El segundo aniversario del cierre de RCTV vuelve a poner sobre el tapete una serie de acusaciones del régimen contra ese canal de televisión
El segundo aniversario del cierre de RCTV vuelve a poner sobre el tapete una serie de acusaciones del régimen contra ese canal de televisión, que no le son exclusivas en absoluto, como golpista, antinacional, moralmente dañino y un largo etcétera que conduce necesariamente a la conclusión de que el cierre es una sanción que se corresponde con estas faltas.
Pero por supuesto, si se trata de una sanción debió existir un procedimiento judicial o administrativo, alguna suerte de contienda legal, con argumentos y contra argumentos, pruebas, valoración y algún tipo de sentencia condenatoria que fuese razonablemente aceptable o recurrible.
Un pequeño detalle es que el delito de “golpista” no existe en la legislación penal venezolana, ni se ve cómo podría cometerlo una estación de televisión, siendo esa una conducta tradicionalmente propia de militares conspiradores y en el extremo del argumento, no existe tal pena establecida en ley previa como “cierre en señal abierta”. El aspecto cómico dentro de la tragedia es que todos aquellos crímenes pueden seguirse cometiendo, siempre que sea por cable.
Lo cierto es que no hay nada de esto. El mismo acusador simultáneamente dice que no se trata de ninguna sanción, que simplemente al canal “se le venció la concesión” y es potestad soberana del “Estado” renovarla o no. Lo que puede hacer discrecionalmente, según criterios que se le ocurran en el camino, sin responder a ningún principio de igualdad ante la ley, respeto a derechos adquiridos o expectativas de derecho y, en fin, como le de la real gana al comandante. Entonces, ¿para qué son todas aquellas acusaciones?
Desde este segundo enfoque, de lo que se trata es de trivializar el asunto, como si fuera una cuestión rutinaria y que no merece mayor atención de nadie, como si en Venezuela se cerrara un canal con 53 años en el aire todos los días y que esto debería ser aceptado como parte del paisaje natural incluso en el exterior. Por cierto, los mercenarios españoles debaten en Europa entre estas dos visiones: unos, diciendo que el canal nunca fue cerrado; los otros, que se le venció la concesión, lo que para los efectos prácticos viene a ser lo mismo.
Pero cualquier persona empeñada en la tarea de querer comprender, puede caer fácilmente en la tentación de creer que todo es cuestión de palabras, de usos del lenguaje: así como los comunistas en el pasado bautizaron los asaltos a bancos como “expropiaciones”, hoy asesinar personas es “darlos de baja”. De manera que el problema para ellos se reduce a elegir las palabras apropiadas y para sus víctimas descubrir qué se quiere ocultar tras el enjambre de neologismos.
No es sólo un chiste que la respuesta más sencilla a la pregunta ¿Qué es un comunista? sea: “Un atracador con verborrea”. Es abrumadoramente cierto que todo el discurso socialista a nivel mundial ha devenido en una grotesca justificación de la mentira, el robo y el asesinato en gran escala, que es como siempre se ha traducido en la realidad, todas las veces en que esta teoría se ha tratado de llevar a la práctica de una manera consecuente.
Los nacionalsocialistas alemanes fueron verdaderos maestros en el uso del lenguaje, disfrazando detrás de cada expresión plausible un crimen horrendo: “solución final” por genocidio, “reasentamiento de población” por deportación, “reunificación” en lugar de anexión, “espacio vital” en lugar expansión alemana, “limpieza étnica” por aniquilación de desvalidos y así ad nauseam.
DEL DICHO AL HECHO. Una de las críticas más frecuentes que se le hace al socialismo en todo el mundo es la abrumadora distancia que se observa entre lo que anuncian, las medidas que efectivamente toman y los resultados que finalmente consiguen.
La única novedad es que si antes podía decirse que se trataba sólo de gentes equivocadas, aunque animadas por buenas intenciones; ahora la dificultad estriba en saber si alguien cree realmente en sus mentiras malintencionadas.
En el pasado los socialistas proclamaban que iban a “expropiar” los medios de producción de manos de los “explotadores” para establecer el reino de la igualdad y la justicia social. En verdad, se robaron bienes ajenos, asesinaron y deportaron a quienes resistieron, establecieron un reino de persecución y terror nunca antes visto, abrieron desigualdades sociales abismales y llevaron la miseria a niveles solo comparables con la opresión política y la insania moral.
En la actualidad, cada medida socialista es precedida por una fanfarria de los grandes propósitos que se pretenden alcanzar con ella, que no puede producir sino un gran desconcierto, no sólo porque después de 10 años de dictadura es insólito que esos propósitos no se hayan alcanzado todavía, sino por la evidencia de que los tales anuncios no tienen nada que ver con la medida que se está tomando en la realidad y mucho menos con los verdaderos efectos que obviamente se van a producir.
