viernes, 11 de julio de 2008

Libertad y desarrollo económico


Greespan admite que cuanta mayor libertad económica, mayor será el margen para el riesgo empresarial y su compensación.


Acabo de leer, por consejo de mi hijo Rodrigo, “La era de las turbulencias” de Alan Greespan. Y ha merecido la pena.

He sacado muchas conclusiones, yo creo que interesantes. Sobre el autor que es un hombre preparado e inteligente. Estudió clarinete y trabajó como músico profesional, se licenció en economía por la universidad de Nueva York, fundó la asesoría financiera Townsend-Greespan & Co; de 1974 a 1977 dirigió, durante el mandato de Gerald Ford, de quien dice que fue un gran Presidente de los EEUU, el Consejo Asesor Económico y desde 1987 hasta 2006, fecha de su jubilación, fue Presidente de la Reserva Federal, época en la que destaca, según sus comentarios en el libro, el Presidente Clinton.

Comenta Greespan que, según sus apreciaciones, no existe una relación directa entre la economía de un país y sus hábitos de vida y costumbres culturales, pero sí hay una relación entre el desarrollo de la economía y la libertad de comercio y de negocio sustentada en una seguridad jurídica. Quiere decir que un país, con ciudadanos libres y con garantías jurídicas sobre la propiedad, es un país que tiene grandes bazas para el desarrollo económico. Los controles y la inseguridad en los derechos y en la propiedad son los enemigos del progreso y de la riqueza. Dice (p. 310): “No existe una medida directa del impacto de las costumbres culturales sobre la actividad económica. Sin embargo, una iniciativa conjunta de la Heritage Foundation y The Wall Street Journal ha combinado en años recientes estadísticas del FMI, la Unidad de Inteligencia Económica y el Banco Mundial para calcular el Índice de Libertad Económica de 161 países. El índice combina, entre otras consideraciones, la fuerza estimada y el grado de imposición de los derechos de propiedad, las facilidades para arrancar y cerrar un negocio, la estabilidad de la moneda, el estado de las prácticas laborales, la apertura a la inversión y el comercio internacional, la libertad de corrupción y la proporción de la producción nacional que se adjudica a propósitos públicos. Existe, por supuesto, una buena dosis de subjetividad en la asignación de cifras a unos atributos tan cualitativos. Pero, en la medida en que puedo juzgarlo, sus evaluaciones parten de datos que parecen concordar con mis observaciones más informales.”

A continuación, saca las consecuencias lógicas, casi diríamos que necesarias de las premisas anteriores y señala que “el índice de 2007 cita a Estados Unidos como la más «libre» de las grandes economías; irónicamente, Hong Kong, en la actualidad parte de la poco democrática China, también ocupa los primeros puestos de la lista. Tal vez no sea una coincidencia que las primeras siete economías (Hong Kong, Singapur, Australia, Estados Unidos, Reino Unido, Nueva Zeknda e rianda) tengan todas raíces en Gran Bretaña, hogar de Adam Smith y la Ilustración británica. Sin embargo, la britanidad como es evidente, no deja una huella indeleble. Zimbabue, una excolonia británica (como Rodesia del Sur), consta casi como farolillo rojo.”

No está afirmando taxativamente que cultura y economía vayan ligadas inexorablemente, pero sí está diciendo que un estilo de vida, que una tolerancia, que una seguridad jurídica, que un respeto a la propiedad marcan a los pueblos.

En la lista, desde luego, no está ningún necio, cavernícola y controlador país y menos economías de regiones, como en España la de Cataluña, que se empeña en vigilar horarios de comercios, por ejemplo y en poner multas a los que no los cumplen y en exigir mil y un papeles y mil y un trámites para la apertura de cualquier negocio al que, además, después, cuando está en funcionamiento, se le exige que etiquete sus productos en la lengua que se le mete entre ceja y ceja a la administración, en este caso, en catalán. Consecuencia: estos países, estas regiones espantan a los inversores y los que ya están establecidos se van así que pueden; se deslocalizan, como se dice ahora, que es lo que está pasando en Cataluña (España) desde que impera allí el control y la intolerancia.

Es más, Greespan admite que “cuanta mayor libertad económica, mayor será el margen para el riesgo empresarial y su compensación, los beneficios, y por tanto mayor la inclinación a asumir riesgos. Las sociedades que cuentan con personas arriesgadas forman gobiernos cuyas reglas fomentan la asunción de riesgos económicamente productiva: derechos de propiedad, comercio abierto y apertura de oportunidades. Tienen leyes que ofrecen pocos beneficios reguladores que los funcionarios puedan vender o intercambiar por dinero o favores políticos.” Y da en el clavo. Greespan da en el clavo, porque parece mentira que todavía en el siglo XXI haya políticos que te vendan un permiso para abrir un negocio, por ejemplo, a cambio, en la práctica, de lo que hacían señores y caciques en siglos pasados, desde el derecho de pernada hasta la sumisión casi de esclavo.

“El índice (la relación entre costumbres culturales y desarrollo económico) mide el grado de esfuerzo consciente de un país. Las puntuaciones (de dicho índice), en consecuencia, no son necesariamente una medida de “éxito” económico, ya que cada nación, a largo plazo mediante sus políticas y leyes, escoge el grado de libertad económica que desea. Por ejemplo Alemania, que ocupa el decimonoveno puesto de la general ha optado por mantener un Estado del bienestar amplio que exige un sustancial desvío de producción económica. Además, los mercados laborales alemanes son muy restrictivos; despedir trabajadores sale muy caro. Aun así, al mismo tiempo, Alemania figura entre los primeros en términos de la libertad de sus habitantes para abrir y cerrar negocios, la protección de los derechos de la propiedad y el Estado de derecho en general. Francia (número cuarenta y cinco) e Italia (número sesenta) presentan perfiles similarmente mixtos.” Para el que quiera entenderlo, las cosas están meridianamente claras: Alemania, a pesar del “pero” que le señala, va bien porque hay libertad y seguridad jurídica. Francia no demasiado por culpa de “sus políticas sociales” y el intervencionismo del Estado e Italia, por lo que todos saben y sabemos, ya ven donde está. A España ni se la nombra. Y si se la nombrara, como España hoy es un mosaico de economías locales o autonómicas, nos encontraríamos con algunas, como la andaluza, a la cola, por el “populismo” de sus dirigentes y a la vez por el grado de control de los mismos. De Cataluña ya hemos hablado.

Y no sigo, porque yo creo que ya está claro lo que dice Greespan y lo que yo les he querido comunicar.

Por José María Fernández
Diario de América
http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=4322

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