La jornada electoral fue equivalente a zambullirse en un lago mágico.
Los triunfos del domingo son mucho más que triunfos. La jornada electoral fue equivalente a zambullirse en un lago mágico, donde, al salir del agua, notamos que las cosas a nuestro alrededor no se ven igual, que los colores y las formas adquieren matices singulares, haciéndonos cambiar completamente nuestras percepciones. En una nación acostumbrada a diez años de frustraciones, a una década donde todo es más mediocre y la esperanza es una moneda que escasea, ver las cosas con estos nuevos matices es una gran cosa, es toda una transformación.
Entre las imágenes que ahora vemos hay varias que merecen la pena mencionar. La primera tiene que ver con nuestra sociedad. La participación masiva demostró que no somos un grupo de zombies desorientados en un cementerio infinito. Parece que todavía queda algo de fuego en las entrañas, el ánimo de participar activamente en los cambios. La segunda tiene que ver con los candidatos vencedores en las gobernaciones y alcaldías, especialmente las que se concentran en la capital y en el Zulia. Representan una nueva generación, un grupo de políticos valientes y constantes que imprimen fuerza y energía al proceso sociológico de este país.
Y lo más espectacular, es que no pueden ser acusados de "oligarcas" ajenos a las realidades. Capriles y Ocariz se metieron en el centro del corazón marginal de Venezuela, en los barrios más pobres y peligrosos, Petare: el barrio más grande de Latinoamérica; Los Valles del Tuy: el más peligroso.
Estas victorias, por hombres que no llegan a los cuarenta, son dignas de estudio. Demuestran que cuando hay ideas y buena voluntad, acompañada de trabajo incansable, lo que parece más infranqueable puede permearse y transformarse para siempre. La tercera imagen se relaciona con el futuro. Está claro que el pasado está siendo superado por el presente y que Venezuela sí tiene futuro.
Diario de América
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