sábado, 16 de febrero de 2008

La leche y el whisky


Ni las peores amenazas al “imperio” por parte del presidente Chávez han logrado capturar la atención de la prensa mundial como lo han hecho las interminables colas de venezolanos a la espera de un litro de leche. No se entiende cómo en Venezuela, un país bañado en petrodólares –que su presidente regala a diestra y siniestra– donde compiten todas las marcas de whisky de 18 años, los productos de la cesta básica brillen por su ausencia.

Con razón nos comparan con Rusia, pero no la de Putin, sino la de Brezhnev.

Hasta en los chistes nos parecemos al socialismo del siglo pasado. Por ejemplo, dice el chiste soviético que el camarada Brezhnev le anunció al pueblo ruso que la meta de la revolución era entregarle un carro y un avión a cada ruso.

Asombrado, otro camarada le responde que si bien lo del carro es comprensible lo del avión le parece exagerado…

Brezhnev lo interrumpe inmediatamente y le dice: “Nada de exageraciones, dígame entonces, ¿cómo va a hacer la gente de Moscú si aparece leche en Volvogrado?”. Quizás por ahí van los tiros, y sin llegar al extremo de un avión per cápita como meta de la revolución bolivariana, quizás lo que le conviene al presidente Chávez –para aumentar su deteriorada popularidad– es anunciar la misión Conviasa: viajes gratis a cualquier parte del territorio nacional donde aparezca leche…

Este chiste nos permite entender que compartimos con los países socialistas del siglo pasado el típico problema de escasez estructural que los llevó al fracaso. El error que cometieron los rusos –con las mejores intenciones– y que hoy copia Venezuela, fue el de interponer al Estado entre productores y consumidores con el supuesto objetivo de “proteger” a estos últimos. Lo que ignora esta concepción de protección al consumidor es que la relación del productor con el consumidor es muy compleja y no se limita a establecer un precio “razonable”.

Muy por el contrario, es una relación basada en el diseño de variedades, calidades, puntos de venta, empaques, ofertas y toda esa mezcla que atributos que ningún burócrata es capaz de adivinar desde su escritorio. Lo importante es poner a las empresas a pelear entre ellas para así darle el poder al consumidor. Cuando se mete el Estado en el medio, se elimina la soberanía del consumidor. Los productores dejan de competir entre sí, baja la calidad, no hay estímulos para sacar nuevos productos y por último el fabricante es el que manda pues el consumidor esta dispuesto a comprar como sea y lo que sea.

En el caso de la Unión Soviética las empresas eran todas del Estado, en nuestro caso, no lo son –por ahora– pero los resultados son los mismos. Las empresas privadas que producen la cesta básica a precios controlados se encuentran en un mercado de vendedores con pocas ganas de vender y ningún incentivo para mejorar la calidad.

Hasta el mismo Chávez, cual Gosplan (ente planificador de la URSS) ambulante, regaña a las empresas lecheras por producir quesos blancos y yogurt en vez de leche.

En Venezuela convive una economía al estilo soviético, con otra muy distinta, la del whisky, por ejemplo. En esta última hay una gran disponibilidad, variedad, ofertas y calidades de todo tipo. Quizás sea esto lo que llaman el socialismo del siglo XXI. Pero implica hacerles más daño a los pobres –quienes compran la cesta básica– que a los más pudientes.

Y este problema no se va a resolver estatizando Polar y los grandes distribuidores, o prohibiendo la importación de whisky.


por Ana Julia Jatar
El Nacional


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