Un elocuente Senador novato ha descubierto la manera de vender esperanza. Para recibirla, solamente necesita darle su voto. Barack Obama está haciendo millones. Este tipo de venta no es nueva en absoluto. La religión organizada lleva siglos ofreciendo un producto similar -- la salvación.
No hay mejor camino al éxito que hacer que la gente pague por un producto gratuito. Como el genio que se imaginó cómo hacer pagar a la gente por el agua: embotéllela (Aquafina demostró no ser nada más que agua del grifo reprocesada) y cobre más de lo que la gente paga por la gasolina. O considere cómo encontró Google la manera de vender sustantivos del diccionario -- zapato, barco, reloj - cobrando chorrocientos a los publicistas por aparecer enumerados cuando quiera que se busque la palabra.
Y ahora, en el número más asombroso de todos, un elocuente Senador novato ha descubierto la manera de vender esperanza. Para recibirla, solamente necesita darle su voto. Barack Obama está haciendo millones.
Este tipo de venta no es nueva en absoluto. La religión organizada lleva siglos ofreciendo un producto similar -- la salvación. Lo cual es el motivo de que la campaña de Obama tenga un regusto a renacimiento religioso con, como observaba el escritor James Wolcott, "un fervor de salvación" y "celo idealista divorciado de cualquier política o causa concreta y conducido a lomos de la euforia pura".
"Somos la esperanza del futuro", dice Obama. Podemos "rehacer este mundo como debería ser". Crea en mí y le redimiré no solamente a usted, sino a su país - por el mismo precio podemos convertirnos "en himno que sane a esta nación, repare este mundo, y haga este momento diferente a todos los demás".
Y vaya si lo hace. Tras ocho victorias seguidas -- y dos más (Hawaii y Wisconsin) casi garantizado que llegarán -- Obama está a punto de sepultar todo el parloteo del Súper Martes sobre una convención estancada con superdelegados no electos decidiendo el candidato. A menos que Hillary Clinton pueda hacer de alguna manera en Ohio y Tejas el 4 de marzo lo que Rudy Giuliani demostró que es casi imposible hacer -- mantener un cortafuegos con un estado grande tras una cadena incesante de derrotas más pequeñas -- los superdelegados se decantarán en masa por Obama. La esperanza habrá ganado.
Llamativamente, Obama ha sido capaz de lograr estas victorias electorales y deslumbrar a la muchedumbre de una jurisdicción nueva tras otra al mismo tiempo que su poder de fascinación ha empezado a despertar el escepticismo y las dudas entre los medios de referencia.
Jake Tapper, de la ABC, observa "los rasgos de culto desordenado" de "los fieles de Obama", que Joel Stein, del Los Angeles Times, llama "el Culto a Obama". El discurso de victoria del Súper Martes de Obama fue una obra clásica del género. Su efecto fue electrizante, suscitando un fervor rítmico entre la audiencia -- ante tonterías retóricas tales como "Somos los que hemos estado esperando. (Aclamaciones, aplausos). Somos el cambio que buscamos".
Lo cual fue demasiado para Joe Klein, del Times. "Había algo un edil espeluznante en el mesianismo de masas..." escribía. "El mensaje está llegando a ser peligrosamente autoreferencial. La campaña de Obama trata con demasiada frecuencia de lo maravillosa que es la campaña de Obama”.
Puede despreciar como hiperbólica la queja de Paul Krugman, del New York Times, de que "la campaña de Obama parece peligrosamente próxima a convertirse en un culto a la personalidad". Hasta escuchar a Chris Matthews, quien ya no cuenta con la excusa de la juventud, reaccionar al discurso de victoria en las primarias de Potomac de Obama con “Vaya, sentí esta emoción subiendo por mi pierna". Cuando sus co-anfitriones en la MSNBC intentaron hacerle abandonar, rehusó retractarse. Extraordinario viniendo de un acólito que decía que Obama "se presenta, y parece tener las respuestas. Este es el Nuevo Testamento".
Solamente he visto un estado de exaltación nacional similar. Cuando era adolescente creciendo en Canadá, fui testigo de un carismático profesor de derecho que pasó del anonimato a la primera magistratura, pasando por la cartera de justicia, transportado por una oleada de lo que se llamó Trudeaumania.
Pero hasta en ese caso el objeto de libre afecto de sus paisanos no era una hoja en blanco. Pierre Trudeau era ya un intelectual serio que había escrito y pensado y dado conferencias durante mucho tiempo acerca de la naturaleza y el futuro de su país.
Obama tiene un rastro de antecedentes sorprendentemente vacío. Va por ahí extendiendo pagarés del futuro que probablemente no vaya a poder devolver. Promesas de curar al mundo con negociaciones con el Presidente Ahmadineyad de Irán y similares. Promesas de superar los enigmas de la reforma del sistema social que exigen renuncias dolorosas y reales y que llevan una generación eludiendo una solución. Promesas de financiar sus demás promesas mediante una retirada rápida de una guerra impopular -- con la esperanza, supongo, de que el (supuesto) incremento resultante del prestigio americano compense el caos que seguirá.
Los Demócratas tienen miedo a que el encanto de Obama se rompa entre el momento de su nominación y el momento de las elecciones, y ello les niegue la Casa Blanca. Mi conjetura es que podrá mantener el encanto poco más allá del día en que jure el cargo. Después de lo cual llegará el despertar. Será desagradable.
http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=3334
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