Por ejemplo, se toma por asalto un fundo, se saca a sus legítimos propietarios de sus casas a punta de pistola y se instala allí un comando militar; pero al mismo tiempo se declara que esto se hace para lograr la seguridad alimentaria, la independencia productiva nacional, la liberación de los pobres campesinos explotados por los terratenientes, en el marco de la guerra contra el latifundio. Resultado visible: productores agropecuarios arruinados, pobres campesinos que se quedan sin trabajo, el fundo convertido en una ruina, otra cosecha que se pierde, otro producto que desaparece del mercado, ergo, todo lo contrario de lo que se anunciaba. ¿Hasta cuándo la misma historia?
Pero detrás del palabrerío debería vislumbrarse alguna ideología, tras el asalto alguna intención; pero no, el nuevo socialismo se caracteriza por su falta de propósito, por la acción sin sentido y aberrante, cuyas contradicciones sólo pueden explicarse por la diversidad de motivaciones que tienen sus autores: unos, que sólo quieren vengarse de su miserable condición; otros, que quieren aprovecharse de los despojos, como los que tomaban posesión de los bienes de los judíos, de los gulags deportados o, más cerca, de los cubanos exiliados.
Los socialistas de la oposición claman: ¡Esto no es socialismo! Y proclaman la vigencia del “verdadero socialismo”, del que no se sabe nada todavía. Pero con esta actitud lo remiten al plano de la imaginación, de lo incognoscible, un modo ciertamente irónico de volver al mundo de la metafísica, de donde, como el genio de la lámpara, el socialismo nunca debió haber salido.
SOCIALISMO REAL. Hasta hace poco esta expresión designaba a la URSS y hoy sólo se refiere a Cuba, el único sobreviviente de la guerra fría, con la segura excepción de Corea del Norte, que nadie sabe lo que es, en cuanto a experimento político, económico o social, como no sea ejemplo de despotismo asiático, desprovisto de la serenidad y dignidad propia de los mandarines.
Si usted pregunta qué es una fábrica de tabacos en cualquier parte del mundo, no se necesita ser uno de los 15 economistas para responder: una unidad productiva que consiste en unas ciertas instalaciones, maquinarias, recursos financieros, un personal y eso que los americanos llaman “know-how”, algún conocimiento técnico o destreza para hacer la cuestión, y tabaco, por supuesto, la materia prima.
¿Y qué es una fábrica de tabacos en Cuba? Exactamente lo mismo, lo que pasa es que allá la fabrica no está en manos de sujetos privados, explotadores de los trabajadores, sino en manos de la familia Castro que, como todo el mundo sabe, no explota a nadie sino que está al servicio de todo el pueblo.
Esto puede parecer un mal chiste pero es la pura verdad. Lo que se ha dado en llamar “modo de producción capitalista” en realidad es el único modo de producir, aquí y en China, porque los instrumentos de producción han sido bautizados como “capital”, pequeña trampa en que los teóricos se auto atrapan.
El modo de producción socialista sencillamente no existe y cambiarle el nombre a una fábrica de briqueta para llamarla “socialista”, más que una manipulación propagandística es una soberana estupidez, con el agravante que allí no se sabe qué es lo socialista, si la fábrica o las briquetas.
El ataque contra los medios de comunicación se basa en el hecho de que están en manos de una élite que intoxica a la mayoría con sus propios puntos de vista; se propone sustituirlos por el sistema de una única Agencia Novosti, Sinjua o Prensa Latina, en manos de la súper élite del partido comunista.
Nomenclatura que además controla todos los medios económicos de vida, el sistema educativo, las fuerzas armadas, la policía, los tribunales, que es quien dicta lo que fue la historia y planifica el futuro, según el omnisciente criterio de su comandante en jefe, que sí sabe lo que más le conviene al pueblo, mejor que el pueblo mismo, condenado a la condición de incapacidad eterna.
Lo que realmente sorprende del nuevo socialismo es que se las haya arreglado para superar sus propios fracasos históricos y todavía pretenda reinar en el mundo, endilgándole sus errores a quienes no son ni nunca fueron socialistas.
Ante el estrepitoso fracaso del sistema reinante en Venezuela, los socialistas de la oposición irrumpen diciendo que este régimen es neoliberal y capitalista por los cuatro costados y que el verdadero socialismo está por construirse.
Alguien debe estar equivocado, porque este régimen capitalista y neoliberal no solo se autodefine como “socialista” sino que es apoyado por la tiranía de los hermanos Castro, de los hermanos Ortega, por Lula, Rodríguez Zapatero y toda la izquierda imbécil de los Estados Unidos y Europa, de manera que estos apoyos resultan incomprensibles, a menos que éstos se hayan vuelto también capitalistas y neoliberales.
Esto no es nada nuevo. El socialdemócrata Carlos Andrés Pérez es condenado por aplicar un “paquetazo neoliberal”, inspirado por sus asesores Miguelito y Gumersindo Rodríguez, éste último ideólogo del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y que se sepa su partido, Acción Democrática, nunca ha sido expulsado por la Internacional Socialista, a la que todavía pertenece.
Si en algo no han fracasado los socialistas es en el arte de sobrevivirse a sí mismos.
Por Luis Marín
Diario de América
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