas amables pero apasionadas entre dos personas inteligentes, que podemos imaginar humedecidas por un buen vodka ruso, sin que nadie lo supiera, y sin que los interlocutores lo sospecharan, cambiaron el rumbo de la humanidad. Anécdota que nos recuerda la fragilidad de esa futurología mecanicista basada en el acopio de información económica o en las predicciones de los expertos. Fue allí y entonces, aparentemente, donde Gorbachov se convenció de que el comunismo era reformable si se eliminaba ese doloroso componente de violencia que impedía el libre examen de los problemas. Fue allí y entonces donde dos comunistas patriotas se persuadieron de que sabían exactamente qué hacer para que el país más grande del mundo se convirtiera, además, en el más rico, feliz y desarrollado.

Era necesaria la reforma, la luego tan mentada perestroika. Pero para que la reforma diera sus frutos, había que quitarle las cadenas al juicio crítico: eso era la glasnost, la transparencia sin consecuencias ni represalias, la recuperación de la verdad como instrumento de análisis y corrección de los males. Si a la planificación colectivista y a la búsqueda de la justicia distributiva inherentes al marxismo se agregaba la libertad, el comunismo –concluyeron Yakovlev y Gorbachov– se convertiría en un modelo imbatible para lograr la felicidad de los pueblos.

Andando el tiempo, de un modo casi mágico las cartas fueron cayendo ordenadamente sobre la mesa: tras la muerte de Breznev, lo sucedió en el cargo Yuri Andropov, un reformista moderado y prudente, ex jefe del KGB y amigo de Gorbachov, quien de la mano de su poderoso protector ascendió unos peldaños dentro de la burocracia soviética. Pero en 1984 murió Andropov y, en lo que parecía ser un retroceso, fue elegido Konstantin Chernenko, un “duro” de la época de Breznev –fue su jefe de gabinete–, mas llegó al poder a los 74 años, ya enfermo de muerte.

Apenas un año más tarde, en efecto, Chernenko murió, y es muy probable que ese hecho haya convencido a la nomenklatura soviética de la necesidad de estabilizar la autoridad eligiendo a un líder razonablemente joven y saludable capaz de dirigir al país durante un largo periodo. Fue en ese punto en el que Mijail Gorbachov entró en la historia por la puerta grande. Sólo tenía 53 años y proyectaba una imagen vigorosa. Con él traería de la mano a Yakovlev, y lo colocaría al frente del aparato de propaganda para defender el novomyshlenie o nuevo pensamiento.

Los hechos que siguieron son más o menos conocidos. Gorbachov comenzó por continuar las reformas emprendidas por Andropov, y entre ellas la de racionar el alcohol o aumentarlo significativamente de precio, dado que este vicio supuestamente debilitaba la capacidad productiva del país –una campaña en la que ya había fracasado el bueno de Nicolás II, último zar de Rusia–, pero lo verdaderamente decisivo fue la tolerancia con espacios de libertad crítica que fueron aumentando de manera imparable en círculos cada vez más amplios. Poco a poco, los comentarios negativos dejaron de limitarse a los problemas concretos de la economía y se empezó a cuestionar la esencia del sistema soviético y los dogmas marxistas-leninistas. Todo ello llegaba acompañado de una aguda crisis de producción y abastecimiento, pero Gorbachov, lejos de amilanarse, extendió su voluntad de reformas al campo de los satélites europeos. Finalmente, en octubre de 1989 cayó el Muro de Berlín y una tras otra casi todas las naciones de Europa central fueron abandonando el comunismo y el campo soviético.

¿Por qué Gorbachov –les pregunté a Yakovlev y a Kariakin, ambos conocedores íntimos del personaje–, pese a su temperamento enérgico, no intentó frenar la descomposición de la URSS y del llamado campo socialista? La respuesta que entonces me dieron me sigue pareciendo convincente: porque en la psicología profunda de Gorbachov, o en eso a lo que llamamos “carácter”, había un elemento genuino de aborrecimiento de la violencia. Gorbachov no ignoraba que se estaba desintegrando el mundo parido por Lenin a partir de 1917, pero sabía que para mantenerlo sujeto era indispensable sacar el Ejército Rojo a las calles y matar varios millones de personas. Seguramente es lo que hubieran hecho Stalin, Kruschov o Breznev, pero él era demasiado compasivo para ordenar una carnicería de esa magnitud.

