Ley de la jugada a la desesperada de Krauthammer: A la tercera va la vencida. John McCain, desafortunadamente, ya va por la tercera. La primera fue su apuesta por el incremento, un pase largo a David Petraeus que milagrosamente marcó un tanto impecable.
A continuación, en busca del golpe de efecto tras la convención Demócrata, hizo un pase a línea a una expectante Sarah Palin. Ella cogió el balón. Sus torpezas posteriores han restado brillo a esa jugada, pero no obstante consolida inestimablemente la base electoral Republicana de él.
Cuando golpeó la crisis financiera, McCain deslumbró otra vez, suspendiendo su campaña y afirmando que se ausentaría del primer debate presidencial hasta que la crisis financiera fuera solventada.
Tentó a la suerte en demasiadas ocasiones. Después de subirse a la burra, McCain tuvo que apearse del burro. Con la crisis sin atajar, hacía acto de presencia en el debate como si tal cosa, dando la razón de manera algo despreciable a la réplica humillante de Obama de que los candidatos presidenciales deben poder hacer “más de una cosa a la vez.” (Aunque McCain podría haber señalado que mientras él intentaba hacer dos cosas, Obama se sentaba a verlas venir haciendo una única cosa: campaña.)
No se puede culpar a McCain. En unas elecciones en las que todos los asuntos fundamentales juegan a favor de la oposición, él intuye que tiene que seguir realizando jugadas arriesgadas para mantener viva la esperanza. No obstante, su improvisación frenética ha enmarcado perversamente (para él) al aspirante novato de manera favorable como tranquilo, constante y fresco.
En la campaña de las primarias, Obama se mostró fresco por firme. Ahora resulta fresco por sosegado. Él tiene la disciplina para conducirse a la victoria sin prisa pero sin pausa. No se ha distinguido en absoluto en esta crisis económica -- ni, hay que añadir, en ninguna otra durante su carrera nacional -- pero la frialdad le ha servido. Él entiende que estas elecciones, al igual que las elecciones de 1980, exigen solamente una cosa al aspirante: Hacerse admisible. Una vez que Ronald Reagan convenció a América de que no era una amenaza, ganó por un amplio margen. Si Obama convence al electorado de que no es demasiado exótico ni está demasiado verde ni falto de preparación, gana también.
Cuando tras la convención Republicana las cifras de Obama en las encuestas se rezagaron momentáneamente con respecto a las de McCain, aterrados Demócratas le instaron a ser agresivo. Él hizo exactamente lo contrario. Se tranquilizó. Se reposicionó como el candidato corriente, convirtiéndose en la sal de la tierra de las fábricas, las cafeterías y los sindicatos.
Al hacerlo, prolonga su inteligente eje de discurso de convención de las primarias a las generales. En un concurrido terreno de primarias en el que era el novato y la cara nueva, destacó entre la multitud a golpe de efectos especiales puros: retórica deslumbrante, carisma natural y un paseo en la alfombra mágica de la trascendencia y la esperanza.
Funcionó por dos razones: Los Demócratas creen ese absurdo, y él era nuevo. Pero ahora necesita más que Demócratas. Y la novedad se desvanece.
Obama entendió que la magia desaparecía y la audacia de la esperanza se agotaba. De ahí la auto-negación perfectamente personificada en su discurso de investidura de Denver. Podría haber extasiado a 80.000 personas. En su lugar, se hizo prosaico, hasta terrenal, dirigiéndose directamente a la audiencia de las generales para proyectarse como uno de ellos.
El carácter campechano fue el tema. ¿Su historia vital relatada de primera mano? Hombre común, de ahí esa biografía descaradamente introductoria que pasaba desvergonzadamente del escolar de Hawaii al organizador de la comunidad en Chicago sin ninguna referencia a Columbia o Harvard. ¿Su discurso acerca de las preocupaciones estadounidenses? Todas las inquietudes de la clase media. ¿Su lista de programas? Todos refinados como remedios de clase media suyos.
Se ha mostrado moderado en política y tranquilo desde entonces. Su único objetivo: Superar el umbral Reagan de 1980. Resultar aceptable, calmado, tranquilizador.
Parte de la tranquilización es intelectual. Como Palin, es un novato, pero en sus 19 meses en la escena nacional ha logrado fluidez en las áreas en las que carece de experiencia. En el debate de política exterior con McCain, al igual que en su conferencia de prensa de julio con el Presidente francés Nicolas Sarkozy, Obama mantuvo las formas -- fluido, familiar, y por tanto plausiblemente presidencial.
Oliver Wendell Holmes Jr. dijo célebremente de Franklin Roosevelt que tenía "un intelecto de segunda, pero un temperamento de primera." Obama ha demostrado que es un hombre de experiencia limitada, de convicciones cuestionables, de asociaciones profundamente preocupantes (Jeremiah Wright, William Ayers, Tony Rezko) y de una ausencia alarmante de autodefinición -- ¿sabe usted de verdad quién es y qué defiende? Sin embargo, tiene un intelecto de primera y un temperamento de primera. Eso probablemente baste para hacerle presidente.
Diario de América
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