Un préstamo arriesgado, por muy empaquetado y disimulado que esté, debe remunerarse de manera acorde.
Hace un par de días, un amigo mío me envió una parodia en Youtube de una televisión estadounidense –creo- sobre la crisis de las subprime. La parodia, un poco exagerada como toda parodia, no se alejaba excesivamente de la realidad en algunos puntos. Al fin y al cabo, estos últimos años, el crecimiento económico ha sido tan espectacular, y la liquidez tan enorme, que la economía mundial se creía sumida en una orgía sin fin: inversiones sin riesgo, liquidez extrema, crecimiento estratosférico, demanda para todo tipo de activos sólida, etc. Pues eso, la parodia hacía hincapié en el hecho de que todas estas hipotecas basura o subprime se empaquetaban en fondos con nombres más complejos, y se vendían a inversores ávidos de rendimiento, en un mundo con tanto dinero y con tan poca aversión al riesgo que el rendimiento se hacía escaso. En esas situaciones, esos inversores estaban dispuestos a meter cantidades ingentes de dinero en productos que no comprendían a la perfección (por la simple y llana razón que nadie los comprende actualmente a la perfección) y basándose únicamente en la opinión, a menudo favorable, que emitían las todopoderosas agencias de rating. Así que para resumir, y para seguir la parodia – o tragicomedia, aún está por ver – estos inversores se atrevían con cantidades enormes de dinero, para unirse a una fiesta que no parecía tener fin (no voy a ser el único idiota que no saque tajada, se decían), sin tener absolutamente ni idea de lo que compraban y de los riesgos que contraían, y creyendo como un niño obediente las palabras de su papá evaluador de riesgos – o agencia de rating que viene a ser lo mismo - que le aconseja seguir por ese camino.
En fin, todo tan increíble que resulta difícil de tragar. Cada vez que me topo con ejemplos de este tipo me vuelvo una vez más a los clásicos, a los fundamentos. Mi novia me diría, como me dice a veces, que soy un cerrado. Y sin embargo opino que todavía quedan muchas cosas que inventar, muchos desafíos a los que vencer. Pero no tantos como para lanzar por la borda casi tres siglos de sabiduría humana si nos remontamos a las primeras civilizaciones (fenicia, egipcia, griega, etc.) consideradas “modernas”. Yo no creo que todo esté inventado, ni mucho menos. Hace poco escribí un artículo sobre los desafíos que le esperan a las finanzas modernas, uno de los campos del saber en los que el hombre se encuentra todavía en pañales y paradójicamente, sobre el que reposa la mayoría de su bienestar futuro. Lo único que trato de decir es que esa sabiduría acumulada, probablemente no teorizada pero que se encuentra en cualquier buen libro de economía, de historia y hasta de literatura, nunca jamás puede ignorarse sin que sus efectos sean devastadores. Eso, y el sentido común.
La cuestión está en que los gobiernos por ejemplo pueden empeñarse en dopar la economía con tal o cual medida transitoria, pero si no se centran en factores esenciales como la educación o una buena política de inmigración y de avance tecnológico, dicho país está condenado a un papel secundario en este mundo globalizado y competitivo. Lo mismo ocurre con las finanzas, los fundamentos son esenciales. Un préstamo arriesgado, por muy empaquetado y disimulado que esté, debe remunerarse de manera acorde. Cuando esto no ocurre, y esto ya lo sabían los banqueros genoveses y portugueses que prestaban a la Corona española por ejemplo en el siglo XVII, y el riesgo no se valora de manera consecuente, se corren riesgos desmesurados, se alimentan burbujas, y el propio mecanismo se autodestruye. Resulta curioso observar hoy en día los tipos de interés (muy bajos) de los bonos de estados a largo plazo. Los compradores de dichos bonos asumen, en definitiva, que la inflación durante los próximos, por ejemplo, 10 años, se va a mantener en valores cercanos al 2%, cuando actualmente ya rozan en Estados Unidos y en Europa los 4% y el precio de las materias primas, o la disminución de los efectos benéficos de la globalización, hacen intuir que la tendencia alcista podría mantenerse durante bastante tiempo…
Resulta curioso porque la economía, tras toda su parafernalia técnica es una ciencia social de sentido común. Comprar barato y vender caro en el futuro, he ahí la cuestión filosófica que generó tanta riqueza a tantos hombres de sentido común en el pasado, y que parece haberse olvidado hoy en día. Si el riesgo no esta valorado correctamente, por lo menos no lo compres, porque por sentido común algún día lo será, y entonces perderás dinero. Si las expectativas de inflación son excesivamente bajas, no las compres, porque algún día el mundo te enfrentará a la realidad (¡si puedes véndelas!). Si atravesamos una época de turbulencias, un cambio de ciclo, y las nuevas tendencias no se perfilan, mantente al margen, no des un paso en falso, y en cuanto sientas la nueva oleada, únete a ella. En definitiva, sabiduría y sentido común son necesarios no sólo para pilotar la competitividad de un país, sino también para saber dónde invertir el dinero. Estos fundamentos, esta sabiduría acumulada en años de guerras e historia de la humanidad que digo yo, parece habérsele olvidado al mundo financiero moderno, en cuanto se lanzaba con los ojos cerrados en asuntos realmente, aunque vistos con la facilidad de quien ya conoce el resultado, muy oscuros. Cuantos más clásicos hayas leído, más preparado estás para la vida.
Por Rodrigo Fernández
Diario de América
http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=4228
No hay comentarios:
Publicar un comentario