Tras la descripción histórica de los hechos, que consumió casi toda la entrevista, le hice a Yakovlev una pregunta final: ¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo? Se quedó pensando unos segundos y me dio una respuesta probablemente correcta, pero que hay que abordar con cuidado y en extenso: “porque –me dijo– no se adaptaba a la naturaleza humana”. Las reflexiones que siguen van encaminadas a explorar esa premisa, aunque se hace necesario cierto rodeo previo.

II: El marxismo y sus fracasos
En realidad, hay un primer elemento de bulto, extraído del método científico, que indica que, en efecto, hay algo en el sistema comunista que invariablemente conduce al fracaso. Cuando llevamos a cabo un experimento en un laboratorio, y luego podemos repetirlo en las mismas condiciones y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por la otra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos, y realizamos el mismo experimento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados, la conclusión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada. Test, por cierto que el propio Marx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach, firmado junto a Engels, en el que el pensador alemán afirmaba: “el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico.”

Apliquemos, pues, ese criterio de Marx a la experiencia comunista. La premisa marxista establecía que al eliminar la propiedad privada y planificar la producción se produciría una mejoría intensa del modo de vida físico y espiritual de las personas hasta alcanzar una sociedad justa, equitativa, feliz, y en la que no estuviera presente la violencia coactiva del Estado porque éste habría desaparecido. Se llegaría a una sociedad en la que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes porque la convivencia entre los seres humanos estaría basada en una forma de espontáneo altruismo capaz de armonizar fraternalmente las necesidades e intereses de todas las personas. Esta premisa se sustentaba en los supuestamente providenciales hallazgos de Karl Marx en el terreno histórico, filosófico y económico que Engels sintetizó hábilmente en la oración fúnebre que le dedicara en 1883, en el momento de su muerte, y que cito textualmente:

“Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”.

Engels pudo agregar que Marx también trató de explicar la crisis final del capitalismo como resultado de una superproducción creciente, producto de la falta de planificación, dado que cada codicioso empresario ocultaba sus planes particulares a la competencia, acumulando stocks invendibles que generarían grandes masas de desempleados o de asalariados remunerados con sueldos decrecientes, provocando con ello una catástrofe económica que sumiría a los trabajadores en una espiral de progresiva miseria que no podía tener otro fin ni otro destino que la revolución mundial para terminar con ese criminal modo de explotación. Llegado ese punto, los obreros y campesinos –pero especialmente los obreros, que eran los sujetos históricos que habrían adquirido “conciencia de clase”? destruirían los Estados burgueses y los sustituirían por “dictaduras del proletariado” provisionales hasta alcanzar el fabuloso mundo prometido por los marxistas.

Provistos de estas fantásticas ideas, que a ellos les parecían “científicas”, aunque sólo eran hipótesis dudosas que casi inmediatamente comenzaron a ser desmontadas por otros pensadores –como Eugen von Böhm-Bawerk, quien ya en 1896 pulverizó la teoría del valor de Marx y sus postulados sobre la plusvalía–, en diversas partes del planeta numerosos reformadores sociales, llenos de buenas intenciones, sin esperar a la crisis final del capitalismo, encontraron una justificación para recurrir a la violencia, dada la santidad de los fines que se perseguían. Así las cosas, desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, surgieron figuras como Lenin, Trotski, Stalin, Kruschev, Tito, Enver Hoxha, Todor Zhivkov, Fidel Castro, Che Guevara, Georgi Dimitrov, Nicolás Ceaucesu, Mao, Tito, Walter Ulbricht, Kim Il Sung, Pol Pot y otras varias docenas de líderes que compartían un prominente rasgo biográfico: todos ellos se entregaron abnegadamente a una causa política por la que padecieron persecuciones y sufrimientos, y por la que arriesgaron la vida en numerosas oportunidades. Sin embargo, ese no era el único elemento que los unificaba: todos ellos, cuando ejercieron el poder dentro del sistema comunista, lo hicieron cruelmente, asesinando y encarcelando a millones de personas, acusándolas de traición, de rebelión o de simple desobediencia, cuando en la infinita mayoría de los casos se trataba de personas simplemente desafectas que sostenían puntos de vista diferentes o eran ex camaradas desengañados con las ideas marxistas.

