“El panorama es apocalíptico. La responsabilidad de la oposición insoslayable. Es la hora de comprenderlo de una buena vez y unir todas las voluntades. O, dicho en buen mexicano, nos lleva la chingada”.
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Quienes creen que Hugo Chávez y los suyos se irán de buen grado se equivocan. Aún no han comprendido que su intención es aplastar toda oposición y someter toda disidencia para establecer un régimen tiránico en nuestro país.: la dictadura socialista del siglo XXI, ya en avanzado estado de desarrollo. Para ello requiere impedir que surja y se desarrolle una alternativa democrática que permita el regreso a la normalidad institucional. Y socavar hasta extinguir toda actividad empresarial, base y fundamento para la libertad y la democracia. Por ello el ataque inclemente contra Antonio Ledezma, en quien vislumbra al futuro líder de una alternativa democrática inmediata. Y el avance despiadado en la liquidación de la propiedad privada y la libre empresa.
Por ello se equivocan aquellos gobernadores y alcaldes opositores que esperan que el ataque a Ledezma no repercuta en su propia sobrevivencia. Irán a por ellos con la misma saña con que fueran contra Ledezma. Están marcados. A no ser que estén dispuestos a jugar la partida del régimen y servir de coartada para mantener la mascarada democrática con que el chavismo compra la obsecuencia de las democracias regionales. Del mismo modo sucede con los empresarios que creen que serán eximidos de caer bajo la trituradora estatizante del régimen. Y me refiero a los empresarios auténticos, no a quienes parasitan de la voluntad dispendiosa del tirano. Que se miren en el espejo de Cuba, no de China. La única diferencia de la dictadura del siglo XXI que preconiza Chávez respecto de la cubana o de las del colapsado bloque socialista es que se traviste de democracia y espera la complicidad de un sector de la disidencia. Siguiendo el modelo del nazismo. Así como del uso indiscriminado y corruptor de fastuosos ingresos petroleros. De no obtener ese respaldo espurio o caer en bancarrota, como parece avizorarse, irá a por todas: una dictadura pura y dura, sin disimulos. Estamos a un paso.
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Igual error cometen aquellos gobiernos que minimizan el peligro del expansionismo chavista y hasta se burlan de sus pretensiones imperiales. Chávez no es tan bufón como aparenta. Está dispuesto a llegar con sus delirios expansionistas tan lejos como se lo permita la pusilanimidad o el descuido de las democracias hemisféricas. Y el silencio o la pusilanimidad de los Estados Unidos, que Chávez no trepida en intentar neutralizar con carantoñas y regalitos. Su alianza con Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador es, por ahora, inquebrantable. Así Correa juega a la independencia. Como lo es la comunidad de propósitos con Irán y Rusia. Como bien lo ha señalado Antonio Pasquali, Chávez pretende reeditar la locura castrista de los 60. No es otro el propósito que persigue aprovisionando a Irán de uranio y entregándole el territorio en que se encuentran sus yacimientos. Si la recuperación del precio del petróleo lo exigiera, ni Irán, ni Rusia ni la Venezuela chavista tendrían empacho en lanzar un ataque nuclear sobre Israel y generar un gigantesco conflicto en el Medio Oriente. Son, por cierto, esos tres países los más afectados por esta brutal caída de los precios del crudo, que llegaron para quedarse muchos más años de los que ese trío de delincuentes lo quisiera. El proyecto totalitario de Ahmadinejad, de Putin y de Chávez requiere de la renta petrolera como del oxígeno. De mantenerse esta caída de los precios del crudo - que bien podría durar una década o más, como sucediera en el pasado - los tres proyectos totalitarios están condenados al fracaso.
De allí que Chávez sea una amenaza mortal para la democracia venezolana y para la estabilidad del hemisferio. Quienes minimizan su capacidad destructiva y lo consideran no más que el bufón de la corte cometen un grave error. Como lo ha cometido una parte importante de la clase política venezolana, que ha impedido una unidad activa y combatiente en contra de su proyecto estratégico. Como insiste en no entenderlo una dirigencia partidista incapaz de ver más allá de su ombligo, apostando a electorales pajaritos preñados e impidiendo la conformación de un frente unitario de lucha inmediata y frontal contra la barbarie. No haberlo comprendido a tiempo le ha costado a Venezuela un precio inmensamente caro. Nuestro país está devastado material, espiritual y moralmente. Es una ruina de lo que fuera hasta las vísperas de su ascenso al Poder. Además de su egolatría desaforada y su narcisismo patológico, Chávez tiene tanta conciencia moral como un perro de presa. Es esencial tratarlo como tal. Y sacarlo del juego cuanto antes. Sin dilación y sin miramientos.
