lunes, 16 de febrero de 2009
De nuevo la trampa
Para hacer regresar la democracia a Venezuela por la vía del voto, hace falta no sólo la voluntad mayoritaria del pueblo sino unos instrumentos institucionales tan fuertes e independientes que permitan derrotar el ventajismo oficial, el uso ilegal de los dineros del Estado en la campaña electoral y la parcialidad cínica del Consejo Nacional Electoral, un organismo que parece más bien una dependencia adscrita al patio trasero de Miraflores, que una institución honesta al servicio de los venezolanos.
A pesar de ello, el optimismo democrático del país se ha mantenido incólume y se ha volcado a las urnas para mostrar su rechazo (aunque no suficiente) a un régimen militarista que predica el odio, que divide a los venezolanos en dos mitades irreconciliables y que despilfarra los recursos obtenidos por la explotación del petróleo en innumerables actos de corrupción y de malversación.
Hoy lunes los ciudadanos se preguntan si el camino que ha tomado la oposición es el más conveniente, el que mejor le permite triunfar y restablecer los principios democráticos, devolver la fraternidad entre los venezolanos independientemente de su filiación política, y así sembrar de nuevo la paz en la nación entera. En verdad, no existe duda alguna acerca del camino del voto para revertir las tendencias autoritarias y corruptas del actual régimen bolivariano.
Recordemos, por ejemplo, las victorias y derrotas de Simón Bolívar desde 1813, con su Campaña Admirable, hasta 1819 cuando desde Angostura entiende, por fin, que la lucha por la independencia de España debe hacerse desde las provincias, y que la conquista de las ciudades del interior y de la capital de la república siempre será útil en la misma medida en que se logra ese respaldo popular y rural que sólo reside en la Venezuela profunda.
Rómulo Betancourt lo aprendió rápidamente con su olfato político innegable: recorrió, sin cansancio, pueblos y caseríos, y se aseguró así que cada proceso electoral tuviera una representación suya a la hora de convalidar el voto. Era y es hoy una manera de garantizar el voto verdadero, exacto y no manipulado.
Recuérdese que en los caseríos y poblados de provincia impera, por sobre todo, el trabajo dependiente del Gobierno y que ese chantaje funciona en épocas de votaciones.
Sin embargo, resulta prudente y, por encima de todo, conveniente analizar los resultados obtenidos en la capital y las grandes ciudades de provincia. Un estudio detenido que revele las fallas en los acercamientos políticos y electorales a los sectores ni-ni, o abstencionistas a ultranza (reacios al mensaje de acudir a votar de la oposición) es una tarea inmediata: son sectores mínimos pero decisivos.
La democracia nos exige no sólo tolerancia sino paciencia y astucia. Son tantos los enemigos que tiene, públicos o escondidos, el sistema de libertades, que resulta una tarea cotidiana vencer al poder establecido y convencer a los ciudadanos de la necesidad de fortalecer su lucha por la democracia. Sigamos adelante.
Editorial
El Nacional
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