La represión brutal, pues, no parecía una aberración del sistema sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad extraña a los valores y expectativas de las personas. Los revolucionarios rusos llegaron al poder en 1917, y un año más tarde Lenin ya daba la orden de crear “colonias penales” y de utilizar una feroz represión contra mencheviques, kadetes, o cualquier fuerza acusada de simpatizar con los reformistas de Kerenski, tarea en la que Trotski colaboró con criminal energía, como recuerdan los historiadores que se han ocupado de la matanza de los marinos de Kronstand. Pero las instrucciones de Lenin iban más allá todavía: era importante castigar indiscriminadamente, incluso a inocentes, para que nadie se sintiera seguro y todos obedecieran. Era el principio del Gulag que luego Stalin continuaría con entusiasmo vesánico hasta dejar varios millones de muertos en las cunetas y calabozos, baño de sangre al que añadiría los juicios públicos a comunistas acusados de colaborar con el enemigo, farsas que solían culminar con la autoconfesión de crímenes nunca cometidos, gritos de militancia revolucionaria y la posterior descarga de los fusiles y el tiro en la nuca.

Naturalmente, no hay nada desconocido en esta rápida descripción del terror comunista en las primeras tres décadas de su implantación en la URSS, pero a donde quiero llegar es a la siguiente observación: exactamente eso, o algo muy parecido, ocurrió luego en Bulgaria y en Rumanía, en Checoslovaquia y en Hungría, en China y en Corea del Norte, en Cuba y en Etiopía. Donde quiera que se implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerables cárceles, las torturas, los juicios públicos, los siempre vigilantes cuerpos de delatores, la paranoica policía política, permanentemente dedicada a la búsqueda de traidores contactos con el exterior, los pogromos, los atropellos sin límite, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, a veces, étnicas, y el control total de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, porque el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria.

Daba exactamente igual que el proceso lo dirigiera un abogado cubano como Fidel Castro, educado por los jesuitas, un ex seminarista cristiano como Stalin, un maestro como Mao, un militar como Tito o un afrancesado y tímido burgués como Pol Pot. No era una cuestión de personas sino de ideas y de métodos: todos no podían ser psicópatas malignos. No había diferencia en que se tratara de regímenes impuestos por el ejército soviético, como ocurrió en varios países de Europa central, o que fueran el resultado de revoluciones, guerras civiles o golpes autóctonos, como en Albania, Cuba, China o Etiopía: el resultado ?admitidas algunas diferencias de grado más que de fondo? acababa por ser muy parecido, como si la implantación del comunismo inevitablemente trajera aparejada una sanguinaria manera de maltratar a los seres humanos.

¿Por qué esa cruel fatalidad? ¿Cómo personas bien intencionadas, altruistas, que creen dedicar sus vidas a la redención de sus conciudadanos, incurren en esas monstruosidades? Seguramente, porque sacrificaban cualquier juicio moral con relación a los medios que utilizaban con tal de alcanzar los fines que se habían propuesto. Eso se ve con toda claridad en un párrafo clave del Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental –un cónclave planetario de guerrilleros, terroristas y radicales comunistas de medio mundo congregado en La Habana en 1966– enviado por el Che Guevara, quien entonces preparaba su aventura boliviana, en el que el médico argentino reivindicaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y selectiva máquina de matar”. Odiar y matar a los enemigos era exactamente lo que debía hacer el revolucionario en nombre del amor a la humanidad, y por ello no debía sentir la menor vacilación o pena.

Esta fanática certeza en las creencias comunistas que ha convertido a Stalin, al Che, a Pol Pot y a tantos revolucionarios en criminales políticos, tiene, además, dos consecuencias nefastas. Por una parte, los lleva a crear un lenguaje compatible con el odio, inevitablemente precursor de la agresión. Los adversarios ideológicos son siempre “gusanos”, “apátridas”, “vendepatrias”, “lamebotas del imperialismo”, es decir, una gentuza infrahumana que se puede suprimir sin contemplaciones con un balazo en la cabeza o se puede internar para siempre entre rejas, como se hace en los zoológicos con los animales peligrosos. La segunda consecuencia de esta actitud dogmática es el autismo moral. En general, quienes permanecen fieles a las creencias comunistas se cierran totalmente a otros estímulos intelectuales críticos o a proposiciones más razonables, enterrando la cabeza en la arena, como afirman que hacen los avestruces cuando se sienten en peligro.