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Es indudable que hemos ingresado a la fase definitoria de la crisis histórica que vivimos. Que enfrenta una vez más la regresión a la modernidad, el estancamiento al progreso. Y recicla el viejo conflicto ancestral entre el campo y la ciudad, la barbarie y la civilización. La libertad y el sometimiento que han marcado nuestro atribulado devenir como Nación. Como se ha encargado de demostrárnoslo con hechos, Chávez no está dispuesto a convivir con la oposición democrática. Tampoco está dispuesto a tomar en serio los resultados electorales y aceptar la existencia de un país que rechaza su proyecto y sus ejecutorias. Su democracia es una mascarada orientada al exterior. En lo interno, Chávez es la dictadura, la brutal dictadura que fuera encarnada en el pasado por Juan Vicente Gómez. Con un terrorífico agravante: desprecia el talento, la capacidad, la inteligencia. Es infinitamente más bruto y brutal que Juan Vicente Gómez. Que supo rodearse de los mejores, no de esta corte de militarotes, parásitos, ignorantes y saqueadores que forman la corte del rey Hugo.
Bastaría el golpe de Estado cometido contra el gobierno metropolitano de Antonio Ledezma y el desprecio a sus ochocientos mil electores, así como el atropello sistemático a las autoridades opositoras para concluir que hemos llegado al llegadero. El “hasta aquí” expresado por analistas políticos y columnistas, por académicos y periodistas, por los sectores democráticos conscientes de la gravedad del momento histórico es concluyente. Debiera constituir un aldabonazo para que los dirigentes máximos de los partidos - y me refiero concretamente a los secretarios generales de Primero Justicia y Acción Democrática, Proyecto Venezuela y Un Nuevo Tiempo, el Mas y la Causa R, Bandera Roja y Alianza Bravo Pueblo - dejen los cabildeos, depongan espurias ambiciones y se aboquen a la conformación de un Frente de Resistencia Activa contra la barbarie. Como lo demanda a voces el propio Antonio Ledezma, el líder más consciente del grave momento que vivimos. Si Salas Feo, en primer lugar, pero también Henrique Capriles, César Pérez Vivas, Pablo Pérez y Morel Rodríguez creen que escondiendo la cabeza y sobándole el lomo al autócrata garantizarían su sobrevivencia, estarían cometiendo un craso delito de lesa humanidad. Y servirían a la destrucción de la república y al entronizamiento del dictador. Todos ellos, conjuntamente con los alcaldes opositores, debieran haber constituido ya un frente común, activo y combatiente. Respaldando a Antonio Ledezma como forma concreta de defender sus propias posiciones. Impidiendo encontrarse de pronto y cuando el capricho del tirano lo decida ante la cruel disyuntiva que obligara a Manuel Rosales a tomar el viejo y recorrido camino venezolano del destierro.
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La sociedad civil está perfectamente clara en su diagnóstico: éste es un régimen dictatorial. Y unánime en su condena al tirano espera acciones concretas que apunten a sacarlo del Poder cuanto antes. Es lo que se colige de los manifiestos de importantes grupos de opinión como el M2D, que acaba de constituir su capítulo zuliano. El hiato entre esa percepción mayoritaria de una parte mayoritaria del país y la apatía, la catalepsia y la estulticia de la dirigencia política nacional adquiere tal dimensión, que el divorcio entre los partidos políticos y el sentimiento democrático nacional es un hecho concluyente.
La paciencia ante el tirano tiene un límite. Como lo tiene la que la sociedad democrática muestra ante los dirigentes políticos. Ambas se están agotando. En un momento crucial, cuando la bancarrota del régimen es un hecho y la insolvencia del estado manifiesta. Enfrentamos un período de turbulencias sociales que ya explotan: los trabajadores del petróleo, de las industrias básicas, de las instituciones del Estado - obreros, maestros, enfermeras, médicos, académicos, entre muchos otros - salen a las calles y demandan el pago de sus salarios, de sus sueldos, de sus prestaciones. Exigen la discusión de sus contratos colectivos y amenazan con hacer explotar el polvorín que subyace como un volcán bajo la ignominia despótica del régimen.
El gobierno podrá imprimir bolívares y acelerar el desborde inflacionario. No puede imprimir dólares. El cinismo con que CADIVI le recomienda a los importadores recurran al mercado paralelo mientras le prohíbe a los medios hacer referencia al valor del dólar negro - que ya más que triplica el valor del inalcanzable dólar oficial - es más que suficiente indicio de la bancarrota fiscal que enfrenta un gobierno hundido hasta el cogote en el desastre. Se agotaron o están a punto de agotarse las reservas internacionales. Esa es una brutal realidad. La producción de petróleo ha descendido a cotas inéditas: 1 millones 600 mil barriles diarios. Y de continuar el desastre, podría bajar a fin de año a l millón de barriles.
El panorama es apocalíptico. La responsabilidad de la oposición insoslayable. Es la hora de comprenderlo de una buena vez y unir todas las voluntades. O, dicho en buen mexicano, nos lleva la chingada.
Noticiero Digital
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