Los históricos y sonados fracasos de las naciones que han basado su crecimiento en la hegemonía del Estado como motor de la economía han desembocado irremisiblemente en la visión contemporánea que propone la eliminación de esa aberrante intervención en los distintos escenarios.
Aunque un puñado de gobernantes iluminados -representantes del socialismo del S XXI- persista en mantener y aplicar férreamente dicha tesis por la vía de la política fiscal, monetaria o sectorial; de la producción o la prestación de servicios, es un hecho constatado que el Estado se ha mostrado del todo incapaz para sustituir el orden establecido por las leyes del mercado y la organización del trabajo, constituyendo un verdadero lastre para el desarrollo económico de las naciones.
En este sentido han sido especialmente llamativas -por lo que tienen de grotescas y contradictorias- las declaraciones realizadas recientemente por el actual mandatario boliviano refiriendo cual es el sistema económico que inspira la actuación de su gobierno: “El modelo económico boliviano impulsa la complementariedad económica interna e internacional y no así la competitividad que es un instrumento de las trasnacionales y del imperio para copar los mercados”
Lo más seguro es que el Sr. Morales, inadvertidamente, desconozca cual es el verdadero origen y significado de dicha falacia, que por otra parte encaja perfectamente en los engranajes del nuevo discurso de una izquierda en permanente crisis que se resiste a evolucionar debido, entre otras cuestiones, a su preocupante vacío intelectual.
Ha sido el sociólogo de origen alemán y teórico del socialismo del S XXI Dieterich el padre de esa falsa teoría que se tambalea desde los cimientos, por tomar como base de partida hipótesis que en nada se ajustan a la realidad. Para que nos entendamos es como tratar de volver a los orígenes del hombre, negando la necesidad de la moneda como instrumento para el desarrollo de los intercambios.
Dieterich trata de romper con el patrón de la oferta y la demanda entendiendo que lo único valorable desde el punto de vista económico es el trabajo, porque- en eso no se equivoca- nace del esfuerzo del ser humano, pero igualmente se olvida de que el producto de dicho trabajo debe ser puesto en circulación en un mercado que cumple con unas normas naturales. Es éste el lugar físico o virtual formado por los individuos que comparten necesidades o deseos específicos y que podrán estar dispuestos a participar en un intercambio para satisfacer esas necesidades o deseos, un espacio regulado indefectiblemente y de forma natural por la ley de la oferta y la demanda.
Que duda cabe que también entran en juego otros muchos factores defenestrados inexorablemente y de forma más o menos velada por la doctrina socialista, como son la competitividad y productividad de las empresas que fabrican dichas mercancías, pero en el paraíso económico fabulado por Dieterich no tiene cabida la legítima pugna por obtener un sitio en el mercado – homo homini lupus que diría Thomas Hobbes-
Continuando con la falacia infumable de este sociólogo transformado en pensador económico es asombroso ver como obvia un concepto tan básico y elemental como es el del derecho, la capacidad y libertad de elegir como consumidor el producto o servicio al que éste desea tener acceso. Constituye éste el elemento diferenciador entre la imposición intervencionista de un Estado que decide que es lo que se tiene que fabricar, como se fabrica y a que precio y la existencia de un mercado dominado por la iniciativa privada sujeta a los saludables criterios de competencia y competitividad - indudablemente la libertad es el valor primordial, ya que permite que los demás valores existan.-
Si profundizamos aún más en el aberrante y hostil adoctrinamiento de Dieterich – abrazado ávida , entusiastamente y sin ningún tipo de reparo ni objeción por parte de los mesías de la nueva izquierda neomarxista latinoamericana- el teórico de la “economía de valores” entiende que el trabajo debe de ser medido por el tiempo que requiere el desarrollo del producto o servicio , además de los valores añadidos asociados al tiempo necesario para la producción de las herramientas o servicios que se emplean en ese trabajo.
Una teoría determinista y absurda no solo por las dificultades que implica su medición sino porque obvia el interés, el esfuerzo y el empeño del trabajador en el desarrollo de la actividad laboral, que no es igual en todos –ya lo demostró el fracaso de la rusa soviética-, el grado de especialización de cada uno de ellos para fabricar el producto, o los factores exógenos que pueden incidir en el coste final del mismo – pongo por caso la huelga-
Según él, la economía política no debe operar para que unos pocos se hagan ricos –siempre la misma canción y la misma letra-, sino con un criterio de productividad. Otra vez se olvida Dieterich de valorar el hecho de que un empresario se enriquezca, en un mercado libre, porque su empresa haya alcanzado pautas de competitividad y productividad a las que no ha sido capaz de llegar la competencia. Dicha afirmación implica no tomar en consideración factores tan relevantes como la estrategia empresarial de posicionamiento, el valor del riesgo y la inversión racional realizada para diferenciarse de los competidores, eliminanando la evidencia de que la productividad genera rentabilidad, pudiendo hacer ricos a los empresarios como justo premio su esfuerzo.
