La secesión es la mejor solución para dos culturas y mentalidades completamente divergentes, donde una es un lastre para la otra. Es preferible formar dos o tres países uniformes que vivir en la constante incertidumbre, sometidos a las peligrosas decisiones y caprichos de políticos sin conocimientos, sin experiencia y sin sentimiento de patria que obedecen a intereses foráneos.
Un sociólogo japonés dijo que dos países parecidos eran Bolivia y Canadá. Suena absurdo, pero ambos cubren inmensos territorios, ricos en recursos naturales, con escasa población. Los canadienses de origen anglosajón y francés contemplan diferencias como los bolivianos orientales y occidentales. Sin embargo, siendo la mayoría de los norteamericanos de origen europeo, las divergencias étnicas y culturales, no son tan notorias como las reinantes entre los indígenas altiplánicos y los demás bolivianos. Tampoco existe la infranqueable barrera cronológica, en que una población vive en el siglo 21 y la otra en la Edad Media. Bolivia es muchas naciones, razas y culturas en un mismo suelo, con mayores desemejanzas que los canadienses.
En 1995 Canadá convocó a un referéndum donde los francos buscaron su independencia, pero después de los resultados 50,58 por ciento a favor de los unionistas contra 49,42 por ciento de los secesionistas, aceptaron democráticamente la convivencia civilizada en paz, unión y armonía. En Bolivia la solución no es la unión sino la separación.
Noventa por ciento de los conflictos sociales provienen de Occidente y terminan afectando injustamente la vida y la economía del resto de la nación. Los pueblos orientales exigen su autonomía administrativa y piden un referendo al respecto. El deseo autonómico es respaldado por ocho de los nueve departamentos (provincias) que conforman Bolivia, pero es resistido por el ejecutivo. Los gobiernos departamentales desean tener control sobre sus recursos, mientras que el gobierno de Morales, perdón, de Chávez, busca el manejo absoluto de la economía nacional. Es el corazón de su filosofía. Los totalitaristas por definición quieren acapararlo todo, y el Oriente Boliviano ofrece demasiada abundancia como para dejarla en manos de sus dueños legítimos. Los aimaras y quechuas pueden reclamar la reivindicación de sus terrenos milenarios ubicados en las montañas de occidente, pero no tienen derecho ancestral alguno sobre las llanuras orientales del trópico boliviano. La gran disyuntiva está en que los indígenas y el gobierno, ansían los bienes de los habitantes del Este, sus fértiles tierras y las riquezas energéticas del lugar.
La secesión es la mejor solución para dos culturas y mentalidades completamente divergentes, donde una es un lastre para la otra. Es preferible formar dos o tres países uniformes que vivir en la constante incertidumbre, sometidos a las peligrosas decisiones y caprichos de políticos sin conocimientos, sin experiencia y sin sentimiento de patria que obedecen a intereses foráneos.
Recordemos la máxima de Karl Smitch: “No es la guerra civil la que ocasiona la división de los estados, sino que es la división de los estados la que ocasiona la guerra civil”. Los indígenas tienen sus costumbres y maneras, no desean avanzar al ritmo del mundo moderno y no les incomoda ser gobernados por el teniente coronel venezolano. Que Oriente se separe de Occidente sin violencia, sería un logro inusitado. Es la solución salomónica para evitar un enfrentamiento sangriento.
Europa recompuso su mapa varias veces y terminó dividiéndose en las mismas etnias, estados y repúblicas que la constituyeron desde un principio. Hoy cada cual elige su futuro con su gente, de acuerdo a su idiosincrasia y capacidad.
Si Morales obtiene mayoría de legisladores en la venidera Asamblea Constituyente, estos elaborarán una constitución absolutista, de corte nacionalsocialista, que ocasionará el desmembramiento de facto del poderoso departamento de Santa Cruz y sus satélites, lo que desembocará en guerra civil. Evo ya advirtió con ínfulas hitlerianas: “Con mi constitución vamos a gobernar a sopapos”. Si saca minoría y la oposición imprime una constitución liberal, esta sería un freno legítimo al avasallamiento gubernamental y establecería nuevas reglas a las que tendría que someterse el ejecutivo, pero de seguro no serían aceptadas por Morales.
La otra opción sería, que el referendo autonómico se extienda a un plano más trascendental y plantee si los bolivianos prefieren, no las autonomías, siempre conflictivas con el poder central en una economía socialista y en un país unitario, sino la secesión pacífica.
Por José BrechnerDiario de América
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