La nueva presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, empezó su primera semana en el poder con el pie izquierdo --se acercó innecesariamente al presidente Venezolano Hugo Chávez y se alejó de Estados Unidos.
A juzgar por lo que escuché de fuentes de todo el espectro político en Washington, la reacción visceral de Fernández a una mención en una corte federal de Miami según la cual el gobierno venezolano habría contribuido con dinero a una campaña presidencial en las recientes elecciones argentinas del 2007 fue un caso típico de inexperiencia política, mal asesoramiento, vínculos más profundos de los que se creía con el gobierno petro-populista de Venezuela, o todas las opciones anteriores juntas.
En lugar de aplaudir la investigación del Departamento de Justicia norteamericano y resaltar que la acusación en ningún momento sugiere que ella o alguno de sus colaboradores cercanos estaba al tanto de las contribuciones venezolanas, Fernández respondió --en tandem con el gobierno de Chávez-- que se trataba de una conspiración de Estados Unidos contra su país.
La nueva presidenta, una ex primera dama y senadora que ha sido descripta por sus colaboradores como ''la Hillary Argentina'', dijo que la acusación de la justicia norteamericana era una operación de inteligencia y una ''basura'' para envenenar las relaciones de Argentina con Venezuela, añadiendo que ella no va a permitir ser presionada por el gobierno de Estados Unidos.
El Departamento de Estado de Estados Unidos respondió que la acusación no tiene nada que ver con la política exterior de Estados Unidos, y que resultó de una investigación independiente del Departamento de Justicia y el FBI. Funcionarios argentinos me señalaron en privado que parte de la ira de Fernández se debió a que no fue alertada por funcionarios norteamericanos.
Según fuentes diplomáticas, el Departamento de Estado fue notificado a último momento, o fue tomado por sorpresa, porque los fiscales manejaron todo bajo el máximo secreto para evitar que se fugaran los sospechosos.
El caso se inició en agosto, cuando el empresario venezolano-norteamericano Guido Antonio Wilson llegó al aeropuerto de Buenos Aires con casi $800,000 en efectivo a bordo de un avión fletado por el gobierno Argentino que llevaba una delegación de la empresa petrolera estatal venezolana PDVSA. El avión llegó poco antes de una visita de Chávez a Argentina.
Cuando los inspectores de aduanas encontraron el dinero, Antonini dejó el efectivo en el aeropuerto, y se fue del país. Durante meses, su paradero y los pormenores del caso fueron un misterio.
Luego, a comienzos de esta semana, los fiscales federales en Miami arrestaron a tres venezolanos y un uruguayo, y los acusaron de ser agentes no registrados del gobierno venezolano que estaban coerciendo a un ciudadano norteamericano --Antonini-- para que fabricara documentos que ocultaran el origen del dinero.
Antonini había hecho varios viajes a Argentina en los meses previos a que le incautaran el dinero en efectivo.
¿Cuál debió haber sido la reacción de la nueva presidenta?
• Primero, debió haber hecho notar que aunque un fiscal señaló en argumentos orales que --según uno de los acusados-- el dinero estaba destinado a su campaña presidencial, la acusación formal sólo habla de una campaña'', y en ningún momento sugiere que la presidenta o sus colaboradores sabían de las maletas con efectivo.
• Segundo, Fernández debería haber ofrecido la cooperación argentina en la investigación norteamericana, y de paso podría haber exigido que Estados Unidos coopere con la investigación de su país. Argentina ya había solicitado la extradición de Antonini a Estados Unidos.
• Tercero, Fernández --o sus asesores-- tendrían que haber sabido que el sistema de justicia de Estados Unidos opera con mayor independencia que en muchos países, y que el FBI tiene grabaciones de las conversaciones de Antonini con los arrestados.
Mi conclusión: No descarto que Fernández termine siendo una mejor presidenta que su marido. La conocí en una oportunidad, y me dio la impresión de ser más consciente que el ex presidente de la necesidad de que su país se inserte más en la economía global, y reciba más inversiones, para reducir la pobreza.
Pero en lugar de reaccionar como una estadista, reaccionó como una agitadora barrial, sacando la carta del antiamericanismo y ganándose enemigos gratuitos entre los republicanos y demócratas en Washington. Podría haber respondido con altura, sin necesidad de dañar los lazos de Argentina con Venezuela, que le ha comprado a Argentina más de $4,500 millones en bonos de su deuda externa.
Y aún si se comprueba que el dinero fue para su campaña, la ''Hillary Argentina'' podría haber hecho lo que hizo la verdadera Hillary Clinton recientemente, cuando se supo que el empresario chino-americano Norman Hsu, que tenía causas con la justicia, había donado $800,000 a su campaña: devolvió el dinero inmediatamente, y dijo que nunca debió ser aceptado. En lugar de eso, Fernández se compró una pelea gratuita con Estados Unidos.
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