El escándalo alrededor de Pdvsa acentúa la desmoralización dentro del oficialismo. A la incertidumbre sobre la viabilidad del “proceso” -por causa del reciente revés electoral y, ahora, por la situación financiera de la industria-, se le suma otra inocultable tragedia: la imposibilidad de sustituir al agotado equipo de Gobierno por fichas que consigan refrescar el rostro agrietado de la administración.
El performance del ministro Ramírez, al responder a la costosa demanda de la Exxon, representa el mejor ejemplo de esa fatalidad que, por estos días, quedó expresada en los tristones balbuceos de quien ha sido, durante largo tiempo, el más influyente funcionario de la V República.
La escena ofrecida por Ramírez a la opinión pública -y a sus propios compatriotas rojos, que sólo le creyeron la mitad de la historia- es otra prueba más de que el reimpulso de la revolución está resultando una quimera. Sobretodo, porque los crecientes niveles de descomposición social alimentan el pesimismo de los cuadros del poder, que -impotentes y engatillados en el “antes del 2D”- no logran siquiera construir el discurso adecuado para esta coyuntura del todo novedosa.
Por si fuera poco, el costoso impasse con la multinacional petrolera ha coincidido con un desabastecimiento sin precedentes en la historia del país, cuyo efecto sobre la credibilidad del Gobierno -y de sus versiones oficiales- no abona un buen score para la revolución.
El hecho de que los propagandistas del Gobierno desestimen por “mediáticos” todos los problemas del país -incluyendo el grave desabastecimiento de productos básicos-, supone una pésima señal sobre la disposición para resolverlos. En el caso de los alimentos se pretende posicionar la idea del “acaparamiento especulativo”, con el que se busca colocar las culpas en el campo de los comerciantes para animar una eventual reacción violenta contra éstos y ganarle tiempo a las regionales. La estrategia es tan dañina como ineficiente, pues no permite la obligante rectificación prometida, ni garantiza las ganancias políticas que se obtendrían a partir de una respuesta sostenible en el tiempo.
A esto, precisamente, obedece la progresiva desmoralización que se acumula en los sótanos de la revolución, donde las versiones oficiales ya se tienen como inútiles atajos, destinados a capear los temporales de la opinión pública. El caso de la demanda de la Exxon desnudó el drama al que aludimos: el palabreo torpe de los legisladores puso de manifiesto la ausencia de convicciones firmes alrededor de la versión fabricada por el jefe de Pdvsa y del destino del “proceso”
¿El carómetro no miente. Es evidente que los cuentos oficiales no gozan de credibilidad ni dentro de la revolución: un hecho que suma a esa bola de nieve que es el desaliento causado por la derrota del 2D, la ineficiencia pasmosa de la gestión y, ahora, por el incierto futuro de la renta petrolera, pilar fundamental del experimento bolivariano.
Argelia Ríos
http://blogs.noticierodigital.com/argelia/2008/02/15/la-devaluacion-de-la-historia-oficial/#more-107
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