¿Cómo seguir creyendo en el análisis económico marxista tras la refutación impecable de Bohm-Bawerk y otros miembros destacados de la Escuela austriaca? ¿Cómo insistir en las bondades de la planificación centralizada cuando Ludwig von Mises, ya en 1922, en su obra Socialismo demostró la imposibilidad del cálculo económico en sociedades complejas, el valor de los precios como un sistema de señales y el mercado como la manera menos ineficiente de asignar recursos, prediciendo, de paso, el inevitable fracaso del entonces incipiente experimento soviético? ¿Cómo sostener el materialismo dialéctico y la superstición de que la historia se comporta de acuerdo con las leyes supuestamente descubiertas por Marx tras ponderar las reflexiones de Karl Popper sobre el historicismo? ¿Cómo insistir en la culpabilización de Occidente si se ha leído con detenimiento El opio de los intelectuales de Raymond Aron o los seminales ensayos de Isaiah Berlin? ¿Cómo no coincidir con Hayek cuando advierte que el camino socialista conduce a la servidumbre, con Hanna Arendt cuando explica los tortuosos mecanismos que destruyen el equilibrio emocional en los regímenes totalitarios y generan ese odioso sentimiento de indefensión con que ese tipo de omnipresente dictadura castra y marca a los ciudadanos?

Los marxistas, prisioneros de una injustificada arrogancia intelectual, para poder insistir cómodamente en sus errores descalificaban las observaciones de sus adversarios sin necesidad de conocerlas, o recurrían a una obscena aspereza en el lenguaje, siempre encaminada a tratar de destruir a los autores, no a sus ideas, y muy especialmente cuando se referían a personas de izquierda o ex comunistas que habían escapado de la secta y contaban sus valiosas experiencias como Arthur Koestler, Andre Malraux, Albert Camus, George Orwell, John Dos Passos, Octavio Paz, Joaquín Maurín, Eudocio Ravines, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Jorge Semprún y otras varias docenas o quizás centenares de valiosos intelectuales y pensadores desencantados con la praxis marxista-leninista, invariablemente calificados de agentes de la CIA, de asalariados de Wall Street o, más genéricamente, de “lacayos al servicio del imperialismo”.

Otras circunstancias, los mismos resultados
¿Sería acaso un problema cultural? ¿Habría tal vez culturas más proclives a ejercer la violencia o a aceptar la tiranía y otras en las que el comunismo podía arraigar de manera más suave y natural? No parece. El comunismo se intentó en el enorme imperio ruso en el que coincidían cien pueblos distintos; en la Alemania del Este, corazón de Europa, desarrollada y culta; en Checoslovaquia y Hungría, dos fragmentos gloriosos del viejo Imperio Austro-Húngaro; en el mosaico Yugoslavo; en la Albania culturalmente desovada por Turquía; en China, en Vietnam, en Camboya, en Corea del Norte; en Cuba y Nicaragua; en el Africa negra de Angola y Etiopía. Y en todos fue un desastre. Se intentó en pueblos de raíz greco-cristiana, como Rusia, Bulgaria y Rumanía; en pueblos católicos, como Hungría, Cuba o Nicaragua; en pueblos cristiano-protestantes, como Alemania o Checoslovaquia; en pueblos islamizados como Albania, ciertas porciones de Yugoslavia y algunas repúblicas del Turquestán soviético; en otros de tradición confusiana, budista y taoísta, como China, Camboya, Vietnam y Corea del Norte. Y en todos fracasó. Lo ensayaron sociedades de origen eslavo, germánico, chino, subsahariano, latino, hispanoamericano, escandinavo y turcomano, y todas concluyeron en el desastre, el abuso, la pobreza y la mediocridad. Un fracaso del que sólo conseguían salvarse abandonando el sistema, o del que todavía hoy intentan huir mixtificándolo con medidas carácterísticas de las sociedades occidentales tomadas de la economía de mercado.