A pesar de reconocerse como enemigo frontal de la actual estructura y organización del mercado, Dieterich, afirma que las distintas alternativas a su eficiencia ordenadora han fracasado de forma rotunda y que la planificación económica es una opción que no puede perdurar en el tiempo. En este sentido aporta una solución más enmarcada en el ámbito político que en el sustancialmente económico, como no podía ser menos.
Su modelo del socialismo del siglo XXI se basa en la interdependencia relacional entre el valor final de los productos, el tiempo que requiere su producción y la democracia participativa. Cuando menos es curioso - a la vez que contradictorio- observar como sus ciegos y misántropos seguidores no han llevado al campo de la práctica política eso de la democracia participativa, sino que más bien hayan optado por la vía de su usurpación. En este sentido parece evidente que el autor debería profundizar más en la justificación de unos argumentos cismáticos de difícil compresión.
Además de incompletas, las tesis del ideólogo Dieterich - máximo referente de la revolución bolivariana de Chávez en materia económica- están llenas de insalvables contradicciones. Entre las más llamativas cabría destacar la ausencia de valoración del consumo energético necesario para la producción de las mercancías y su tasa de retorno, así como la clara diferenciación entre los trabajos que implican una aportación intelectual y una especialización y los que pueden ser realizados sin el requerimiento de una cualificación específica.
Pero la respuesta no ha tardado en llegar, según su autor se trata de un planteamiento económico en continuo cambio y evolución, lo que se debe interpretar como la imposibilidad manifiesta para dar respuestas objetivas a las cuestiones aún no resueltas.
Sin duda, es especialmente llamativo el hecho de que no haya sido capaz de considerar, y menos aún valorar, la incidencia y efectos del uso de la energía en los procesos productivos, más aún cuando sus asimétricas teorías toman como referencia un país cuya economía se sustenta en la producción de petróleo.
Llegados a este punto, y por higiene mental, sería necesario volver al discurso del Presidente Morales al objeto de poder realizar las pertinentes objeciones a sus aleccionadoras palabras, enmarcadas en la ingenuidad y el perseverante odio al libre mercado -propio de ese fracasado socialismo del S XXI-
Morales indica que la competividad es un perverso instrumento utilizado por las transnacionales para copar el mercado. En este sentido hay que indicarle que dicho concepto es intrínseco a la actividad económica de cualquier empresa, con independencia de su tamaño y del área geográfica en la que actúa. Además el mandatario debe conocer y reconocer que el tejido empresarial de cualquier país está compuesto en su inmensa mayoría por pequeñas y medianas empresas que, por ende, son las que generan el porcentaje más representativo del PIB.
No cabe la menor duda de que el desprecio manifestado hacia concepto de competitividad demuestra un desconocimiento manifiesto, preocupante y contestable sobre la tácita regulación de los mercados, además de un temerario desafío a las reglas de un juego que solo puede desembocar en el máximo perjuicio para el consumidor final.
Es precisamente la competividad el factor que fuerza a las empresas a buscar las ventajas comparativas y competitivas sobre el resto de actores en el mercado, la que obliga a sus directivos a introducir mejoras constantes en sistemas, productos y servicios y, al fin y al cabo, la que beneficia al consumidor con mejores precios y mercancías innovadas….bastaría con analizar el modelo económico adoptado por las naciones que alcanzado los más altos niveles de bienestar social para sus ciudadanos.
En cuanto a su ataque directo a los EEUU se puede decir que forma parte y es consustancial a la lógica dogmática del socialismo del S XXI. Solo cabe reprochar algo que, aunque por evidente, no se debe dejar de pasar por alto. Se trata de recordar al animoso y sectario seguidor del pensamiento único, que no solo “el imperio” cuenta con transnacionales….de hecho, la mayoría de las grandes empresas extranjeras que han decidido desarrollar su actividad en el país andino- buena parte de ellas nacionalizadas o inmersas en procesos judiciales con el gobierno- son de origen europeo.
En este sentido, y a título de anécdota, sería especialmente llamativo como el Presidente de Bolivia -haciendo gala de su cinismo- se ha sentido incapaz de lanzar sus locuaces soflamas contra el Japón, uno de los países más representativos del sistema capitalista. ¿será éste capitalismo bueno, o más bien se trata de no arremeter contra una nación que invierte ingentes sumas de dinero en beneficio del desarrollo del pueblo boliviano?
Lo que si parece evidente es que la irreverente y locuaz receta económico del socialismo del S XXI no se ajusta a la realidad de nuestros tiempos, por contradictoria, falaz, incompleta e imposible de llevar a la práctica. No hace falta acudir a la cábala, basta con esperar sus resultados…
Una última cuestión. Dieterich plantea que "la estatización de los medios de producción no resuelve el problema de la economía socialista del Siglo XXI. ¿Algún mandatario de la izquierda revolucionaria latinoamericana habrá leído sus obras?
Por Gregorio Cristóbal Carle
Diario de América