domingo, 1 de febrero de 2009
¿Revolución o década perdida?
Luego de diez años del ascenso al poder de Hugo Chávez... ¿puede hablarse de un modelo revolucionario bolivariano, o mejor, quizás, de un proceso revolucionario auténtico? Ninguna de las dos posibilidades tiene respuesta firme, segura o posible si se abre la puerta de esta pequeña historia y, del otro lado, apenas se encuentran escaleras infinitas de palabras que no significan nada, que resultan promesas incoherentes y ofertas engañosas.
¿Revolución a la venezolana? En el caso particular de Venezuela, los últimos diez años abren espacio suficiente para comprobar, quejarse o desencantarse de la mano de los hechos y los análisis de la autoproclamada revolución bolivariana. Cabe recordar que entre los objetivos urgentes y fundamentales de un proceso revolucionario, hay uno que descuella por lo tajante de su objetivo: la destrucción del Estado burgués. Sin asumir este principio, de una manera radical y definitiva, una revolución siempre caminará con un disfraz encima, como si Fidel Castro se vistiera de bailarina.
En Venezuela, el viejo Estado no ha sido rozado siquiera con el pétalo de una rosa: tal como existe, hoy le sirve al gobierno de militares y civiles para ejercer su control político e institucional, económico, financiero y cultural. Y con eso le basta. Las agudas tensiones que se han producido en los últimos años entre los diversos sectores que actúan desde fuera y dentro del poder, tienen su explicación en el inevitable reacomodo en la repartición y usufructo de los privilegios de la renta petrolera, tal como ha ocurrido durante otros resquebrajamientos históricos, tanto en el siglo pasado como ahora: desde el régimen del general Juan Vicente Gómez al de Hugo Chávez.
¿Una revolución petrolera? Ni siquiera eso: la forma en que se maneja Petróleos de Venezuela en los mercados internacionales no difiere, en su filosofía general de negocios, de la cuarta república: Estados Unidos predomina como el más fiel e importante cliente. La gran diferencia estriba en la pésima calidad de la gestión bolivariana, en la politización extrema de sus objetivos, de sus proyectos y de su gerencia de recursos, así como en la corrupción generalizada a todos los niveles.
En palabras del doctor en Ciencias Económicas, profesor e investigador de la UCV Héctor Malavé Mata, "Pdvsa está virtualmente quebrada. Tiene una deuda externa que puede alcanzar 19 millardos de dólares. (...) Los empréstitos contraídos por la empresa equivalen a lo que ha debido invertir en estos últimos 2 años para aumentar su productividad, pero ha destinado esos recursos a otras actividades que le impone el Gobierno".
¿Revolución económica? El modelo económico bolivariano no discrepa en sus líneas fundamentales del sistema capitalista desarrollado en el país en los últimos cincuenta años.
Persiste la propiedad privada de los medios de producción, pero se le ha limitado no para volcarla a la función social como podría esperarse, sino para privilegiar los sectores de la nueva burguesía en ascenso, cuya principal característica, además de su voracidad, la constituye la proximidad a los altos centros de decisión del poder y al manejo de información privilegiada, algo que le permite competir ventajosamente con sus adversarios económicos. En el fondo es un "quítate tú para ponerme yo", indigno, quizás ingenuamente, de una revolución popular.
¿Revolución industrial? Vale la pena observar este aspecto desde los planos de las industrias básicas y las del sector privado. En los dos casos, el fracaso ha sido rotundo: en Guayana prácticamente se sobrevive a la cadena de fracasos provocados por las nacionalizaciones improvisadas por el presidente Chávez, que han generado una crisis en cascada en Venalum, Alcasa, Carbonorca y Bauxilum, sin contar con Sidor y Edelca.
El sector privado es hoy, en comparación con el pasado, un cascarón vacío. Y la caída de la producción y de la inversión se calcula en 60%. Toda revolución estimula el sector nacional ante el capital extranjero, y aquí resulta lo contrario. Predomina la importación que desaloja la capacidad instalada y hace más rentable traer del exterior productos manufacturados en países cuya mano de obra es barata. Eso sí, nos llegan desde los puertos del imperio.