Pero, ¿cómo y por qué podemos afirmar que se trata de experimentos fracasados? ¿No habla la propaganda comunista de sociedades dotadas de extendidos sistemas de salud y educación, en las que no existe el desempleo y todas las personas disfrutan de unos bienes mínimos, suficientes para sostener una vida feliz? Naturalmente, éxito y fracaso son siempre juicios relativos, pero, como en los laboratorios, contamos con experimentos de control y contraste que nos permiten calificar de total desastre la experiencia comunista: tras la segunda guerra mundial varios países y sociedades homogéneas se dividieron en los dos sistemas antagónicos que durante medio siglo disputaron la Guerra Fría. Hubo dos Alemanias, dos Coreas, y dos o varias Chinas: la continental, Taiwan, Hong Kong, e incluso Singapur. Hubo una Austria neutral en la que se instauró la democracia y se insistió en la economía de mercado, mientras Hungría y Checoslovaquia –los otros dos grandes fragmentos del viejo Imperio Austro-Húngaro– quedaban tras el telón de acero.

La comparación de los resultados no ha podido ser más humillante para el sistema comunista. Alemania Occidental, Austria, Corea del Sur, las Chinas capitalistas, se desarrollaron mucho más eficaz y humanamente, desplazándose hacia formas de convivencia cada vez más democrática y respetuosa de los derechos civiles, como sucediera en Taiwán y en Corea del Sur, convirtiéndose en un poderoso polo de atracción para quienes tuvieron la desgracia de quedar al otro lado de los barrotes. Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y no estaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia de los pueblos. Nadie saltaba el muro en dirección del Este. Los chinos que lograban huír pedían asilo en Taiwan o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisioneros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no ser devueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lo largo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros y emigrantes. Los estados comunistas, como observara la profesora y diplomática norteamericana Jeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallas no para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos, y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en que se desplazan los migrantes.

¿Sería, acaso, un problema de recursos materiales? Tampoco: resultaba evidente que el comunismo fracasaba en todas las circunstancias materiales posibles, aún cuando tuvieran enormes posibilidades de triunfar. La URSS contaba con inmensos recursos naturales, mayores que los de cualquier otro país. Ucrania había sido el granero de Europa hasta la Primera Guerra mundial. Bulgaria y Rumanía tenían una buena experiencia en el terreno agrícola. Alemania del Este, Checoslovaquia y Hungría poseían una antigua tradición industrial y científica, y podían exhibir un copioso capital humano formado en notables universidades. Todos esos países crearon un mercado común articulado en torno al COMECON –la respuesta soviética al Plan Marshall y a la Comunidad Económica Europea– y coordinaban sus esfuerzos económicos, financieros e investigativos. No obstante, todos esos factores positivos no eran suficientes para generar riqueza, tecnología o avances científicos en la cuantía en que Occidente lo lograba, y, visto ya con cierta perspectiva, resulta casi inexplicable que, con ese inmenso potencial a su servicio, el bloque comunista no haya sido capaz de originar siquiera una sola de las grandes revoluciones tecnológicas del siglo XX: la televisión, la energía nuclear, los antibióticos, la biotecnología, los vuelos supersónicos, los transistores o la computación. Sólo en un aspecto, el de carrera espacial, los soviéticos tomaron la delantera por un corto periodo tras el sputnik lanzado en 1957, pero ese episodio más bien parecía un subproducto de la cohetería militar, una industria favorecida por el Kremlin, donde también habría que inscribir la impresionante actividad espacial posteriormente desplegada por Moscú. No obstante, todavía existía una coartada final para no admitir que el marxismo partía de una serie de errores intelectuales originales que conducían al fracaso a todos los líderes, en todas las culturas y hasta en las más prometedoras circunstancias materiales: y ese pretexto era la idea de que existía un “socialismo real” que fracasaba por errores humanos en su torpe implementación y no por el carácter equivocado de los planteamientos originales. Se negaban a aceptar, entre otras evidencias, la melancólica observación de Yakovlev: el comunismo, sencillamente, no se adapta a la naturaleza humana. Exploremos ahora las razones de esta esencial incompatibilidad.

III: La naturaleza humana
Durante buena parte de los siglos XIX y XX, psicólogos, sociólogos, filósofos y biólogos discutieron apasionadamente sobre la esencia de la naturaleza humana. El núcleo del debate era muy escueto: unos opinaban que, fundamentalmente, el hombre era el resultado de la influencia externa, mientras los otros se decantaban por explicarlo como consecuencia de factores genéticos. Por un tiempo, un sector tal vez mayoritario del mundo académico, seguramente horrorizado por la experiencia del nazismo, negó con vehemencia que los seres humanos tuvieran instintos o tendencias innatas, y hasta se consideró “reaccionario” y “racista” suponer que la herencia y la biología jugaban un papel preponderante en la conducta de las personas.

