"Despotrica de los ricos, pero no sólo su entorno, sino que él, Chávez, es un rico también"
César furioso
Le cuentan a este narrador que hubo una reunión el martes pasado, a las 8 pm, en Miraflores, convocada por el Presidente con los altos funcionarios del Seniat y Pdvsa. El tema: el colapso de la economía; el bolívar vuelto papelillo, proyectado a ser una diezmilésima de dólar; la escasez de dinero para el guateque romano; y funcionarios con sueldos elevadísimos, envueltos en costosos trajes, ávidos por beber el batido de cebada de 18 años y encaramados en parihuelas marca Hummer. Según cuentan, cuando Chávez preguntó: "Vielma, ¿dónde están mis 15 mil millones?", el jefe del Seniat le habría dicho que sólo tenía 3 mil, porque usted sabe, esto y aquello. El César se tornó un basilisco, aseguró a los presentes que por su ineficacia era que lo iban a tumbar, mientras golpeaba repetidas veces a una sufrida mesa que aguantaba callada. El Emperador, fuera de sí, increpó al segundo de a bordo de aquél, y al preguntarle su sueldo, que resultó ser de más de diez millones (con voz bajita: "con los bonos llego a 14 millones") se ordenó su despido porque eso, con esos sueldazos, no es socialismo ni revolución. Los funcionarios de Pdvsa y los del Seniat, atónitos, habrían presenciado una quema de fusibles de alto nivel, una especie de ataque bolivariano asimétrico, una locura del siglo XXI.
Otro Episodio. Cuenta la leyenda que Cilia, la presidenta, habría entendido que se iba a modificar lo relativo a la propiedad privada, para aquietar un tanto la alarma generalizada sobre el tema. Bajo una lógica sencilla -es de suponer- no habría importado restituir unas tres palabras, relativas al goce, disfrute y disposición de los bienes objeto de propiedad privada individual, porque, ¿qué importa si después esos principios y disposiciones se violan, como ya ocurre a pesar de estar consagrados en la vigente (¿?) Constitución?
En todo caso, Cilia entendió que podía lanzar desde su balcón parlamentario esa chupeta de jengibre para la galería. Pues nada, el César se exasperó, según asegura la conseja caraqueña, porque él lo que había dicho era que se hicieran averiguaciones para ver qué decía la gente y no había autorizado cambio en su propuesta, la suya, de él, solita de él, que no le debe nada a nadie, ni a partido ni a dirigentes fatuos ni a revolucionarios reblandecidos por el alcohol caro, que viajan en primera clase y pacen en sus rústicos millonarios.
Chávez, poseso, habría gritado que le estaban deshaciendo la revolución que con tanto cuidado él se emperraba en conservar.
Uno Más. En la reunión con los militares de esta misma semana, dicen los que también vieron el miércoles al Silbón en Camatagua, hubo su arroz con mango combinado con bacalao a la guayaba y rabo. Los militares están que no sueltan prenda, que es cuando se ponen peligrosos: "sí, mi comandante en jefe", "lo que usted diga, mi comandante en jefe", "patria, socialismo y muerte¿perdón, patria, socialismo o muerte¿" Pero, a pesar de esas palabras, dichas como un mantra del sánscrito usado en los cuarteles, se sabe que de los dientes hacia adentro, desde la garganta hasta el alma, lo que hay es descontento del grande, desazón y, sobre todo, rabia.
La reunión fue convocada para desmentir rumores sobre la desmejora de la seguridad social de los militares; más bien -dijo- sueldos y otros beneficios no sólo se mantendrán, sino que se incrementarán. Silencio; luego, aplausos forzados; pero, sobre todo, por debajo de viseras y boinas, miradas que telegrafiaban el descontento.
Mientras aquél les ofrecía plata y más plata, los oficiales se removían en sus asientos por el desprecio que implicaba pensar que sus molestias se tapaban con maletines de billetes.
Sentir las Pisadas. Chávez perdió la sensibilidad, no por desquiciado, situación que sólo los especialistas en las dolencias del coco podrían certificar y a lo que este narrador no se atreve, sino por razones ideológicas y políticas. Es una persona que corporiza demasiadas contradicciones como para soportarlas con serenidad.
Despotrica contra los ricos; sin embargo, no sólo su entorno se enriquece a la descubierta y con velas desplegadas, sino que él, Chávez, es un rico también, pero de los precapitalistas, de los que disponen de lo ajeno sin ser sus propietarios, de los que poseen sin derecho. Critica a los reyes porque no son electos y se comporta como ellos, pero no como los de ahora, los de las monarquías constitucionales, sino como aquellos monarcas absolutos para los cuales no era posible distinguir entre la hacienda pública y la privada, pues eran la misma. Si Chávez se viste , viaja y dispone de los recursos como un rico, regala millones de dólares como hacen sólo unos pocos ricos, si tiene debajo de su cama sus millarditos, si dispone del dinero (ajeno) como un rico; entonces, ¡qué importa que los bienes de los cuales decide no estén notariados como suyos, si a todo efecto práctico los trata como tales! Los ricos capitalistas o sus mayores nacen del trabajo. Chávez, como rico postizo que es, nunca ha trabajado, porque ni siquiera en la FAN a la cual la democracia que destruye le permitió llegar, trabajó; sólo conspiró.
También expresa la contradicción de querer ser el representante del pueblo, pero lo desprecia. El pueblo no es esa categoría metafísica que maneja y que se le vuelve una melcocha en las vocales: "el pueeeeebbloooo¿", sino los venezolanos de carne y hueso, los médicos a los que atropella, los maestros a los cuales veja, los trabajadores petroleros a los que engaña, los habitantes de barrio a los que decepciona.
La diferencia que hay en la gestualidad, en las palabras empleadas cuando habla de un cubano con respecto a los que tiene cuando se refiere a un venezolano, es abismal; hacia el primero hay afecto, hacia el segundo desprecio. Quiere que los venezolanos lo apoyen pero los desdeña. El pueblo se le volvió sólo una palabra y la palabra se vació de contenido.
El pueblo es un comodín espectral para operar en el espacio comunicacional. Y sólo eso.
La tercera contradicción en la que incurre es considerar a sus colaboradores unos bichajos a quienes les ha dado una inmerecida chamba. Los insulta y menosprecia, no porque se está volviendo loco, sino por algo mucho peor: se considera único, exclusivo, indispensable, demasiado elevado para la pequeñez de sus subordinados, demasiado águila para sus moscas bolivarianas. No es un fenómeno fundamentalmente psicológico, sino político; Chávez ha llegado a asumirse como el móvil perpetuo de primera especie, que no será detenido porque encarna la historia. Golpea mesas e infama a los suyos porque no cree en ellos, que son, precisamente, los que han sostenido la carpa, a los enanos, a la mujer barbuda y al tragafuegos, sobre una plataforma que se hunde.
Chávez todavía no está solo porque tiene capacidad de hacer daño, pero la perderá y se quedará íngrimo y solo. Su destino lo alcanzará.
Carlos Blanco
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