viernes, 6 de noviembre de 2009
Más poder, más ineptitud. Las leyes socialistas están hechas para someter a los ciudadanos correctos
Una pregunta cobra sentido por estos días: ¿de qué le ha servido al comandante la acumulación de tanto poder, si su control sobre la sociedad y las instituciones no ha mejorado la capacidad de respuesta de la revolución ante las angustias más básicas de la población? Con toda seguridad esta interrogante abrevia el tenor de los sobresaltos que hoy abruman al hiperlíder. Si nos abstraemos de los desencuentros que agobian al campo opositor -y que siempre figurarán en el inventario de oportunidades de Chávez-, podemos comprender perfectamente la torpeza con que el gobierno intenta enfrentar este momento, cuyo desenlace podría ser narrado en 2010 mediante el registro de una endógena "abstención-castigo". El peligro está allí, acechando en forma de pregunta& ¿Para qué premiarle con más poder, si ese poder no le sirve ni para intimidar a la delincuencia?
La realidad terca del desastre bolivariano ha relajado el fanatismo. "Los actos revolucionarios" -concebidos para eludir el tipo de escrutinio al que suelen ser sometidos los gobiernos "normales"- no consiguen su propósito. La revolución comienza a percibirse como un gigantesco fiasco. El Estado socialista -transgresor e irrespetuoso- no tiene autoridad frente a los malhechores que mantienen a los venezolanos en estado de sitio. El Gobierno militar de Chávez sólo atemoriza a los ciudadanos de bien. Es una ironía que los delincuentes se sientan a sus anchas en un país donde la gente buena es víctima de fuertes controles estatales. Las prohibiciones de que somos objeto no tocan a los criminales.
La cruda visibilización de la portentosa estafa bolivariana no sólo está exponiendo las dimensiones de la farsa. La estrafalaria ineptitud revolucionaria también está dejando al descubierto la insuficiencia de la treta propagandística. Tener todo el poder en las manos -incluido el más deslumbrante chorro de recursos petroleros de nuestra historia- dificulta cualquier explicación. Vivimos en la escasez. No hay agua, no hay luz, ni empleo. Las expectativas de una mejor calidad de vida se han evaporado. Cada vez son menos los que esperan algo de la gestión. La vida de los venezolanos es un infierno. Las leyes socialistas están hechas para someter a los ciudadanos correctos, potenciales críticos del poder.
La decepción de la opinión pública apenas es comparable con el desconcierto que reina paredes adentro de la revolución: allí comienza a expandirse la certeza del fracaso. Todo está transformado en un hueco repleto de naderías ruidosas. Los planes fastuosos, las partidas destinadas para su desarrollo, los cientos de programas devenidos en hojarasca, fueron un montaje teatral. Pero los opositores no deben cantar victoria: todavía no ha llegado el momento en que la opinión general crea que cualquier cosa lucirá mejor que este inmenso chiquero. Esto no está listo: la unidad es indispensable, pero no cualquier unidad.
Argelia.rios@gmail.com
Argelia Ríos
El Universal
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