No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, con la concesión del Premio Nobel en 1973 al etólogo austro-alemán Konrad Lorenz por las investigaciones y reflexiones volcadas en su libro On Agression, en medio de un agrio debate académico que dura hasta nuestros días, se fortaleció una especie de neodarwinismo que tuvo otro hito fundamental en los postulados de los sociobiólogos, capitaneados por Edward O. Wilson desde la publicación de sus libros Sociobiology (1975) y On Human Nature (1978). A partir de ese momento, fue creciendo exponencialmente el número y la importancia de quienes pensaban que los seres humanos, como todas las criaturas, estaban sujetos a las fuerzas de la evolución, lo que permitía explicar la conducta, los sentimientos y las actitudes como formas de adaptación a esa misteriosa urgencia de perpetuación de las especies que gobierna a todos los seres vivos. A esa visión neodarwiniana, en general contrapuesta a la postura de los científicos sociales más cercanos al marxismo, también se le llamó “funcionalismo”: la existencia de instituciones como el matrimonio y la familia, de creencias religiosas o de comportamientos agresivos frente a los extraños podían explicarse como estrategias innatas de supervivencia de nuestra especie, involuntariamente aprendidas y aprehendidas durante cientos de miles de años de constante evolución.

Si aceptamos esta premisa teórica, y si convenimos en que la clave del éxito en cualquier sociedad es el capital humano de que se dispone, sus virtudes cívicas, la disposición que muestre para el trabajo y la coherencia y adecuación entre el sistema de convivencia y los rasgos psicológicos de quienes deben habitarlo, ¿qué elementos de los planteamientos marxistas y del modelo de organización comunista del Estado contradecían la naturaleza humana y afectaban negativamente a la sociedad y, por ende, al proceso de creación de riquezas? A mi juicio, varios, todos ellos vinculados a la psicología profunda de la especie, y, para facilitar su comprensión, creo que vale la pena consignar diez de los más importantes, aunque lo haga de manera esquemática:

1. El colectivismo y la represión al ego
El más evidente de esos elementos contrarios a la naturaleza humana era la imposición violenta de diversas expresiones del colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis de las personas sanas. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y distinción personal ?uno de los grandes motores de la acción humana? en una suerte de conducta antisocial castigada por las leyes y estigmatizada por la moral oficial, olvidando que las personas necesitan fortalecer su autoestima mediante el reconocimiento social basado en la singularidad de sus logros. Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimientos iba acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones oficiales a los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista, pero la artificialidad de este sistema de premios, generalmente entregados en ceremonias ridículas, inevitablemente vinculados a la docilidad bovina de los elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social, vaciándolo totalmente de contenido emocional.

2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneo
El colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente negativa: decretaba la obligatoriedad de una especie de altruismo universal abstracto ?los obreros, la humanidad, el campo socialista?, mientras combatía el altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más íntimas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos: al desaparecer la propiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de elementos materiales que garantizaran su bienestar. Ese fuerte instinto de protección que lleva a padres y madres ?especialmente a las madres? a sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales en aras de sus seres queridos, quedaba prácticamente anulado por la imposibilidad material de transmitirles bienes. Era, pues, un sistema que inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamientos que más influyen en la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la búsqueda del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo asombrarse, pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo comunista cuando el sistema, generalmente impuesto por la violencia, suprimía las motivaciones más enérgicas que tienen las personas para trabajar con ahínco?

3. La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzos
Pero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos que debilitaban la voluntad de trabajar en las personas comunes y corrientes: el marxismo proponía como meta la lejana obtención de un paraíso siempre situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificio constante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de una recompensa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos, ignorando que, si algo se sabe con toda certeza en el terreno de las motivaciones, es que existe una relación directa entre el nivel de esfuerzo y la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más próxima se encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla. ¿Cuánto tiempo y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con entusiasmo un sistema que les negaba o aplazaba sine die una legítima compensación por sus desvelos?

4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común”
Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición de estímulos materiales asociados al esfuerzo personal, en todos los Estados comunistas se producía, además, un paradójico fenómeno que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de fortalecerse con el comunismo, fue desvaneciéndose hasta hacerse imperceptible. Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad oficial era que todo era de todos. La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, a nadie le importaba robarle al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas, o abusar sin contemplaciones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal combinación entre el despilfarro y la escasez propia del sistema.