¿Revolución agraria? Esta es una de las más grandes deudas de la revolución bolivariana. La tenencia de la tierra no ha sido afectada en su verdadera dimensión, porque no se trata de intervenir hatos y haciendas para repartirlas en minúsculas parcelas entre campesinos. Eso ya lo hizo Rómulo Betancourt en la década de los sesenta con su reforma agraria. Hoy la población rural es mínima, más de 90% de los venezolanos vive mayoritariamente en áreas urbanas y semiurbanas. Pero el latifundismo nada tiene que ver con la tenencia de grandes extensiones de tierras: su daño está en las relaciones feudales que los dueños de las haciendas establecen con los campesinos: aparceros o pisatarios, o recolectores a tiempo parcial.
Tal como ocurrió en Brasil y Venezuela, de nada vale darle una parcela a un campesino si no se prepara para su inserción comercial en el mercado, sea éste socialista o capitalista, nacional o internacional. Ya Cuba entendió porque supo, de repente, que 60% de sus tierras productivas estaba ociosa, y la abrió al cultivo privado.
¿Revolución cultural? La vida es, culturalmente, una rebelión. Cuesta imaginarse una revolución en Venezuela sin una protesta cultural que llegue al corazón de los ciudadanos, que les electrocute los sentidos y que les impulse el ansia de ser extremadamente diferente. Nadie quiere ser lo que es, sino otro mejor que se realiza en la revolución. Pues no será por ahora. La revolución le tiene miedo a la transgresión, a la rebeldía de los jóvenes, a su capacidad de darle mordiscos furiosos al futuro.
Su único objetivo hoy es convertirlos en seres obedientes del mensaje oficial de culto al líder. Las propuestas estéticas irreverentes, que fueron siempre los dardos principales de las revoluciones, anidan ahora en la repetición anodina del realismo socialista, pero esta vez en improvisados pintores y escultores que aprendieron el oficio como pasatiempo en las cárceles. Hoy incorporan ese "valor político" a la obra que le venden, a precios capitalistas, a Pdvsa.
¿Revolución sindical? Desde el año 1959 en adelante, los sindicalistas aprendieron que las aspiraciones reivindicativas de los trabajadores debían someterse a las restricciones y los compromisos de los partidos en el poder. De esa manera, se cercenó la independencia del movimiento sindical y se le convirtió en un apéndice político que actuaba con sumisión indigna ante las claudicaciones empresariales del Gobierno.
Hoy es imposible imaginarse una situación diferente: no existe un poder sindical que le hable al Presidente con la voz auténtica de los trabajadores. Se le ha rebajado a un coro griego, dividido y afónico, que repite las consignas rojas-rojitas, alejado de sus específicos intereses de clase.
De allí que no exista una auténtica proposición sindical bolivariana. Y si llegara a existir, jamás estaría desvinculada de los vaivenes e intereses del presidente de la República. Esa sumisión al poder militar invalida esa lucha y la convierte en mero instrumento de una política que traiciona la esencia histórica de la clase obrera.
¿La revolución estudiantil? Podría decirse que una revolución que necesita comprar juventud y estudiantes, y cuyo único objetivo es "obtener" a cualquier precio un movimiento estudiantil obediente, no es, en la esencia pura de la utopía de un mundo mejor, una revolución apasionante, transformadora y transgresora. Es una rebelión apacible, dócil y amaestrada, como la necesitan los militares.
No otro es el método que usan en la Escuela Militar para inocular la obediencia ciega. Pero se equivocan: la universidad y la juventud se alimentan y se forman en la rebelión.
El Nacional
http://www.megaresistencia.com/portada/content/view/4423/1/
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2 comentarios:
estas haciendo un buen trabajo. gracias. ¿has visto esto? http://www.caribbeannetnews.com/article.php?news_id=13952
Mike:
Gracias por la información.
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