Defender el orden constitucional jamás puede ser considerada una "actividad subversiva"
Sediciosos, revoltosos, rebeldes, insurrectos, conspiradores, insubordinados. Son esos algunos de los sinónimos de la nueva palabra que el Presidente le ha endilgado ahora a los medios libres de comunicación venezolanos: subversivos.En términos puramente políticos, quien ejerce una actividad subversiva es aquel que promueve y/o participa en movimientos que pretenden el derrocamiento de gobiernos por medio de la fuerza. Ese vocablo ha sido comúnmente empleado tanto por gobernantes de facto como por gobernantes elegidos democráticamente para referirse a quienes no sólo se les oponen abiertamente, sino a quienes se encuentren ejerciendo actividades que pretendan desplazarlos del poder por vías de hecho.
Si quien ejerce el poder lo hace de facto, casi con toda seguridad fue un subversivo antes de tomar el poder y, desde aquella subversión, planificó y ejecutó acciones violentas que dieron al traste con el orden que le precedía para instaurar por la fuerza su propio orden impuesto a los demás por el uso y control de las armas. Si en cambio quien ejerce el poder lo hace por vía del cumplimiento del orden constitucional democrático, el subversivo será todo aquel que pretenda atentar contra ese orden constitucional democrático.
Pero, ¿cómo se entiende cuando, a pesar de existir un orden constitucional establecido, el mismo es violentado desde el ejercicio del poder? ¿Subversión del orden estatuido desde el ejercicio del poder? Y, aún más grave, ocurre que ese subversivo que desde el poder viola el orden preestablecido, termina acusando a quienes lo señalan de subvertir el orden de ser quienes a su vez son los subversivos. Nada fácil de descifrar esta mezcla de gobernantes subversivos que cambiaron el orden constitucional para luego de instaurado, ser sus primeros destructores.
La subversión ha venido derivando en una supuesta intención subyacente que acompaña a una acción evidente. Ya no se trata, por ejemplo, de un movimiento guerrillero que abiertamente, mediante la lucha armada, pretenda derrocar al orden estatuido y, de resultar triunfador, instaurar otro orden. Teorías postmodernas han sofisticado el concepto de subversión para colocarlo en el terreno de lo oculto, de lo que se mueve en las sombras. Gramsci (tan citado por el Presidente), expuso por ejemplo que había la necesidad de "subvertir" el sistema de valores occidental (sobre todo las creencias judeo-cristianas) como "elemento previo e imprescindible para el éxito del ideal comunista". La subversión de la que hablaba Gramsci no consistía en una simple conspiración para derrocar a un gobernante en ejercicio y colocar a otro. La subversión de Gramsci iba directo a bombardear los valores occidentales y la concepción individualista del ser humano (y de su núcleo familiar) para sustituirlos por los valores colectivistas del marxismo.
Los valores y principios en los que se fundamenta nuestra república desde su nacimiento sin duda son valores judeo-cristianos que otorgan preeminencia al individuo, a la dignidad del ser humano. Esos valores están recogidos en todos los textos constitucionales que hemos tenido, incluyendo sin duda la constitución vigente de 1999. Esos principios y valores chocan hoy contra el proyecto mal llamado revolucionario que pretende, abusando en el ejercicio del poder, subvertir ese orden e instaurar un orden distinto, un orden colectivista como el soñado por Marx y descrito por Gramsci.
No son los medios libres de comunicación, ni quienes defendemos la vigencia de la constitución, ni quienes reclaman la confabulación institucional que permite su violación constante para atentar contra los principios que la fundamentan, los subversivos. Defender el orden constitucional vigente jamás puede ser considerada una "actividad subversiva". Es esa constitución la que sostiene a quien ejerce el poder y le da legitimidad interna y externa. La paradoja consiste en que es justamente quien ejerce el poder quien está subvirtiendo con sus acciones ese orden constitucional con la intención, ya no tan subyacente sino más bien evidente, de instaurar un orden colectivista distinto a los principios contenidos en la Carta Magna vigente.
Cuando se recentraliza al país, cuando se irrespeta al pueblo soberano que se expresó con votos y se desconoce su decisión al elegir por mayoría en varios estados y municipios a gobernantes no afines al proyecto revolucionario, cuando se persigue, acosa y se utiliza a la justicia como instrumento de venganza, cuando se irrespeta la propiedad privada, cuando se establecen instituciones no constitucionales como milicias armadas, así se haga desde el poder, se está subvirtiendo el orden constitucional vigente. La subversión, paradójicamente, está en el ejercicio del poder.
Gerardo Blyde
El Universal
No hay comentarios:
Publicar un comentario