Para muchos fue precisamente la “línea blanda” de la Administración Carter la que disuadió a las autoridades iraníes de buscar una rápida solución al secuestro de los diplomáticos americanos en la embajada de Teherán.
A falta de los resultados de Texas y Ohio, que podrían dar un balón de oxígeno a la senadora Clinton o acabar definitivamente con su carrera hacia la Casa Blanca, Obama se perfila como el triunfador de unas muy reñidas primarias demócratas. Una ventaja medida no sólo en votos y delegados, sino también en el hecho de que el senador de Illinois está recavando el apoyo de los “superdelegados” demócratas.
Los Clinton daban por descontado que los patricios de su partido, muchos de los cuales ocuparon destacados puestos en la Administración Clinton, iban a apoyarles en el momento decisivo frente a un joven candidato al que nada deben. Por ello, la senadora y su marido recibieron un duro golpe cuando Obama, un demócrata sin pedigrí y que carece del ensamblaje del matrimonio Clinton en el aparato del partido, apareció arropado por el clan Kennedy justo unos días antes del “supermartes”. Ésta es la única dinastía demócrata que supera con creces la influencia de los Clinton dentro y fuera de las filas de su partido.
El Presidente Kennedy alcanzó la categoría de mito por su trágica muerte en un momento en que gozaba de gran popularidad y cuando se había ganado ya el respeto de los más escépticos. El hecho de que Caroline Kennedy diga que cree haber encontrado en Obama un candidato que la ilusiona de la manera que mucha gente se sintió ilusionada por su padre, ha revestido al senador Obama de un aura casi mística que le puede hacer ganar no sólo las primarias sino también las presidenciales.
Es cierto que el camino seguido por Obama hasta ahora es muy parecido al del malogrado Presidente: ambos estudiaron en Harvard; a Obama también se le considera muy joven e inexperto para ser Presidente; y si uno fue el primer Presidente católico de Estados Unidos, el otro se convertiría en el primer Presidente afroamericano de este país.
No obstante, existen también importantes diferencias entre ambas figuras, que pueden ser decisivas si Obama llega a dirigir la primera potencia mundial. Cuando Kennedy llega a la Casa Blanca contaba ya, pese a su juventud, con un considerable bagaje en política exterior si se le compara con el senador de Illinois. Al fin y al cabo, su padre fue embajador en Reino Unido y esto le permitió viajar por numerosos países europeos y de Oriente Medio. Asistió como enviado especial a la Conferencia de San Francisco y durante su periodo de congresista realizó también varios viajes. Por su parte, más allá de su vínculo familiar con África, los contactos y desplazamientos de Obama al exterior y, especialmente, al viejo continente parecen ser limitados teniendo en cuenta que preside el Subcomité del Senado para Europa.
Kennedy se convierte en Presidente en plena Guerra Fría y durante su mandato se enfrenta a episodios tan decisivos como la crisis de los misiles cubanos o la guerra de Vietnam, a donde envía 17 000 soldados. Así, pese a su deseo de aproximarse a la URSS y buscar un equilibrio entre ambas superpotencias que garantizase una coexistencia pacífica y alejase el riesgo de una guerra nuclear, nunca se mostró inclinado a pagar un precio por ello. Estaba convencido de la superioridad de los principios y valores occidentales sobre los del bloque comunista, y no cejó en su defensa. Ya lo advirtió en su discurso inaugural, estaba dispuesto a asumir cualquier carga con tal de asegurar la supervivencia y el triunfo de la libertad.
Hoy, como entonces, la libertad está amenazada y el enemigo es aún más peligroso si cabe, ya que no hay ni teléfono rojo ni medio de disuasión posible. Por lo tanto, la defensa de dichos principios tendrían que ser más enérgica que nunca, pero el senador no nos transmite esa sensación. Su política exterior se va a centrar en cambiar la percepción que el resto del mundo tiene de Estados Unidos por otra más amable, pero no está claro hasta dónde piensa llegar para conseguir este objetivo.
Ha hecho pública su disposición a hablar con los líderes de Siria, Irán o Cuba, sin condiciones previa como su rival Clinton, porque Estados Unidos debe dialogar directamente no sólo con sus amigos sino también con sus enemigos. También ha declarado su intención de convocar una gran cumbre con los líderes de los países musulmanes si se convierte en Presidente, para cerrar la brecha que existe entre los árabes y Occidente. Algo que está muy próximo a la insustancial Alianza de Civilizaciones.
Asegura querer seguir luchando contra el terrorismo, pero su rechazo desde el primer momento de la invasión de Irak demuestra que su apuesta no es por el uso de la fuerza sino por la diplomacia y el ‘soft power’. No quiere ir a buscar a los terroristas a sus santuarios, pretende acabar con el terrorismo arrancando de raíz aquello que está en su origen. Por ello, su estrategia contra el terrorismo pasa por apoyar a las fuerzas moderadas de los países árabes con gobiernos fundamentalistas, ayudar a que sus poblaciones tengan acceso a la educación y a la sanidad, y promover el comercio y las inversiones con los mismos para reactivar sus economías. Propuestas que indican que Obama ha asimilado el discurso victimista de los fanáticos, y considera que es la pobreza y la arrogancia de Occidente los culpable de la lacra que sufrimos.
Este pensamiento “buenista” es muy peligroso, además de poco efectivo. Peligroso porque los fundamentalistas lo interpretan como un signo de debilidad, lo que les anima a perseverar en su lógica asesina. Poco efectivo porque cuando se desecha el uso de la fuerza como condición previa resulta muy difícil que la otra parte de la negociación mueva en lo más mínimo su postura, por mucho que se dialogue con ella.
Esta actitud del senador de Illinois dista mucho de la del Presidente Kennedy, que nunca renegó de los valores sobre los que se fundó la nación americana ni desistió en su defensa. Obama es de los que cree que la libertad y la democracia están bien para los americanos pero no para los iraquíes, a pesar de que sus orígenes deberían impulsarle a todo lo contrario.
El senador ofrece una política exterior de bajo perfil, que Estados Unidos se repliegue en sí misma y busque un cierto acomodo con el enemigo. Así que, más allá de las fotos con los Kennedy, sus palabras nos indican que el cambio que promete Obama está más cerca del legado de Carter que del de JFK. Ambos fueron presidentes de un solo mandato pero por razones bien diferentes: 3 disparos en el caso de Kennedy y 444 días de secuestro en el caso de Carter.
Para muchos fue precisamente la “línea blanda” de la Administración Carter la que disuadió a las autoridades iraníes de buscar una rápida solución al secuestro de los diplomáticos americanos en la embajada de Teherán. Un episodio en el que se demostró, una vez más que, al final, el apaciguamiento se cobra un precio muy elevado, superior muchas veces al que se paga en caso de enfrentamiento. Así fue para los secuestrados pero también para Carter, que en las presidenciales de ese año no fue reelegido. Los americanos buscaron entonces un líder bien distinto, Reagan.
En definitiva, Obama, como Carter, es un excelente candidato al Premio Nobel de la Paz pero no es el Presidente que Estados Unidos y el mundo necesita.
Por Ana L. Capillahttp://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=3422