Si nos disponemos a calentar agua, veremos más tarde que hervirá
En 1998 el entonces candidato presidencial Hugo Chávez declaró que una vez que asumiera la presidencia, quizás, algún día entregaría el poder. Así lo ha ratificado innumerables veces durante diez años señalando fechas que siempre superan el año 2020. Con una sumisión escandalosa el árbitro electoral y todos los demás poderes se han preparado para cumplir esta promesa
Por alguna incomprensible razón los venezolanos tendemos a rechazar la lógica de los hechos con la misma ligereza que aquel que rehúsa aceptar la ley de gravedad porque en el trópico no se puede demostrar que las manzanas caen al suelo.
El profesor Gregorio Fingermann en su obra, Lógica y Teoría del Conocimiento, sobre la cual fundamentamos el desarrollo de esta crónica, sostiene que todo nuestro razonamiento está fundado sobre ciertos principios o axiomas lógicos que se consideran leyes del pensamiento. Por extraño que parezca en la Venezuela bolivariana estos principios o leyes no tienen aplicación.
Por ejemplo, en lógica, el principio de la contradicción establece que si hay dos juicios, uno de los cuales afirma y otro que niega la misma cosa, no es posible que ambos sean verdaderos. Si A es A y A no es A es imposible que ambos sean verdaderos a la vez. Si uno de ellos es verdadero, el otro es necesariamente falso.
Hace unas semanas el líder supremo en su inmensa sabiduría, respaldado por los ínclitos pensadores de la revolución bolivariana, concluyó que para la salud, el orden y el progreso de la República, era indispensable que la reelección infinita se limitara exclusivamente, salvo que se quisiera arriesgar el destino del país, al presidente Chávez. Como sabemos, el líder decidió más tarde, con el alborozo de los mismos sabios, que, además del presidente, todos los cargos de elección pueden ser ad infinitum. Ambos juicios pues son verdaderos. La fórmula bolivariana se puede expresar así: A es A y A no es A.
La analogía
En la lógica, el razonamiento analógico, afirma Fingermann, es el más frecuente y el más simple de los raciocinios. Es el que va de lo particular a lo particular. Stanley Jevons dice que consiste “en esperar que si se dan circunstancias semejantes a otras anteriores, las cosas continuanrán sucediendo del modo que antes han sucedido en semejantes circunstancias”. Si un relámpago ilumina el cielo, se ejemplifica, esperamos oír un trueno, porque así ha sido en casos anteriores. Si nos disponemos a calentar agua, veremos más tarde que hervirá.
Esto que luce tan obvio no tiene lógica en Venezuela. En 1998 el entonces candidato presidencial Hugo Chávez declaró que una vez que asumiera la presidencia, quizás, algún día entregaría el poder. Así lo ha ratificado innumerables veces durante diez años señalando fechas que siempre superan el año 2020. Con una sumisión escandalosa el árbitro electoral y todos los demás poderes se han preparado para cumplir esta promesa.
Paralelamente, los vestigios de equidad e igualdad que subsistieron hasta 1999 en los procesos electorales se han venido difuminando caracterizados por un obsceno ventajismo, violaciones de leyes, reglamentos y la propia Constitución. Durante los dos últimos procesos electorales hubo manifiesta voluntad de desconocer los resultados (en el caso del 2-D, aún no los conocemos). Sobre las regionales del pasado 23-N, se puede decir con absoluta certeza que el régimen aún no ha reconocido el triunfo de gobernaciones y alcaldías de la oposición. El alcalde Ledezma, por ejemplo, todavía se encuentra en el limbo.
Si se siguiera el razonamiento analógico la oposición debería concluir que dada que aquellas circunstancias en las cuales se ha desconocido la voluntad popular son semejantes a las que tendrán lugar el próximo 15 de febrero, se debe esperar que continúen del mismo modo o peores. Si queda alguna duda la rectora Oblitas la despejó: “El CNE ofrecerá las mismas garantías y certezas que siempre ha dado”.
Toda la oposición, entrampada como está, ha sido forzada a hacerse cómplice de un acto espurio, ilegítimo y anticonstitucional y obligada a persistir en la tesis de una salida electoral que el tiempo está horadando con pasmosa velocidad.
El silogismo
La forma más perfecta del razonamiento deductivo, dice Fingermann, es el silogismo. Se trata de una inferencia mediata, puesto que de un juicio se llega a una conclusión a través de otro juicio que sirve de mediador. Consta de tres juicios entrelazados de tal modo que, sentados los dos primeros, se sigue generalmente al tercero. Su definición se le debe a Aristóteles y se puede expresar así: Todo astro que brilla con luz propia es una estrella; el sol brilla con luz propia; luego el sol es una estrella.
En la Venezuela bolivariana, no tiene validez esta lógica. En otros países del mundo se puede establecer como premisa que en toda democracia el voto es libre, directo, universal y secreto. Como premisa menor se puede decir que en Brasil el voto es libre, directo, universal y secreto; luego, Brasil es una democracia.
Para la oposición venezolana la primera premisa es indubitable. Sin embargo, a pesar de que reconocen que el referendo es espurio, ilegal y anticonstitucional, y que los triunfos del 23-N no han sido reconocidos en la práctica, concluyen o implican que el voto es libre, directo, universal y secreto; luego es posible derrotar a Chávez por la vía electoral y esperan que entregue el poder en 2013.
Fingermann advierte que sólo es posible una conclusión válida cuando las dos premisas guardan la relación lógica necesaria. Cierto, pero ¿quién dice que la Venezuela bolivariana tiene lógica?
Diario de América
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