En los Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los tractores, vehículos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a los trabajadores tenían una vida útil asombrosamente breve, acortada aún más por la permanente falta de piezas de repuesto, típica de las economías centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no conseguían asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado ?un ente opresor remoto e incómodo? no les pertenecía a ellas y no había razón para protegerlo. Esto se veía con claridad en el entorno urbano característico de las ciudades regidas por el socialismo, siempre sucio, despintado, mal iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, la más próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo no le alcanzaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra mundial. En La Habana, destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles oficiales al servicio de la nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los viejos coches de los años cuarenta y cincuenta, todavía en manos de particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferencia entre el destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar la ineficiencia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa característica le imponía a la sociedad.

5. La ruptura de los lazos familiares
Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de colaborar con el bienestar de la familia no parecían ser un producto fortuito de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuencia conscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos familiares con el objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran sujetos a la moral tradicional. De ahí las comunas chinas, las escuelas en el campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urbana durante la tiranía de Pol Pot: se trataba de romper bruscamente los vínculos de sangre para crear una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la transmisión de los valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los gobiernos comunistas se cantaban las glorias de los niños que vencían los prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatar a la policía política a sus padres o hermanos cuando estos violaban las normas de la doctrina.

Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad comunistas o, más genéricamente, “revolucionarias”. En Cuba, por ejemplo, desde los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con familiares “desafectos” o exiliados, y centenares de miles de familias interrumpieron sus vínculos tajantemente. Hijos, padres y hermanos, divididos por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de hablarse o escribirse. En los expedientes policíacos, en las planillas de admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía el dato peligroso: “el acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el exterior”. Otras veces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “el acusado mantiene relaciones con contrarrevolucionarios conocidos”. Mas esa brutal manipulación de las zonas afectivas de las personas tenía un alto costo emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado, y renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero secretamente se distanciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta mutilación de sus querencias.

6. Las instituciones estabularias
Consecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La participación estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las organizaciones de masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados, y en ninguna de esas instituciones oficiales las personas se veían realmente representadas. De forma contraria a la tradición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad, sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y represiva, disfrazadas de cauces artificiales de participación, aun cuando eran, en realidad, verdaderos establos en los que “encerraban” a los ciudadanos para lograr su obediencia. ¿Resultado de esa cruel estabulación de las personas? Un creciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la población, incapaz de sentirse representada y mucho menos defendida por un sector público percibido como extraño y ajeno.

7. Del ciudadano indefenso a ciudadano parásito
Sin embargo, el pecado comunista de someter a la obediencia a los ciudadanos mediante la coacción, y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse, ni crear riquezas por cuenta propia, traía implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivos parásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía proporcionarles, precisamente por las limitaciones que le había impuesto a la sociedad. Ese ciudadano indefenso se convertía entonces en un consumidor permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas reglas a que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con ello las normas éticas que deben presidir cualquier organización social justa y razonable.

8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia
En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de control social? Lo conseguían por medio de una desagradable sensación física omnipresente en las sociedades dominadas por el totalitarismo: mediante el miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado de la vivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterrorizantes pogromos. Miedo a las golpizas. Miedo a los paredones de fusilamiento. Sólo que el miedo, como todo refuerzo negativo ?afirmación en la que no se equivocan los psicólogos conductistas?, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes.

Entre ellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la ocultación. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el comunismo. Miente el Partido cuando defiende planteamientos que sabe falsos o inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre los resultados de la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios. Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente distorsionados. Mienten los militantes o los indiferentes cuando deben opinar sobre los logros supuestamente obtenidos, pero, lo que es aún más grave, todos, tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir porque en el sistema comunista, al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, sino nos lleva directamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades ?que en Cuba llaman de “doble moral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene dos caras de distintos colores?, se transforma en una fuente del cinismo más descarnado y destructor, terrible medio para la creación de riquezas, como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: “ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”.

9. La desaparición de la tensión competitiva
De forma tal vez previsible, un modelo de organización como el comunismo, que introduce en la sociedad unas artificiales tensiones psicológicas basadas en el miedo y en la permanente incoherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una tensión natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir.

En efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos de la convivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias personas, muy estudiado por la dinámica de grupos, en donde inconscientemente todos procuran establecer y colocarse dentro de una cierta jerarquía, hasta las competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsqueda del triunfo, las mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada.

Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones que existen son las diseñadas artificialmente por el Partido, y donde las iniciativas que se permiten son sólo las que emanan de la cúpula dirigente, los individuos creativos son casi siempre marginados y no encuentran campo para desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de industria”, como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo impetuosas hazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa cruelmente de la vida pública si consiguen hacerse peligrosamente visibles. Es muy probable que en países como la URSS o Checoslovaquia, donde había un alto nivel educativo, existieran personas como William Schockley, uno de los creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steven Jobs, padre del computador personal Apple, pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretas en sistemas sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por burocracias políticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa?

El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana, comparadas con las comunistas, se debe, en gran medida, a las inmensas posibilidades de actuación que tienen los individuos creativos donde existen libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional. Es muy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de mil inventos, y entre ellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante llamado Bill Gates haya creado un software ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero tan admirable como la obra de estas personas, es que vivían en sociedades que potenciaban el paso vertiginoso de la idea al artefacto y del artefacto a la empresa. Edison no sólo inventó la bombilla: además creó la empresa para distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó el lenguaje Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las computadoras personales, sino en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos creó una empresa, Microsoft, que en veinte años estaría entre las mayores del planeta. De ambos haber nacido en el mundo comunista, lo probable es que la creatividad y la energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se hubieran disuelto lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para destruir casi cualquier iniciativa espontáneamente surgida en su seno.

10. La necesidad de libertad
A esta represión del espíritu de competencia hay que agregar la fatal supresión de las libertades implícita en toda forma de organización social montada sobre la existencia de dogmas inapelables, como sucede con la escolástica marxista. ¿Por qué recurrir a la expresión “escolástica marxista”? Porque en el marxismo, como en el método escolástico medieval, las verdades ya son conocidas y aparecen consignadas en los libros sagrados de la secta escritos por las autoridades. En el marxismo lo único que les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos destacados, es confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como “Gran timonel”, “Máximo líder”, “Querido líder”, “Padre de la patria”, muestras todas de las formas más degradadas de culto a la personalidad.

Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedades modernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la de “ser que se informa constantemente”. No es una casualidad que el saludo más extendido en la especie humana es “¿qué hay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque el rasgo característico de la especie es la permanente transformación del medio en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que acechan y en las oportunidades que surgen.

Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para intercambiar información sin miedo , a glasnost, era el camino para aliviar los enormes problemas de la URSS, pero se equivocaron al creer que el sistema comunista era reformable. No lo era, como finalmente me admitió Yakovlev, porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso.

IV: Epílogo


Sólo que la evidencia no es suficiente para convencer a cierta gente de la inviabilidad del comunismo. Un profesor y amigo me contaba que había acudido a un país latinoamericano para dictar una conferencia sobre el fin del marxismo, pero a las puertas de la universidad lo esperaba una elocuente pancarta: “Marx ha muerto: ¡viva Trotski!”. Y así es: decenas de fracasos en otros tantos países y en diversas circunstancias, contemplados a lo largo de muchas décadas, no han bastado para convencer a algunas personas indiferentes a la realidad. ¿Por qué? Tal vez porque el marxismo, aunque falso, aporta un diagnóstico sencillo, elemental y comprensible de los males sociales, al alcance de cualquier persona, por limitada que sea su educación o por escasa que resulte su capacidad de análisis; tal vez, porque la disparatada terapia que propone posee esas mismas características. También, porque las utopías, causantes de las mayores catástrofes de la historia, son siempre seductoras para un porcentaje de la sociedad que prefiere delirar a observar y reflexionar. Sin embargo, el hecho de que algunas personas insistan en un error no es una forma indirecta de validarlo. Es, simplemente, una muestra de terquedad irracional, de la que hay otros miles de ejemplos en la historia. En todo caso, no olvido una triste observación que me hizo Yuri Kariakin, marxista en sus años mozos y demócrata en su vejez, mientras esperábamos a Yakovlev: “¡Qué raro y desproporcionado es el marxismo! Durante nuestra juventud ,me dijo, en pocos días nos llenamos la cabeza de porquerías e insensateces ideológicas, pero luego nos toma muchos años sacarlas del cerebro”. Hay gente que no lo consigue nunca.


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