CASTO OCANDO
El Nuevo Herald
Ha pasado ya una década desde que lo secuestraron y permaneció en cautiverio durante un año, sometido a torturas por guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, pero el venezolano Francisco S., de 50 años, todavía sufre las secuelas físicas, sicológicas y financieras.
Cuando llegó a Miami en 1999, más de un año después de ser secuestrado, era un hombre destruido físicamente, lo había perdido casi todo, desde su familia hasta el considerable patrimonio que consiguió reunir con su trabajo.
Su ocupación como ejecutivo de ventas le obligaba a movilizarse por toda Venezuela. Durante un viaje a San Antonio de Táchira, decidió visitar a un amigo enfermo en Cúcuta, Colombia. A su regreso, su vehículo fue interceptado por el ELN junto a una veintena más. De inmediato todos fueron llevados a camiones en medio de empujones y golpes, y encapuchados para que no reconocieran el lugar a donde iban a ser llevados.
"Tuve la mala suerte de que me confundieron con un concejal o un alcalde de la región que ellos estaban buscando'', dijo Francisco en una conversación con El Nuevo Herald, en la que por primera vez relató con extrema cautela su testimonio, por temor a ser identificado.
Desde que fue obligado a subir al camión del ELN, fue golpeado brutalmente, perdió dos dientes y casi se quedó sin conocimiento. "Era apenas el principio de la tragedia que me esperaba'', contó.
Su odisea lo dejó con desgarramiento de órganos internos, sin dentadura y sin segmentos completos de las encías y la mandíbula inferior; quedó casi ciego con las dos córneas laceradas, fracturas en manos y pies, y en un estado cercano a la locura.
Adicionalmente, la familia debió vender todas sus propiedades, vehículos, joyas, vaciar cuentas bancarias y pedir dinero prestado para pagar cerca de $800,000 a los captores del ELN, que habían exigido inicialmente $3 millones por el rescate.
"La experiencia por la que atravesó [Francisco] fue de mucho sufrimiento'', dijo Abby Alexander, la directora del Centro de Sobrevivientes de la Tortura de la Florida (FCST), que ayuda a numerosos sobrevivientes de conflictos políticos y militares en todo el mundo, principalmente de América Latina.
El largo relato de la odisea de Francisco, a ratos escalofriante y difícil de imaginar, coincide en detalles de lo que han contado otros secuestrados, en especial la ex congresista colombiana Consuelo González de Perdomo, liberada recientemente por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), junto con su compatriota Clara Rojas, por mediación del presidente venezolano, Hugo Chávez.
La ex parlamentaria denunció la semana pasada que la guerrilla mantiene encadenados a sus rehenes mientras los traslada por la selva, con especial énfasis en los militares y los policías retenidos.
"Nosotros caminábamos por la selva, encadenados. Eramos tres o cuatro siempre encadenados. Nunca nos soltaban las cadenas. Tenía que defecar al lado de donde comía y dormía'', relató Francisco, que caminó con cadenas durante casi todo su cautiverio, después que intentó escapar.
Estuvo a punto de que lo mataran cuando uno de los jefes se dio cuenta de que no era el funcionario público que buscaban. "Mátalo'', ordenó el jefe a secas. Se salvó porque le dijo a sus captores que era un millonario hombre de negocios.
"No era verdad, pero tenía que ganar tiempo'', explicó.
Un emisario del ELN dio a uno de sus familiares en un encuentro imprevisto en Caracas las coordenadas para comunicarse a través de una frecuencia de radio aficionado.
Entretanto, seguían los movimientos incesantes por la selva colombiana. Con frecuencia cambiaba de grupo y de repente las viejas caras desaparecían. "Después me enteré que los secuestrados son vendidos a otros grupos del ELN, las FARC o incluso a cambio de droga, como simple mercancía''.
Francisco aseguró que trató de escapar del control en 11 ocasiones, pero siempre fue recapturado, debido a su estado de debilidad y a sus pies fracturados.
Entonces venían los duros castigos. "Me golpeaban hasta dejarme en el suelo. Una vez me quitaron las uñas de los dos pulgares y de los dedos gordos del pie. El dolor era terrible'', recordó.
Los guerrilleros armaban los campamentos en zonas rodeadas de minas explosivas, para evitar que los rehenes se escaparan. Francisco dijo que una vez le tocó dormir "con una granada en los pies''.
Cada 15 o 20 días, "torturaban a alguien en específico, le tomaban fotos y las enviaban a los familiares pidiendo el rescate''.
Cuando le tocó su turno, le pidieron que se desnudara y lo obligaron a fotografiarse en una posición grotesca, para enviarle la imagen a sus familiares. "El objetivo era impactar e intimidar para que pagaran el rescate rápido'', acotó.
La alimentación era tan deficiente que se vio obligado a comer todo lo que pudiera ser fuente de proteínas.
"Muchas veces comí cucarachas en la selva, insectos. No saben a nada'', confesó.
Francisco había leído la famosa historia de Papillón, el célebre preso francés que logró escapar de una prisión de máxima seguridad en la Guyana francesa.
"Si Papillón se salvó comiendo insectos, yo también me puedo salvar'', pensó.
Para quebrarlo psicológicamente, le hacían simulacros de asesinato y fusilamientos a los secuestrados, en ocasiones con resultados mortales.
Una vez le hicieron un simulacro de fusilamiento a un rehén y, por error, uno de los guerrilleros le disparó con su FAL y casi partió en dos al secuestrado. "Yo estaba a su lado y ví todo''.
Al cabo de un año, la familia logró pagar el rescate, pero cuando lo iban a liberar, le suministraron una droga conocida como burundanga, que lo mantuvo en un estado de inconciencia durante meses.
Gracias a varios contactos y amigos cercanos, fue trasladado a Miami para ser sometido a varias operaciones de reconstrucción y un prolongado tratamiento siquiátrico.
Francisco aseguró que le hicieron cuatro operaciones para reconstruirle los dientes y la mandíbula, y otras cuatro para reparar las córneas y las fracturas en pies y manos.
Mientras estuvo cautivo, su hermano mayor murió de un infarto y su familia quedó en la ruina.
Vivió de contribuciones privadas y de la caridad hasta que hace tres años, comenzó a trabajar nuevamente como ejecutivo de ventas.
En el 2004, un juez de Miami le garantizó la protección bajo la Convención contra la Tortura, luego de un juicio para demostrar que la guerrilla colombiana lo torturó.
Según su abogado, Joshua Brader, debió reunir un extenso dossier sobre su caso, uno de los más difíciles que le ha tocado enfrentar.
"Nunca había visto un caso como este, la evidencia es aterradora. Es la historia de como el reino del terror de la guerrilla destruye la vida de un ser humano'', dijo Brader.
Diez años después, Francisco dijo que no puede olvidar los peores momentos que vivió durante su cautiverio. "La guerrilla es la barbarie'', comentó.
Francisco teme que infiltrados de la guerrilla en Miami puedan matarlo si se identifica públicamente. "Esa gente está aquí, actúa desde aquí'', afirmó.
http://www.elnuevoherald.com/167/story/147576.html
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