jueves, 15 de mayo de 2008

Vivir y morir en Colombia


Imagen de la Bahía de Taganga en Colombia.


Taganga es un pueblito costero colombiano, una pequeña bahía rodeada de un centenar de casas y una iglesia modesta, pero bien pintada. Sobre la playa, media docena de bares que ofrecen el mismo menú: pargo rojo, patacón pisao (banana frita) y arroz. Y en el aire, la música típica local -el vallenato- sonando desde las ocho de la mañana hasta que se pone el sol.

Así contado es un buen lugar en el mundo. Para cualquier cosa que no sea ir a la playa o comer pargo rojo, hay que viajar diez minutos hasta Santa Marta, la ciudad más importante de esta zona del caribe colombiano. Para el visitante, esa mezcla de música permanente, olores del mar y postal pueblerina será imborrable. Pero también la Colombia salvaje se cuela en el paraíso.

Al día siguiente de llegar a Taganga, recorrí el trayecto hasta la casa donde había un teléfono público. En medio de los sonidos del vallenato y del sol implacable del mediodía. En ese patio cubierto frente a la playa donde había estado el día anterior, solía haber una cola de tres o cuatro personas esperando su turno para usar el teléfono. Pero la escenografía había cambiado. En medio del patio que daba a la calle, estaban velando a un muerto. En el féretro alcancé a ver la bandera colombiana, cuatro o cinco deudos alrededor y, sobre el muerto, un ventilador de techo que giraba con dificultad. Volví a mirar a la playa, treinta metros más allá, cruzando la calle. La música y los gritos invadían el patio. Mientras me alejaba del velatorio, le pregunté a alguien que estaba fumando en la vereda. ¿Qué pasó? Era un integrante de las fuerzas de seguridad que había muerto en un enfrentamiento con la guerrilla.

El impacto de la imagen del muerto no fue tanto, como el caer en la cuenta que los parlantes ubicados a pocos metros de allí funcionaban como si fuera un día normal. Me alejé del patio y mientras caminaba hacia la otra punta del pueblo, no podía evitar darme vuelta y mirar ese espectáculo tragicómico. De un lado el difunto, del otro la típica alegría colombiana. Para un extranjero, a primera vista, puede ser una falta de respeto a la víctima y su familia. Para un nativo, eso es la vida cotidiana en Colombia. La muerte y la alegría siempre están a la vuelta de la esquina.

Por Darío Gallo

elmundo.es, España

http://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/03/cronicasdelconosur/1204547719.html

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