Washington encarna lo mejor de la tradición de libertad
"We, the people..."
Los Estados Unidos Unidos de América no son una nación perfecta, pero... si ofertan garantías jurídicas sobre la vida y hacienda de sus ciudadanos... si aseguran las libertades individuales y la posibilidad de promoción mediante el esfuerzo y el mérito... si defienden el racionalismo democrático frente a la barbarie totalitaria… yo compraré siempre esa mercancía
El recelo del yanqui es y ha sido, un capítulo inexcusable de lo políticamente correcto para derechas e izquierdas. Una desconfianza visceral, irracional e ilimitada, fácil de instilar y denominador común a distintos sectores de la intelectualidad y la prensa, aún anterior al desastre del 98.
De acuerdo con el cliché, nada bueno pudo salir nunca de aquella tierra.
Antes, para la derecha tradicional de un siglo atrás, el americano era el protestante materialista, hijo histórico de la pérfida Albión y responsable del descuartizamiento del imperio. Hoy para la izquierda, es obeso e ignorante, arrogante e insolidario. Les creen ultrareligiosos, racistas, xenófobos... que resuelven sus problemas a tiro limpio como en una película del Far West. Un país en el que se va a la cárcel por el color de la piel y que castiga con penas desproporcionadas algunas conductas inocentes.
“Torturado en un aeropuerto americano”. “Muerto a la puerta de un hospital al no tener seguro médico”. “Ejecutado inocente en Texas” Así ilustran algunos ojos críticos la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio. Sobre una nación de 300 millones de habitantes pintan injustos titulares, sesgo y sinécdoque de la parte por el todo. La vieja Europa formada de estados hipertrofiados tiende a olvidar a menudo cuanto debe históricamente al Tío Sam. De no ser por él, de seguro nuestro nivel de alemán o ruso sería bastante mejor para nuestra desgracia.
Los valores democráticos que la civilización angloamericana ha sintetizado no solo no han de ser olvidados, sino que deberían invitar a la reflexión de políticos y ciudadanos en nuestro país y servirles como modelo. Soslayarlos convirtiendo el anecdotario y la leyenda urbana en ley, es un acto de injusticia histórica. Tanto más injusto cuanto que otros modelos alternativos de democracia llevan insertos el virus de su propia decadencia y más de una mancha totalitaria en el currículo.
De todos los estados que en el mundo han existido desde los remotos tiempos de Sumer, uno de los más peculiares en su nacimiento y trayectoria son los Estados Unidos de América. ¿Qué tiene de especial este país para que en 200 años jamás haya existido la más pequeña veleidad de totalitarismo en su suelo? ¿Qué tienen de particular para que durante más de 2 siglos hayan vivido con las mismas reglas del juego, y una constitución de vigencia ininterrumpida? ¿Qué hace estable a sus instituciones políticas frente a la convulsa historia de otras naciones llamadas occidentales y civilizadas? La respuesta es poco compleja: seguridad jurídica en el imperio de la ley y el respeto por la libertad individual.
A diferencia de otros países, los EE UU nacen directamente al mundo como una democracia de hombres libres, puesto que la búsqueda democrática es previa al nacimiento de la nación y forma parte de su propia identidad nacional.
La estabilidad de las instituciones americanas y la confianza que el pueblo tiene depositada en ellas es suficiente explicación para la lealtad patriótica que este les devuelve, y que tanto llama la atención al extranjero que viaja por sus pueblos.
La separación de poderes y la independencia de sus jueces garantizan la libertad de los ciudadanos frente a los abusos de poder del Estado, algo que no sucede desde siempre en la vieja Europa y menos en la viejísima España. La máxima de Montesquieu es, en realidad, un invento anglosajón y uno de los pilares fundacionales de la democracia americana.
Las raíces de este proceso son naturalmente más antiguas que la colonización del país y nacen del respeto inglés por la mencionada separación de poderes y la protección del individuo frente al estado: Más de 100 años antes de la revolución francesa Cromwell decapitó la cabeza de su rey ya cuando los reyes lo eran por la gracia de Dios y hacerlo significaba violar las más íntimas convicciones morales de su puritana conciencia. En esta remota época pesaba más el respeto a las libertades que el derecho divino. Se sabía en aquella lluviosa isla que ser justo es más importante que ser legal y que la democracia es mejor que la tiranía.
La dialéctica Individuo –Estado y la mera existencia de este último pasan siempre por garantizar la igualdad de los ciudadanos ante la ley. De esta manera el individuo compra mediante sus tributos al Estado un marco legal en que queden garantizados su vida y los bienes que ha ganado con su trabajo. Este es el genoma democrático y liberal de los pueblos de habla inglesa que impregna su historia política, y les es consustancial con indiferencia del continente y la latitud en la que viven.
Lejos de las ideas preconcebidas, y a pesar del lugar común, la sociedad norteamericana es permeable y no segregacionista. América marca su concepción de la igualdad con base a la meritocracia. Si eres competente y trabajador no importará si tu sangre es italiana, judía, africana o WASP ni nadie preguntará donde naciste o cual es tu árbol genealógico. La prosperidad está al alcance de cualquiera que quiera agarrarla. La promoción social se mide de acuerdo con los criterios de mérito, capacidad y habilidad más que en cualquier otro lugar del mundo y es casi imposible encontrar en los puestos de responsabilidad de la empresa privada o de la administración del estado a personas que no lo merezcan. Preguntémonos si pasa lo mismo en la piel de toro y si contamos con la fuerza moral para juzgar esto.
Los EE UU son un país construido por inmigrantes. Gentes que decidieron dejar atrás el viejo mundo para buscar una vida más próspera, y la libertad de la que carecían en sus países de origen. Hoy día son una sociedad multiétnica donde todas las razas contribuyen con sus esfuerzos para la construcción del bien común, donde todos olvidaron lo que les hacía diferentes, conscientes que la suma de esfuerzos es lo que hace grandes a las naciones.
Ojala nuestro país, de lejos más antiguo, pudiera olvidar las diferencias regionales y prosperar unido en la diversidad con el beneficio de la parte convertido en el beneficio del todo. De seguro, otra gallo nos cantaría.
Los Estados Unidos Unidos de América no son una nación perfecta, pero... si ofertan garantías jurídicas sobre la vida y hacienda de sus ciudadanos... si aseguran las libertades individuales y la posibilidad de promoción mediante el esfuerzo y el mérito... si defienden el racionalismo democrático frente a la barbarie totalitaria… yo compraré siempre esa mercancía.
Por Marcos Álvarez Díazhttp://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=3034
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