No hay que ser ningún iluminado, para entender, que son los estados árabes los que alimentan el terrorismo islámico, al que públicamente condenan, como tampoco para saber que Venezuela, Ecuador y Nicaragua, son los que sustentan a las FARC, Sendero Luminoso, y algunos otros grupos sediciosos de menor significancia.
Durante la última década, los árabes y la prensa pagada por ellos, ha venido demonizando a Israel acusándolo de practicar el terrorismo de estado. Lo mismo pretende hacer Chávez, Correa y Ortega con Colombia. La táctica de culpar a otro de sus propios actos e intenciones es parte de la historia de la infamia.
No hay que ser ningún iluminado, para entender, que son los estados árabes los que alimentan el terrorismo islámico, al que públicamente condenan, como tampoco para saber que Venezuela, Ecuador y Nicaragua, son los que sustentan a las FARC, Sendero Luminoso, y algunos otros grupos sediciosos de menor significancia.
Los tres dictadorzuelos latinoamericanos deberían estar sentados en el banquillo de los acusados ante la Corte Penal Internacional, por ser cómplices de crímenes contra la humanidad al brindar apoyo logístico, monetario y militar clandestino a los asesinos de la selva, que buscan derrocar gobiernos democráticos para imponer la dictadura comunista. Pero en un mundo en el que se perdió la dignidad y el sentido ético, eso no parece que vaya a suceder a corto plazo. La progresía todavía tiene el dinero para controlar el poder y la maquinaria propagandística.
¿Cuál sería la reacción del mandamás bolivariano, si en Colombia o Brasil se preparasen fuerzas irregulares para secuestrar y asesinar a miembros del gobierno venezolano? Si la situación hubiese sido a la inversa de la ocurrida con Ecuador, el aspirante a locutor, que amenaza e insulta sin miramientos a cualquiera, vociferando términos que resaltan su bruteza, como: “Este es un asunto de Casius belízzzz…”, ya estarían volando misiles por los aires.
En otras épocas un escenario semejante hubiese sido motivo de guerra. Uribe debió aceptar el desafío militar y acabar con el Hitler sudamericano de una vez, pero el presidente colombiano juega a la corrección política, a la democracia responsable y el diálogo, frente a una amenaza que tarde o temprano, igual desembocará en conflicto armado. No pasará mucho tiempo hasta que el coronel vuelva a embestir con otra canallada.
Colombia escucha atentamente a su principal aliado --los Estados Unidos-- que no quiere nuevos enfrentamientos bélicos en un año de elecciones en el que se juega el destino de la humanidad. Bush desea tranquilidad hasta que se defina quién dormirá en la Casa Blanca el 2009. El problema es que si Obama llega a la presidencia, es más probable que simpatice con Chávez, antes que con Uribe. El candidato demócrata representa la ultraizquierda norteamericana y su populismo demagógico no difiere mucho de lo que pregonan los rojos latinoamericanos.
Los hechos demuestran nuevamente, que el único invasor imperialista que existe en el continente americano es Hugo Chávez. El asunto con Ecuador que oficialmente no le incumbía, sirvió para desenmascararlo totalmente. Las computadoras encontradas en manos de las FARC, guardan información contundente para hacer que la ley, o la fuerza, se impongan sobre el delincuente venezolano, pero con los millones que cariñosamente regala, y que esperamos no hayan llegado a la OEA, no va a suceder nada, hasta que las cosas empeoren.
Que los bolivarianos hayan accedido al poder a través de elecciones populares, no los convierte en corderos. Nunca hay que olvidar, que Hitler asumió el poder democráticamente. Aristóteles previno 300 años A.C., que el sistema democrático es falible y no es el preferible. El gobierno de las mayorías, no es de por sí el mejor. La democracia permite una elección ecuánime, pero no necesariamente inteligente. Las masas no se caracterizan por ser profundas analistas de la realidad, muchas veces ni siquiera gozan de sentido común, más bien se guían por aspectos superficiales, la apariencia estética, la moda, o la tendencia del momento, que no obedece a razones, sino únicamente a las emociones.
Por José Brachner
Diario de América
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