En otras épocas podíamos observar los grandes conflictos de la Guerra Fría sin mayor preocupación. Como todo ser humano, nos angustiábamos ante las enconadas rivalidades de las grandes potencias o respirábamos con alivio cuando se llegaba a cierta distensión, pero al fin y al cabo no eran problemas que nos incumbían directamente. Países como Polonia o las naciones bálticas, que se encuentran al lado de un gigante, o del otro lado del mundo Vietnam y las Coreas, donde se estaban definiendo las zonas de influencia, fueron las víctimas directas del terrible enfrentamiento. Lo más cerca que se vio a nuestro Caribe involucrarse en las batallas de la Guerra Fría, fue durante la memorable crisis de los misiles en Cuba, en la lejana década de los 60.
Ahora estamos presenciando un despertar de los viejos demonios de la Guerra Fría, pero muchas cosas han cambiado. Por esfuerzo propio, con un tesón digno de mejores causas, Chávez está logrando que se le tome en cuenta como jugador en esas Grandes Ligas. Pero no se trata ahora de su juvenil ambición beisbolística: nuestro caudillo tropical, siempre en búsqueda de una heroica epopeya, quiere ahora codearse con los grandes de la política mundial. Es un juego peligroso en el cual Venezuela no tendría razones para involucrarse directamente.
El objetivo: PutinChávez ha logrado si no fama, por lo menos notoriedad. Su inagotable chequera le ha permitido realizar 225 viajes fuera de nuestras fronteras. Ha repartido abrazos, insultos, refinerías, hospitales, carreteras, petróleo, gas, helicópteros, dólares, amenazas, plantas eléctricas, viviendas, sobornos, contratos, pagos abiertos y clandestinos, ayuda médica y sobre todo muchas promesas. Casi 50.000 millones de dólares en promesas repartidas por todas partes del mundo. Ha peleado, para luego reconciliarse con Uribe, Fox, Calderón, Alan García, la presidenta Bachelet, la señora Merckel y el rey de España. No se reconciliará jamás con Bush ni con ningún Presidente de Estados Unidos. En cambio, es íntimo de la pandilla de los malvados: Fidel Castro, Daniel Ortega, Ahmedinajad, Mugabe y el camarada Lukashenko. Pero su verdadero objetivo, el compañero que ansía tener en el gran juego de la política mundial es el gélido Putin. No le interesa Medvedev porque durante sus frecuentes visitas a los palacios moscovitas ha visto quién manda todavía en el Kremlin. Putin, ese simpático personaje y agudo observador de la historia fue quien dijo hace poco tiempo que "el desastre más grande del siglo XX fue el desmembramiento de la Unión Soviética". Chávez, adversario feroz del Imperio y fiel admirador de la democracia soviética, comparte, sin duda, alguna tan peculiar apreciación.
En esta nueva era de poderío ruso, él quiere estar al lado de un país que, como China, "jamás ha tenido ambiciones imperiales". Para ganarse la buena voluntad del poderoso Putin, que hasta hace poco sólo lo consideraba como un excéntrico cliente, Chávez se está gastando en aquellos fríos parajes la bicoca de 10.000 millones de devaluados dólares en modernos juguetes: aviones, helicópteros, submarinos, todo lo que la renaciente industria armamentista rusa nos quiera vender.
El gobierno ruso, ambicioso y temible, debe considerar a Chávez como un regalo del cielo. En otras épocas, para tener un pie en el Caribe y roncarle a los americanos a pocas millas de la Florida, tenían que mantener a Fidel Castro y, como sabemos por experiencia, las necesidades crematísticas del régimen cubano son un pozo sin fondo en donde desaparecen rublos y petrodólares. Ahora los rusos no tienen que darle ni un centavo a Chávez, por el contrario es él, nuevo rico petrolero, quien les compra lo que quieran venderle. Además les desea anticipadamente la bienvenida cuando les provoque acercarse por estos mares calientes (vieja ambición rusa, desde la época de los zares). En una famosa y ambigua declaración, ofrece hasta nuestro territorio para una eventual presencia rusa que "será recibida con tambores, canciones y banderas".
Ante los ruidos de sables, Kalashnikovs y Sukhois, todos nuestros vecinos, pequeños y grandes, han iniciado una carrera armamentista que América Latina realmente no necesitaba. Los perros de la guerra de todas las latitudes deben estar felices ante la compra de aviones, fragatas y armas de todo tipo en vez de las escuelas, hospitales y carreteras que todavía hacen falta.
Los países más pequeños, aunque participan de los programas petroleros de Chávez, han reforzado todos sus vínculos militares con las viejas potencias coloniales, la Cuarta Flota inicia su viaje por esta aguas otrora recorridas por pacíficos turistas. La Guerra Fría no sólo asusta a los habitantes del Cáucaso, a Polonia o a Ucrania, ahora podremos sentir sus tensiones en la base de cohetes que Putin ha propuesto instalar en Cuba o quizás aquí mismo en Venezuela, si hay en nuestro país un número elevado de "instructores" rusos u otros técnicos enviados por el demócrata Lukashenko.
Sin reciprocidad¿Confían los rusos en Chávez? Hasta ahora, aparte de las ventas de armas multimillonarias, no le han demostrado particular amistad. Durante la última visita del líder bolivariano por aquellas lejanas tierras, no hubo abrazos ni ruedas de prensa conjuntas sino un embarazoso silencio después de las declaraciones sobre presuntas bases rusas en suelo venezolano. Pero es indudable, que en estos nuevos tiempos de poderío ruso, les conviene tener un gobernante amistoso, que al mismo tiempo se muestra hostil frente a los americanos y que para colmo de la fortuna maneja a su antojo grandes reservas petroleras. Un autócrata que acapara el poder en un país con una situación geográfica envidiable, cerca de Estados Unidos.
Algún día, superados estos momentos de alta tensión causados por la crisis de Georgia y la incertidumbre ante las elecciones americanas, Rusia y Estados Unidos volverán a negociar. Ambos saben que la existencia del mundo depende de su coexistencia pacífica. Negociarán como en el pasado y como en el pasado, se repartirán las zonas de influencia. En esas grandes negociaciones no participan los actores secundarios, allí no hay puesto para jugadores expertos en "rabo de cochina", una vez más asistiremos al Juego de las Estrellas. Rusos y americanos decidirán dónde dejan los cohetes y dónde aceptarán nuevas bases.
Como en los años 60, cuando Kennedy y Kruschev no le consultaron a Fidel Castro el destino de los misiles, cuando Putin y el nuevo presidente de Estados Unidos se sienten a hablar, tomarán ellos solos, sin participación venezolana, las decisiones que crean necesarias sobre la geopolítica mundial y también sobre esas armas tan caras que Chávez ha estado comprando en estos momentos de prosperidad petrolera e incertidumbre política.
El Universal
http://www.eluniversal.com/2008/08/24/pol_art_abandonados-en-grand_1013167.shtml
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